Uno de los problemas que suelen presentar los niños y niñas adoptados, sobre todo los que lo han sido en la segunda infancia soportando en su mochila, durante años, la dura carga del maltrato y/o el abandono, son las alteraciones del comportamiento, que desde nuestra óptica son siempre consecuencia de trastornos del apego.
Quiero ofreceros una reflexión creativa de mi amigo y colega Óscar Pérez-Muga: Los padres adoptivos, desde su referencial, tratan de aplicar las pautas educativas que ellos consideran adecuadas: si el hijo/a se comporta mal: le reprenden, le castigan (por ejemplo, sin la videoconsola) le explican, dialogan con ellos/as…
Pero en ocasiones, las conductas que los niños/as pueden presentar son altamente perturbadoras para el adulto. Pueden ser comportamientos oposicionistas (discutir, negarse, resistirse a cumplir una orden, faltar al respeto al adulto, mentir, hacer lo contrario…) que mantenidos en el tiempo, minan la paciencia de los padres y madres adoptivos/as. Otras veces, no saben qué hacer ante esas conductas, les desbordan y pierden la calma. . “Nada parece funcionar “No sé qué hacer” “Reconozco que me altero, pero es que me saca de quicio” Existen muchos tipos de adultos: los hay más calmados, tranquilos y los hay que se crispan más fácilmente. La autotranquilización es un aspecto que debemos trabajarnos todos y todas los que convivimos con estos/as niños/as: padres, madres, maestros/as, educadores/as, psicólogos/as… Es un requisito indispensable.
De cualquier manera, con perfiles de niños/as con severos problemas de conducta, no es extraño que el padre o madre desbordados, respondan con frases como: “eres un desastre” “así no vas a ninguna parte” “eres malo” “eres un loco peligroso” e incluso peores. Muchas veces el castigo agrava las cosas porque gatilla la rabia del dolor asociado al maltrato. Además, no se benefician del mismo porque muchos niños/as no hilan causa-efecto. Otros/as no aprenden de las pautas tradicionales de modificación de conducta porque tienen una limitada capacidad de mentalización, para comprender que el otro tiene una mente diferente con pensamientos, ideas, sentimientos… De ahí las dificultades con la empatía y de ahí que se sientan más atacados y maximicen las estrategias negativas aprendidas para hacer frente a las amenazas reales o percibidas, pues en un entorno amenazador vivieron y trataron de sobrevivir
Se suele empezar a tratar de cambiar las conductas con los procedimientos o disciplina que cada uno utiliza según su referencial y su saber. Y, además, como comento, se tiende a descalificar al niño o niña con mensajes negativos (en la creencia de que estos mensajes, junto con la disciplina, harán que cambie) que van generando un autoconcepto de niño o niña malo o mala que se va gestando a lo largo del tiempo. Ese autoconcepto será fruto del espejo que el adulto le ha ido devolviendo a su hijo/a a lo largo del tiempo. Y progresivamente, gran parte de la identidad, de quién soy yo, se construirá desde la convicción de creerse esas etiquetas que ha ido interiorizando en la relación con los padres y madres. Y al llegar a la adolescencia, con la crisis y los cambios que esta etapa supone, estallará una auténtica bomba de rebeldía, enfrentamientos, desencuentros y en el peor de los casos, la persistencia en comportamientos destructivos o autodestructivos.
Al etiquetar a alguien, lo que hacemos es que se comporte de acuerdo con esas etiquetas. En un reciente post titulado Cómo podemos influir más positivamente en el desarrollo, mi amigo y blogero Alberto Barbero, que habita en Caminos de «formAcción» nos contaba que en una técnica que él suele utilizar en sus sesiones formativas en equipos de empresas, al colocar a una persona un casco con una etiqueta negativa (“vago”, “tonto”, “apagafuegos”, “mentiroso”, etc) la persona, en la dinámica grupal, tendía a comportarse de acuerdo con esa etiqueta. Algo así le ocurre al niño/a si nuestros mensajes hacia él cuando se comporte inadecuadamente, son etiquetadores y demoledores.
Pero si nuestra narrativa (desde el principio, esto es importante) hacia el niño/a es la de ser firmes con las conductas negativas (claro que sí, no vamos a consentir que nos dañe o se dañe) pero a la vez mantenemos unos mensajes que aporten una explicación de por qué le ocurre, por qué se comporta así, desculpabilizadora y poniendo en acento en que él es una víctima de una situación que él no eligió, que está luchando contra esas conductas producto de un sufrimiento y que puede cambiar y debe cambiar y nosotros le vamos a ayudar, le vamos a apoyar en ese cambio, entonces su autoconcepto se irá construyendo desde la resiliencia (brindarle apoyo y afecto y ponerle límites, los dos ingredientes necesarios).
El niño o niña debe recibir esta narrativa que ponga de relieve que él como víctima primero y después como héroe luchador, va a poder afrontar esa tendencia a perder el control emocional, a sobrepasarse, a superar una racha depresiva, a poder regresar a clase, a controlar su agresividad…
Por lo tanto, debemos empezar por el autoconcepto, fortalecerlo, poner el énfasis en ello pues así estaremos contribuyendo a generar una identidad positiva llegada la adolescencia y sus conductas negativas irán desapareciendo o disminuyendo, al menos. Pero no hay que empezar por obsesionarse tanto con las normas y la disciplina. Estas deben existir adecuadas a la edad madurativa del niño, con firmeza y límites estructurantes, pero subrayando la necesidad imperiosa de transmitir narrativas que le permitan al niño/a explicarse que lo que le pasa, sus alteraciones, son producto de un sufrimiento. Explicar no es justificar, es proporcionar elementos de resiliencia. La aceptación, como dice Maryorie Dantagnan, debe ser fundamental: aceptar siempre a la persona, pero no tolerar las conductas que dañen.
Este artículo pertenece a su magnífico blog. Buenos tratos.Apego, trauma, desarrollo, resiliencia.
Recomendamos su libro “Vincúlate. Relaciones reparadoras del vínculo en los niños adoptados y acogidos”.Ed. Desclée de Brouwer,(sept. 2015)
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