Él, niño de un centro de protección, desde la seguridad que le ofrece esa roca ante la fuerza de las olas, el centro, esa valla desde la que asomarse a mirar,
los profesionales, y esa rampa desde la que poder acceder al agua, su propio proceso, contempla la inmensidad del mar, su futuro después de los 18.
¿Qué hay detrás de un@ joven ex tutelad@?
En la mayoría de los casos muchos años en el sistema de protección y muchos recursos/medidas implementadas, para el/ella y su familia, sin que estos le hayan permitido salir del sistema de protección. Para mí, el fracaso del sistema de protección.
El recorrido siempre suele ser el mismo: detección de una situación de riesgo, que se investiga y se evalúa, incorporación de la unidad familiar a programas de intervención para que l@s m/padres adquieran y/o recuperen las competencias parentales necesarias para hacer una crianza bientratante. En paralelo, y en la mayoría de los casos, l@s niñ@s y/o adolescentes son derivados a recursos socioeducativos, con diferentes niveles de intervención según la gravedad del caso y la necesidad de visibilizar a es@s niñ@s o adolescentes. Este proceso puede durar años, hasta que, como dice la ley, se agoten todos los recursos de apoyo a la familia, todas las combinaciones posibles entre ellos y se valore a la familia extensa para un posible acogimiento y el resultado sea negativo. Solo en ese momento se puede declarar un desamparo.
Las leyes de protección a la infancia, marcadamente garantistas con los derechos de los padres/familia extensa, entran en conflicto con los intereses de l@s niñ@s y adolescentes que ven como, en el tiempo trascurrido hasta que son tutelados, los malos tratos les generan, amplifican y/o prolongan los procesos traumáticos y comprometen su desarrollo biopsicosocioemocional.
L@s profesionales que acompañamos a l@s niñ@s y adolescentes en este periplo (psicólogos, trabajadores sociales, educadores sociales, terapeutas familiares …) por los diferentes recursos/programas estamos “obligados” a tener sensibilidad profesional, formación especifica, con un compromiso basado en la ética del amor y en la lucha política por los derechos de l@s niños, responsables y comprometidos con los derechos de l@s niñ@s, dispuestos a asumir riesgos y a superar miedos,perseverantes y pacientes (Jorge Barudy, “La violencia institucional y la violencia de la estupidez humana”). Todo ello permitirá minimizar el riesgo de causar daño iatrogénico, ese daño, dolor o efecto negativo que se deriva directamente de nuestra intervención. Vincularemos con ell@s, desde un modelo relacional alternativo y co-construimos una nueva red de apoyo, en la que pedimos que confíen, desde la que hacer intervenciones reparadoras, o en muchos casos “sostenedoras” hasta que llega la ultima medida protectora, la tutela. En ese momento, cuando llega el desamparo y la asunción de tutela por parte de la entidad protectora, sienten que los abandonamos, como les ha ocurrido en otros momentos de sus cortas vidas, que destruimos su contexto de “seguridad”, los arrancamos de su grupo de pertenencia, aquel en el que saben sobrevivir y para el que han desarrollado todo tipo de estrategias y conductas adaptativas.
Su llegada al centro de acogimiento residencial será un momento lleno de miedo, dolor, incertidumbre, tristeza, rabia…enfrentándose además a un entorno en el que no saben ser funcionales, lo que antes les funcionaba ahora es disfuncional. Y allí estamos de nuevo profesionales dispuestos a formar parte de su historia de vida, y que su experiencia les dice que no se puedenfiar de ellos, dispuestos a construir con ell@s vínculos afectivos seguros desde la afectividad consciente. El vinculo afectivo conlleva una alta implicación emocional, permanencia, reciprocidad por ambas personas, elegir y ser elegido, y un compromiso afectivo en el cuidado de la relación y de la persona (Pepa Horno, 2017). Este proceso de vinculación con niñ@s y adolescentes, con un gran daño afectivo, se ve dificultado por los horarios y turnos de los profesionales, que disfrutan de festivos, vacaciones, permisos… o tienen enfermedades, excedencias…. o simplemente cambian de trabajo. Garantizar la presencia y permanencia de esa persona con la que vinculan es difícil por la propia dinámica de funcionamiento del centro, pero a pesar de ello se consigue en muchas ocasiones y se hace trabajando desde la cotidianidad; y desde ella aparece también el candidato a tutor de resiliencia que va a ser capaz de ver la potencialidad que hay en cada niñ@ y adolescente y descubrirla para a él/ella, poniéndol@s en valor. Esta vinculación afectiva también se dará dentro de su grupo de iguales, grupo que irá variando por diferentes motivos, lo que supondrá para l@s niñ@s y adolescentes nuevas perdidas/abandonos, nuevas rupturas vinculares. Y a todo esto hay que añadirle su lucha por mantener y defender el vinculo con su familia de origen que sienten entra en conflicto con el vinculo que establecen con l@s profesionales, viven un conflicto de lealtades. Sobrevivir a ese conflicto de lealtades consume una parte significativa de su energía y un elevado desgaste emocional, que en ocasiones es muy difícil neutralizar. A mi como profesional es una de las situaciones que más “tocada“ me deja, cuando les veo defender/salvar/justificar a sus familias, porque además es un doble trabajo:lo hacen ante l@s profesionales, en ocasiones también ante sus iguales, y ante ell@s mismos.
Y llegan a los 16 años, empieza la preparación para la vida independiente, la cuenta atrás para abandonar el centro y volver con su familia de origen o incorporarse a un programa de emancipación porque no haya alternativa familiar. Los que vuelven con sus familias lo hacen al mismo entorno del que fueron retirados en su momento, a pesar de los programas de intervención familiar en los que participaron y que no modificaron los suficiente sus competencias parentales para que se diera, antes de la mayoría de edad, una reincorporación familiar. Regresan pues a contextos en los que siguen presentes los malos tratos, el abuso o la negligencia, y se adaptarán a ellos, y con modelos relacionales dañinos, que reproducirán. En este regreso a su sistema familiar de origen su sentido de pertenencia se verá comprometido en muchas ocasiones, él/ella no se reconocerá o no lo reconocerán como parte del mismo. Hace unos días uno de nuestros chicos, que vivirá esta situación en algo más de un año, nos decía que él era un «gitano apayado», no se reconoce en ocasiones como los suyos y los suyos no lo reconocerán tampoco en muchas ocasiones.
Sus importantes carencias afectivas harán que busquen una relación de pareja en la que encontrar apoyo y cuidados, en la que se sientan reconocidos y validados como personas valiosas y queribles, en la que puedan experimentar la incondicionalidad y la presencia de un otro, con la que proyectarse como familia diferente a la que ell@s tuvieron, con la que empezar a construir su propia red de apoyo y seguridad. Esta necesidad de cubrir sus carencias les llevará, en muchas ocasiones, a establecer relaciones disfuncionales (maltratantes, abusivas, dependientes…) que les dañan y reabren su herida primaria, revictimizandolos y reforzando la idea de que ellos no son valiosos, importantes, queribles y que siempre van a ser abandonad@s y/o maltratad@s.
La ciencia nos dice, en concreto la neurobiología, que el cerebro no termina de formarse hasta los 25 años; el córtex prefrontal es la zona que experimenta un período de desarrollo más prolongado y esta región cerebral es importante para funciones cognitivas superiores como la planificación y la toma de decisiones, jugando un papel clave en el comportamiento social, la empatía y la interacción con otros individuos. Los datos sociológicos nos confirman que la edad media en la que l@s jóvenes se independizan supera los 30 años, que muchos estudian hasta mas allá de los 25 años, que el acceso al mercado laboral de l@s jóvenes es difícil, y cuando lo hacen es precario e inestable, que tienen dificultades para acceder a una vivienda … ¿Por qué entonces el sistema de protección se empeña en independizar a sus “hijos” a los 18? Un/a joven, que no pertenece al sistema de protección, cuando se independiza lo hace desde una base segura, su familia, a la que puede volver cuando se sienta en peligro, y cuenta además con una red de apoyo activa que, la mayoría de las veces, dará respuesta a sus necesidades. L@s jóvenes que abandonan el centro de protección pierden esa base segura, que hasta ese momento era el centro, y deben trabajar ell@s su propia red de apoyo, mas allá de la que tenían en el centro. Se hace duro dejarlos ir sabiendo que deben enfrentarse a un futuro para el que todavía no están preparados, y en muchas ocasiones cargando con una mochila demasiado pesada, pero confiando en ese superviviente que llevan dentro, al que tan bien conocemos. Ell@s no tendrán una familia que l@s acompañe que l@s sostenga en las dificultades, que disfrute de sus logros y les recoja en sus fracasos, que los ayude a levantarse y los impulse hacia sus objetivos.
Muchas veces pienso lo duro que será para ellos vivir esa soledad personal, no tener algo suyo a lo que recurrir en determinados momentos, cómo será cuando tengan pareja y esta cuente con una red de apoyo, gestionar emocionalmente por qué ellos no tuvieron esa oportunidad, cómo se sentirán cuando a sus hijos no puedan ofrecerles su familia, con la que relacionarse y en la que crecer y desarrollarse, cómo será no poder aportar a la familia que ellos forman «su familia primaria», cómo vivirán la crianza de sus hijos y cuánto les resonará,… Estos días pensaba que la red familiar está íntimamente relacionada con la red social, (por ejemplo, los amigos de tus padres serán parte de esa red social tuya y los hijos de esos amigos también pueden formarla) es decir, una parte importante de tu red social se generará desde tu red familiar; si careces de la red familiar será mas difícil crear y mantener la social. El ultimo libro de Pepa Horno, «Metáforas para la consciencia», en la metáfora del Árbol dice que nuestros vínculos horizontales, los que creamos en la vida que no necesitamos para sobrevivir, pero que la hacen mas bonita son las ramas. Los vínculos verticales, raíces y tronco, son nuestras figuras de apego y aquellas que dependen de nuestros cuidados (por ejemplo hijos). Pues la metáfora acaba diciendo que cuando necesitamos sanar una herida, necesitamos a nuestra red, no solo la raíz, y para ser una raíz sana para otra persona necesitamos una red de ramas que cobijen el nuevo brote, pero también que alimenten y sostengan a quien hace de raíz.
También deberán afrontar el estigma social que supone ser un joven que ha vivido en el sistema de protección, por desconocimiento de la sociedad de los motivos que llevan a l@s niñ@s a los centros. Falta ese reconocimiento como victimas que tan necesario es en su proceso de recuperación y reparación del daño.
Esta semana hemos vivido la despedida a un@ de nuestr@s jóvenes en el centro cuya experiencia puede ser un resumen de este post. Años de intervención familiar capacitando a uno de sus progenitores, dos propuestas de desamparo, por dos equipos diferentes y con dos años de diferencia entre ellas sin que la entidad protectora los avalase, una tercera propuesta y su ingreso en centro cuando tiene 16 años. Llega con elevados consumos, daño emocional muy grave y dispuesto a “pasar el mínimo tiempo en el centro esperando cumplir los 18”. Todavía no sabía que en el centro le esperaba su tutor@ de resiliencia, es@ que primero conectó con él/ella y luego sintonizó con su dolor; eso le permitió estar a su lado aunque no entendiera o compartiera lo que hacia, y él/ella empezó a sentirse seguro, protegido y aceptado. Su tutor@ puso sobre él/ella esa mirada apreciativa que iba mas allá de sus conductas y sus palabras, fue capaz de escucharlo con los ojos (Iñigo Martínez de Mandojana, Profesionales portadores de oxitocina) y de trasmitirle en la cotidianeidad su incondicionalidad, demostrándole que era lo suficientemente buen@ para ser querid@, capaz, valios@. Y juntos iniciaron ese camino hacia la resiliencia, él/ella empezó su proceso resiliente y su tutor@ lo acompañó creando un contexto posibilitador y transformador por el que transitar, demostrándole que si las relaciones dañan también pueden ser sanadoras. Al despedirse de su tutor@ le dijo que “había sido feliz por primera vez, que sabía que estaría siempre ahí disponible para el/ella, que finalizaba una etapa bonita pero empezaba una nueva”. Se va con un trabajo, en una de nuestras empresas de inserción, continúa formándose y se incorpora a un programa de emancipación. Se va sabiendo que su tutor@ es esa base segura a la que podrá volver cuando se sienta en peligro.
Creo que la sociedad del siglo XXI no se puede permitir, y no deberíamos consentirlo, que los niños crezcan en centros y no en una familia. Tener una familia debe ser un derecho fundamental, la de origen o una alternativa a la mayor brevedad posible. Estoy convencida que el mundo cambiaría en una generación si tuviéramos medidas protectoras eficaces para la infancia, capaces de proteger a l@s niñ@s y adolescentes y ofrecerles alternativas adecuadas a sus necesidades, en el contexto más adecuado: acogimiento o adopción o centro cuando estas medidas no sean viables, aunque pienso-idealizo-sueño que siempre hay una familia para cada niñ@. Pero para ello se necesitan políticas que miren a la infancia, que la prioricen, que inviertan en ella y no gasten en ella, que promuevan la corresponsabilidad de todos en la protección de los niños, una sociedad que ponga en valor la crianza y la infancia, que dote de profesionales cualificados y de modelos bientratantes a su sistema de protección y a los recursos de apoyo, que promueva la prevención desde todos los ámbitos de la sociedad, que para tomar decisiones estas se ajusten a los tiempos de los niños y no al de los adultos o los administrativos,…
Me gustaría que se apostara por el acogimiento y la adopción, con los recursos necesarios para hacer una buena selección de familias, una formación adecuada a las mismas, un acompañamiento al acogimiento y a la post adopción, facilitando a las familias los recursos necesarios para que sus hij@s se desarrollen sanamente y se repare el daño que han sufrido. Y que el resto de sistemas (educativo, sanitario, salud mental, judicial) actuaran desde la corresponsabilidad y garantizaran un entorno y una atención bientratante, reparadora y garante de los derechos de l@s niñ@s y adolescentes.
P.D.: Suelo ponerle música a mis momentos y a este post le he puesto como banda sonora la canción de Beret “Ojalá”.
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