Otro de los temas prohibidos es el del maltrato que han sufrido los niños en sus vidas anteriores. A veces, éste es conocido porque está escrito en las sentencias y documentos que tienen los padres, pero en ocasiones los datos, aunque no están reflejados explícitamente en ningún papel, se encuentran grabados en el cuerpo del pequeño en forma de cicatrices. Sea de la forma que sea, los padres, que años atrás habían comprendido la importancia de que sus hijos supieran todo lo referente a sus vidas, no se sienten capaces de enfrentarse a la verdad, y se la ocultan, pensando que así les harán menos daño. Pero son ellos los que no pueden enfrentarse al dolor, al de su hijo y al suyo propio. El haber sufrido maltrato es algo terrible, pero los padres están ahí para acompañar y contener el sufrimiento, no para reprimir los sentimientos e inquietudes. Cuando no dan al niño la oportunidad de expresarlos y mantienen el silencio o la mentira, suele ser porque ellos no pueden expresar sus propias emociones y lo que consiguen es generar inseguridad en el niño, y a larga dificultades en la vinculación.
Cuando un niño pregunta: “¿por qué me pegaban con el cinturón? o ¿por qué me dejaban encerrada en el armario?”, los padres se sienten sobrecogidos, y muchas veces es su propia angustia la que no les deja responder. No se trata de dar una respuesta que justifique una acción tan execrable, nunca la hay. Se trata de poder consolarle sin hacerle sentir culpable de lo que le pasó y sin transmitirle más angustia de la que ya tiene. Pero esto no siempre es fácil. No todos los padres están preparados para asumir el malestar que genera este tipo de situaciones, por eso muchas veces evitan las conversaciones en las que pueda surgir el maltrato.
Una niña de diez años, adoptada con siete, me preguntaba con preocupación: “a ti, sí te podré contar cómo me pegaban, ¿verdad?, porque cuando se lo empiezo a contar a mi madre, llora tanto, que dejo de hacerlo, y ya no lo intento; pero tengo necesidad de contarle a alguien las cosas malas que me hacían”. Esta niña tuvo la oportunidad de poder hablar de su maltrato, primero conmigo, y después de un trabajo psicoterapéutico, también con su madre. Pero hay otros niños que por los miedos y las ansiedades de los padres, no pueden expresar el daño que llevan dentro.
El abuso sexual es un tipo de maltrato infantil difícil de enfrentar. Muchos padres pueden sentirse identificados, por haber pasado en su infancia por situaciones de abuso de diferente gravedad, y además pueden sentirse indignados, furiosos, tristes, agresivos, impotentes, y una amalgama de sentimientos de difícil manejo, que como en las situaciones anteriores, con frecuencia les lleva a evitar temas tan dolorosos y delicados de tratar, optando por la evitación o la negación, privando a su hijo de expresar la angustia que le han provocado esos desagradables acontecimientos.
El abandono es el peor tipo de maltrato que puede sufrir un niño, y como tal, el dolor que produce en los padres es tan elevado que las reacciones de negación que provoca en algunos tan sorprendentes. Al hablar de este tema en la consulta, en muchas ocasiones, y quisiera subrayar muchas, los padres han dicho: “es que mi hijo no ha sido abandonado”, refiriéndose a que su hijo estaba en una casa de acogida y que, como no era consciente de cuándo le dejó su madre biológica, no tiene por qué tener conciencia de abandono. Al explicarles que el niño, por muy pequeño que sea, aunque no recuerde, tiene la sensación del abandono, se niegan a creerlo, y con frecuencia se requiere un trabajo psicoterapéutico dilatado para que lo comprendan.
El abandono del hijo conecta con el abandono y las pérdidas que los padres han sufrido durante sus vidas. Les remueven sentimientos y emociones que proyectan en el hijo, y todo esto, unido al deseo de evitarle sufrimiento, provoca que los padres no puedan enfrentarse al abandono del hijo, negándolo o disfrazándolo.
Una familia consultó porque su hijo de diez años no aprendía. El niño leía un texto pero no retenía nada, era como si paseara sus ojos por las letras. Al llegar a la última palabra de la hoja, no se acordaba de la primera. Sus padres mencionaban de pasada el hecho adoptivo y al proponerles entrevistar al niño, el padre “me prohibió” utilizar la palabra abandono, puesto que el niño no tenía por qué saber eso por el dolor que podría producirle. Al indagar en la historia de los padres, resultó que el abuelo paterno había muerto cuando el padre adoptivo tenía diez años, precisamente la edad que tenía el niño cuando le trajeron a consulta. Parece bastante claro que es el duelo no elaborado del padre adoptivo por su propio padre, su propio sentimiento de pérdida, el que se deposita en el niño, no permitiéndole elaborar el duelo de su abandono. Además, al no permitirle tener acceso a su historia previa, al no permitirle “saber” sobre su pasado, también le estaban impidiendo incorporar cualquier tipo de aprendizaje.
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