Diferencia entre trauma y estrés. Bruce Perry y Maia Szalavitz

No hace mucho tiempo la opinión predominante  en cuanto a niños y trauma era la de que los niños eran “resistentes”…

Los niños son, en todo caso, más vulnerables al trauma que los adultos; los niños se hacen resistentes, no nacen así. Un cerebro en desarrollo es más maleable más sensible a las experiencias, tanto buenas como malas, en las primeras etapas de la vida. Por este motivo durante la infancia somos capaces de aprender con tanta facilidad y rapidez un idioma, matices sociales, habilidades motrices y muchas otras cosas, y de ahí que se hable de experiencias “formativas”.

Que los niños se vuelvan resistentes responden los patrones de estrés y crianza que experimentan desde una edad temprana. Un trauma puede transformarnos rápidamente cuando somos pequeños. Por desgracia, aunque para aquellos que no estén entrenados los efectos no siempre sean visibles, cuando sabes lo que el trauma es capaz de provocar en los niños, empiezas a ver sus consecuencias por todas partes.

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La resistencia y vulnerabilidad al estrés depende de la tolerancia o sensibilización del sistema neurológico de la persona. Estos efectos también pueden ayudar a explicar más detalle la diferencia entre trauma y estrés. Por ejemplo, “o lo usas o lo pierdes” es algo que estamos acostumbrados a oír en el gimnasio, y con un buen motivo. Los músculos que permanecen inactivos se debilitan, mientras que los activos se fortalecen. Éste principio se denomina “uso-dependiente”. De manera similar cuanto más se activa un sistema en el cerebro, más conexiones sinápticas construirá -o mantendrá-ese sistema.

Los cambios -una especie de memoria- en los músculos suceden porque cierta actividad repetitiva y pautada envía una señal a las células musculares para avisarlas “van a trabajar a este nivel”, e inmediatamente realizan los cambios moleculares necesarios que permiten realizar dicho trabajo con facilidad. Aun así, para poder modificar el músculo, las repeticiones deben ser pautadas. Levantar pesas de doce kilos treinta veces en tres series muy seguidas refuerzan nuestros músculos. Sin embargo, si levantas doce kilos treinta veces a intervalos aleatorios a lo largo del día, la señal que el músculo recibe es inconsistente, caótica e insuficiente para hacer que las células musculares ganen fuerza. Sin un patrón, la misma cantidad de repeticiones y el mismo peso producirán un resultado mucho menos efectivo. Para crear una “memoria” efectiva y aumentar la fuerza, la experiencia ha de ser pautada y repetitiva.

Lo mismo sucede con las neuronas, los sistemas neurológicos y el cerebro: los patrones de experiencia importan. En términos de célula a célula, ningún otro tejido es más apto para cambiar como respuesta a señales pautadas y repetitivas. En efecto, las neuronas están diseñadas para hacer justamente eso. Este regalo molecular es lo que posibilita que exista la memoria. Produce las conexiones sinápticas que nos permiten comer, escribir, hacer el amor, jugar al baloncesto y todo lo que el ser humano es capaz de hacer. El cerebro funciona gracias a esta intrincada red de interconexiones.

No obstante al obligar a trabajar ya sea a los músculos o al cerebro, los “estresamos”. Los sistemas biológicos se encuentran en equilibrio. Para funcionar, deben mantenerse dentro de un rango limitado apropiado a la actividad en curso, y el encargado de mantener este equilibrio es ese el cerebro. La experiencia misma es un factor estresante; el impacto que tiene en el sistema es el estrés. Esto quiere decir que, si te deshidratas mientras haces ejercicio, por ejemplo, el estrés te hará tener sed porque tu cerebro estará tratando de conducirte a reponer los fluidos naturales. De un modo parecido, cuando un niño aprende una nueva palabra, se aplica un leve estrés sobre la corteza cerebral, y esto requiere una estimulación repetitiva para crear una memoria precisa. Sin el estrés, el sistema no sabría si hay algo nuevo que requiere nuestra atención. En otras palabras, el estrés no siempre es negativo.

De hecho, cuando se produce de forma pautada, predecible y moderada, es el estrés lo que permite que el sistema sea fuerte y más capaz desde el punto de vista operativo. De ahí que los músculos más fuertes en el presente sean aquellos que soportaron un estrés moderado en el pasado. Y lo mismo sucede con los sistemas de respuesta de estrés del cerebro. A través de desafíos predecibles y moderados, nuestros sistemas de respuesta al estrés se activan de forma moderada. Esto posibilita una capacidad de respuesta de estrés flexible y resistente. El sistema de respuesta al estrés más fuerte en el presente es aquel que soportó un estrés pautado y moderado en el pasado.

Sin embargo, esto no es todo. Si tu primera visita al gimnasio tratas de levantar pesas de noventa kilos, ni siquiera aunque fueras capaz de hacerlo conseguirías fortalecer tus músculos, sino que se desgarrarían y te harías daño. El patrón y la intensidad de la experiencia importan. Al sobrecargar un sistema, es decir, si trabaja por encima de su capacidad, podemos causar un deterioro, desorganización y disfunción profundos tanto al hacer trabajar demasiado a los músculos de la espalda como al enfrentar a los circuitos cerebrales de respuesta al estrés a una situación de estrés traumático.

Esto también significa que, como resultado del efecto fortalecedor de las experiencias pautadas y moderadas previas, lo que para algunos podría ser estrés traumático, a otros les podría resultar trivial. De la misma manera que un culturista puede levantar pesos que las personas desentrenadas ni siquiera serían capaces de mover, algunos cerebros pueden hacer frente a acontecimientos traumáticos que paralizarían a otros. El contexto, el momento oportuno o no y la respuesta de los demás tienen una profunda importancia. La muerte de un progenitor es mucho más traumática para el hijo de dos años de una madre soltera que para un hombre casado de cincuenta años con hijos propios.

En el caso de los niños traumatizados, su experiencia de estrés ha ido más allá de la capacidad de afrontamiento que sus jóvenes sistemas poseían. En vez de una activación fortalecedora, predecible y moderada de sus sistemas de respuesta al estrés, las experiencias que han sufrido fueron extremas, prolongadas e impredecibles, capaces de marcar profundamente sus vidas.

 

Del libro : El chico a quien criaron como perro. Y otras historias del cuaderno de un psiquiatra infantil de Bruce Perry, Maia Szalavitz

 

 

 

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