Mi hijo ha hecho que quiera ser mejor persona, que quiera sanar heridas que llevaba muy dentro y con las que me había acostumbrado a vivir. La resignación es una palabra que no cabe en mi vocabulario de madre. No puedo resignarme ante su dolor, ni ante mis errores. […]
Creo que el primer aprendizaje que necesité para dar ese paso fue aprender a perdonarme a mí misma. Al principio, estaba tan obsesionada con hacerlo bien que no me perdonaba los fallos. Era como si mi hijo me hubiera obligado a mirar un espejo donde se veía la mejor y la peor de mis caras, de mis rostros, como si hubiera sacado lo mejor y lo peor de mí. Y al principio cada vez que me equivocaba, porque me enfadaba de más, porque gritaba, porque no había sabido interpretar las necesidades de José, porque había sido impaciente… cada vez que ocurría todo eso, y sobre todo, cada vez que sentía que podía haber hecho daño a José, me sentía mala persona, la peor de las personas. Sin embargo es imposible no equivocarse, los fallos llegan siempre, seguro, y por muy mal que me acostara, por mucho que me atormentara al día siguiente tenía que levantarme y volver a ser madre.
Me di cuenta de que si no lograba perdonarme los errores que cometía contigo, al día siguiente las cosas irían peor, porque tu sonrisa y el amor con el que me recibías me hacía sentir más culpable aún. Pensaba: “mi hijo es mejor persona que yo”. Y de hecho creo que lo eres, porque eres más limpio de corazón y más generoso. En eso los niños siempre nos lleváis ventaja a los mayores.
Además, la madrina de José me hizo darme cuenta de algo importante: si no me enfadaba nunca, ni lloraba nunca, ni mostraba mi debilidad, corría el riesgo de dar a José un referente de modelo aparentemente perfecto, sin debilidades, que es el que luego él iba a tratar de imitar, y eso podía hacerle sufrir mucho. Si era capaz de mostrarle mi debilidad, también me mostraba humana, vulnerable y capaz de vivir a la intemperie, de perdonarme y volverme a levantar. De ahí también mi norma de llorar delante de José cuando lo necesito.
Mucha gente cree que el perdón es un elemento importante de las relaciones entre padres e hijos para resolver los problemas que van surgiendo. Desde luego lo es, pero creo que hay un perdón previo: el que los padres debemos damos a nosotros mismos. Esa mirada compasiva, tierna y profunda desde la que también podamos mirar a nuestros hijos.
Al fin comprendí que si no era capaz de sentir algo de compasión por mí, no podría sortear la culpa para llegar al amor que siento por ti y para mirarme a ese espejo que son tus ojos.
Y en ese sentido creo que es importante señalar que perdonarme no significa excusarme ni justificarme, sino aceptarme como soy, con mi limitada humanidad.
He hecho cosas a mi hijo que no son excusables. Cada vez que le he gritado para lograr algo, aunque tuviera razón en lo que pedía, por ejemplo. Nada justifica mi grito, es tan sólo que no he sido capaz de resolver mejor la situación. Espero aprender a hacerlo la siguiente vez que afronte una situación similar. Creo que las relaciones humanas son muy complejas y creo que incluso en el mejor de los amores, a veces he hecho daño y he de poder compadecerme de mis limitaciones para seguir sintiéndome digna de amar, no sólo de ser amada. Esto que he visto mucho en las familias con las que trabajo, personas sufriendo y convencidas de ser malos padres, lo he vivido también en mi propia carne.
Y es fundamental poner ese daño encima de la mesa porque la rabia se va casi siempre, el enfado se pasa, pero el daño hecho, si no lo curamos, queda y hiere. Reconstruir el vínculo en una relación tan importante como la que tengo con mi hijo para mí ha sido una constante necesidad en este tiempo, cada vez que era consciente de haberme equivocado. Pero nunca hasta ahora supe hasta qué punto el perdón empieza por mí misma.
Pero: ¿cómo reconstruir la relación con José cuando le hice daño? Pasando tiempo juntos, dejándole expresar lo que siente por lo que he hecho, pidiéndole perdón explícitamente y demostrándole con mis hechos que lo siento y que pretendo que no vuelva a ocurrir. Y no olvidando que hay que querer perdonar pero también hay que querer que te perdonen y ambas cosas requieren esfuerzo. Y que la opción de perdonarme una vez que he hecho determinadas cosas ya no es mía, es de José.
Hay veces que cuando le pido perdón a José, me perdona enseguida, hay otras veces que tarda algo más, aunque yo siempre pienso que ojala tuviera yo su generosidad, porque nunca tarda más de cinco minutos. Asumir que la gente tiene derecho a perdonar y a no perdonar empieza asumiendo que mi hijo pueda no perdonarme algún día. Del mismo modo perdonar no significa olvidar, José puede recordar las cosas buenas y las cosas no tan buenas que le he hecho.
No espero que olvides mis errores, sino que los perdones, porque así aprenderás tanto de ellos como de mis aciertos.
Algunas cosas que José me ha enseñado sobre perdonar y ser perdonada son:
• Perdonar y pedir perdón son formas de manifestar mi amor.
• Perdonar es también una forma de reconocer mi necesidad del otro.
• Pedir perdón es una forma de mostrarme humana y vulnerable y como tal, real. Y hacerlo sin agresividad ninguna.
• Pedirle perdón y perdonarle es una forma de ganar autoridad sobre José. Ser capaz de reconocer mis errores, disculparme e intentar cambiar me convierte en el tipo de referente de vida que yo quiero para José, y él así lo recibe.
• Pedirle perdón y perdonarle es la única forma coherente que conozco de enseñarle a pedir perdón.
Cuando dejé que entraras en mi alma, José, que me conocieras con todas mis debilidades y con todas mis fortalezas, fue cuando pude perdonarme, cuando empecé a darme cuenta de que no se trataba de “ser perfecta” sino de caminar juntos, de que no tuvieras nunca la mínima duda de mi amor por ti. El resto lo hemos ido construyendo juntos.
Pepa Horno Goicoechea. Sentirse madre o los tiempos del alma .Querer ser mejor persona del libro Ser Madre, Saberse Madre, Sentirse Madre. Editorial Desclée De Brouwer.
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