Hace poco tiempo aparecía la reseña de un libro, donde la autora, como persona adoptada afirmaba que el proceso de búsqueda activa de sus orígenes, que inició como joven adulta, fue una auténtica odisea. Afirmaba desde su experiencia como “muchos adoptados son cuestionados por familiares cuando buscan respuestas y se les tacha de ingratos” y cómo son vistos como desagradecidos, demostrando desprecio por lo recibido.
Todos los implicados de alguna manera en los servicios de protección infantil, sabemos que es muy frecuente enfrentarse con la idea, la sensación o el sentimiento de traición, cuando el niño, el adolescente o el adulto joven, dirige su mirada a sus orígenes, su pasado y su familia biológica. Este sentimiento profundo no sólo aflora cuando hay una búsqueda activa de los orígenes, aparece y se manifiesta de diversas formas cuando los chicos tienen algún recuerdo positivo de su pasado, aparece la familia biológica idealizada o se refieren a ésta de forma positiva. No pocos padres se quejan de ingratitud, apelando a un supuesto déficit en el necesario retorno del afecto que se les debe. Este es un sentimiento universal, no sólo restringido a los padres adoptivos.
Por parte de los padres, son muchos los desvelos, preocupaciones y renuncias que no tienen ni tendrán el eco que esperaban. ¿Cómo puede ser que después del amor incondicional entregado, los esfuerzos realizados… nuestro hijo mire a otro lado, e invierta gran parte de su interés en un pasado marcado muchas veces por el desamparado, la desatención y el abandono?
Esta es una reacción lógica, las leyes del psiquismo nos impulsan a hacernos esta pregunta dolorosa, cuando la persona, sobre la que hemos depositado nuestro más profundo interés y afecto mira a otro lado. Esta reacción natural nos habla de que quizá debemos cuestionarnos cuál es nuestro lugar como padres en la relación con los hijos y puede ilustrar el lugar que puede ocupar la deuda y la gratitud en la base y fundamento de las relaciones entre padres e hijos.
Concebir la necesidad de un cierto retorno equitativo del afecto invertido o la necesidad de un resultado positivo del desarrollo, acorde a nuestros generosos esfuerzos, supone una concepción de la parentalidad donde predomina una ganancia del lado del adulto. Esta “ganancia” en el sentido de retorno de lo invertido, adopta múltiples formas, una de ellas es la que describimos al principio: cierto malestar cuando el hijo adoptivo mira hacía su origen con profundo interés. Este malestar adopta la forma extrema de aparecer en forma de imputar al chico ingratitud.
En el caso del adoptado, como en el caso del niño que tenemos en acogida y como no, en el hijo biológico, la parentalidad supone para que se dé progreso y desarrollo que el padre respete los interese del hijo, que permita mirar a otro lado. El hecho de que el chico oriente su interés a sus orígenes o a su historia y que esto, en determinados momentos, tome la forma de búsqueda de personas significativas de su pasado, es lógico y puede incomodarnos, salvo que nos situemos en el lugar de igual. Si nos situamos en el lugar de igual surge la competencia y el miedo a la pérdida de amor. Pero el amor parental supone también amar y sostener el amor y el interés de nuestro hijo por otros.
Aquí la teoría del apego de John Bowlby viene a echar luz sobre este tema tan recurrente y pueda ayudarnos a pensar. Recordemos como un apego seguro supone una figura estable, disponible y sensible a las necesidades (intereses) del hijo, que es capaz de erigirse en base segura a partir de la cual explorar el mundo que rodea.
John Bowlby y la investigación posterior nos recuerda que las condiciones en que se proporciona este sostén a la exploración son determinantes para que el vínculo cumpla su función de manera adecuada: ser protegido y ser ayudado a interpretar el mundo. Esta estructura relacional no es sólo válida para la primera infancia, lo es en cualquier momento evolutivo. Ser una figura estable y segura que permite explorar el mundo, con la seguridad de que se puede retornar.
La función parental, retraducida para otros momentos evolutivos puede ser leída como ese referente estable y seguro que gracias a su presencia ayuda al niño al adolescente o al adulto joven a descifrar el mundo que le rodea. Y aquí es donde entra la particularidad de los chicos y chicas que han pasado por el sistema de protección, para ellos el hecho de haber sido separados de sus padres y vivir con otra familia, supone el acontecimiento más trascendente de su historia y vida. Recordemos que nuestros hijos nos “colocarán” en el lugar de padres si somos capaces de ayudarles a descifrar el mundo complejo que les rodea. Este aforismo puede iluminar nuestra tarea como padres en relación con el hecho adoptivo en cuanto a orígenes y desarrollo de la propia historia.
Por lo tanto, el hecho de que nuestro hijo o menor guardado muestre interés por sus padres biológicos, por su historia, por las circunstancias que rodearon la separación de su familia o incluso inicie una búsqueda activa de personas significativas de su pasado y nos busque como apoyo es un indicador de que somos una base segura, no es ni más ni menos que un precioso reconocimiento de que somos la figura que deseamos ser…su referencia en la nueva vida que le proporcionamos en su día.
Esta es una sección dirigida por Juan Alonso Casalilla Galán y que tiene como objetivo dar algunas claves para pensar de otra manera, interrogarnos y reflexionar sobre aspectos generales que están en la base y que son la razón de ser de las relaciones en adopción y acogimiento.
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