“¿Podemos poner límites con autoridad y a la vez educar con amor compasivo? ¿Si somos demasiado compasivos seremos permisivos y blandos? ¿Necesitamos la crítica para que nuestros hijos cambien sus comportamientos y mejoren?”.
Todas estas preguntas me hacen muchos padres cuando les hablo de la educación compasiva. Y la respuesta es que podemos educar con compasión, podemos convertirnos en un modelo positivo y centrarnos en las necesidades de los niños sin perder nuestra autoridad.
La compasión es una capacidad natural del ser humano que nos conecta con el sufrimiento y las necesidades de otros permitiéndonos responder con la preocupación genuina y la bondad amorosa de que estén seguros, alegres y felices. La compasión surge de un corazón abierto y optimista.
La diferencia entre empatía y compasión es que la empatía es ponerse en los zapatos del otro y la compasión es acercarse al sufrimiento y la motivación para aliviarlo, es un proceso, no es una emoción, ni un pensamiento o un sentimiento, esta más cerca de la acción.
La compasión no es apego o aferramiento (pensar que nuestros hijos nos pertenecen y son parte de nosotros mismos), no es indulgencia (no es decirles haz lo que quieras “toma todo el helado que quieras, no es necesario que tomes vegetales”), no es ser blandos ni permisivos (pensar que tengo que ceder a todo para que me quieran y tener pena de que se frustren), y tampoco es tener lástima (no es pensar que son inferiores y no poder confiar en sus propias capacidades).
Es posible tener una educación compasiva que se centra en el niño como persona y esto es muy diferente a la educación crítica que se basa en los resultados. Imaginemos un niño que trae un suspenso en ciencias, un padre crítico castigaría duramente al niño y le diría frases como“eres un vago y un desastre, estoy muy disgustado contigo, que gran fallo…”. Esto es humillar y etiquetar al niño, y da lugar a falta de motivación y confianza, formando creencias negativas como “soy malo, no soy capaz, voy a cometer errores”. Un padre compasivo le diría algo así como “debes de sentirte decepcionado ¿no? Y escucha, esto le puede pasar a cualquiera porque las personas cometemos errores, no eres malo por fallar. Yo te sigo queriendo y te acepto de todas las maneras, pero hay un problema sé que quieres aprobar ¿cómo puedo ayudarte? ¿cómo puedo apoyarte? ¿necesitas ayuda con los estudios?. Quiero que sepas que creo en ti y estoy aquí para apoyarte a lo largo de tu vida”.
La compasión desea la salud y el bienestar de otros, por ello un padre compasivo pone límites a sus hijos para que en un futuro tengan una estructura y sean responsables.
El primer paso para el cultivo de la compasión es la práctica de mindfulness. Consiste en redirigir la atención al momento presente y a la respiración para crear un andamiaje de una mente receptiva y luego poder enviar y recibir compasión.
Para proporcionar una buena compasión a los hijos tenemos que partir de centrarnos primero en nuestras propias necesidades, lo que venimos a llamar “cuidar del cuidador”. La metáfora de la “mascarilla de oxígeno del avión” lo explica de una manera muy clara, “¿Quién se pondrá primero la mascarilla si hay un accidente, el niño o el adulto?”. Muchos padres contestan primero el niño y luego el adulto. Pero no, ¿si le pasa algo a la adulto quien le va a poner la mascarilla al niño?”.
Aquí hacemos referencia a la autocompasión, que consiste en ser testigos de nuestro propio sufrimiento y responder con amabilidad y bondad, tal y como haríamos con nuestros mejores amigos. La autocrítica, la culpa y el estrés no nos ayuda, nos paraliza o nos hiperactiva. Estar en un cerebro reactivo nos hace estar en un estado defensivo (lucha, huida y paralización) y no responder de una manera receptiva y constructiva, con nuestro cerebro superior. Necesitamos enfriar las emociones del cerebro inferior (reactivo) con el cerebro superior (receptivo) y así poder comunicarnos con asertividad y lógica para que nuestros hijos aprendan.
Algunas recomendaciones para fomentar la compasión en familia:
- Céntrate en tus propias necesidades. Te recomiendo que de vez en cuando, por ejemplo unas 3 veces al día, hagas respiraciones profundas, inhalando y exhalando por ejemplo en 4-5 segundos durante unos 3 minutos. De esta manera te aseguras que tienes un cerebro receptivo para poder centrarte en las necesidades de tus hijos y no dejarte llevar por un aluvión emocional.
- Practica mindfulness en familia.Una manera para practicarlo de manera informal es prestar atención a los sentidos en las actividades cotidianas, por ejemplo mientras cocinamos oler, tocar, saborear, masticar despacio el alimento, lo que se dice “deleitarnos en los sentidos”. Lo mismo puedes hacer al barrer, al caminar, en la ducha, etc.
- Piensa que todos tenemos un “yo compasivo” o conocemos a alguien o algo que represente la compasión. Te propongo hacer el siguiente ejercicio:
“Cierra tus ojos y piensa en alguien o algo que encarne la compasión para ti por su bondad, calidez, no juicio y aceptación. Puede ser una parte de ti, un ser querido, maestro, terapeuta, figura espiritual o incluso algún símbolo o imagen de la naturaleza como un árbol con sus raíces fuertes, un sol que irradia su calor y luz a todos los seres, un océano tranquilo, etc., e imagínate que estás frente a esta fuente que irradia compasión. Piensa como actuaría la compasión en una situación que te molesta de tu hijo ¿con qué volumen y tono de voz hablaría? ¿cómo sería su mirada y su lenguaje corporal?, ¿cómo sería su energía?”.
- Cuando tu hijo tenga una conducta negativa piensa qué necesidad puede haber detrás, por ejemplo detrás de sus gritos o llanto “¿qué necesita? ¿quizás necesidades de reconocimiento, de atención, de amor, etc.?” No proyectes, ponte en el lugar de tu hijo.
- No evites los conflictos, son maneras de aprender. Si ha habido algún comportamiento erróneo en lugar de juzgar y etiquetar “eres malo”, entrena la compasión, pregúntale cuando se calme “¿cómo podrías hacerlo de una manera más constructiva, más respetuosa para todos? ¿cómo podrías poner en palabras lo que sientes en lugar de actuar gritando, insultando, etc.?”. También ensaya el perdón, la reparación es un indicador de seguridad en el ser humano, pídele que haga un dibujo, una carta o que haga algo para compensar el error.
- Ayúdale a desarrollar la autocompasión. Pídele que piense en un problema/dificultad que tenga en ese momento o un poco más atrás en el tiempo. Luego que se dibuje a sí mismo y alrededor todas las personas/animales/elementos de la naturaleza (animales, plantas, árboles, etc.) por las que se ha sentido amado y cómo se siente en la presencia de esas figuras compasivas. Después que lleve su mano o sus dos manos al corazón y al inhalar el aire que imagine cómo sería traer ese amor compasivo al centro de su pecho y al exhalar cómo sería distribuirlo por todo el cuerpo. Se puede hacer uso de imágenes como una luz (del color que quieran) que sale de la figura compasiva dándole todo lo que el niño necesite en ese momento para resolver la dificultad (amor, calma, confianza, etc.). Puedes hacerle preguntas como “¿si tuviera voz cómo sería? ¿tendría una voz suave, cálida, fuerte, débil, etc.? ¿si tuviera una mirada cómo sería?¿tienes esa voz contigo mismo? ¿y esa mirada?”. De esta manera les puedes enseñar las diferencias entre la autocrítica y la autocompasión.
- Ensaya enviar buenos deseos al mundo. La compasión es algo que escasea en el mundo y es necesaria para conseguir más paz y equilibrio. Si todos tuviéramos la capacidad de percibir el sufrimiento y hacer algo para aliviarlo, no dañaríamos a los demás ni a todos los elementos de la naturaleza. Por ello, te propongo hacer la siguiente práctica:
“Pon una o tus dos manos en el corazón y envía buenos deseos primero a la persona que esté más cerca de ti y así ves extendiendo a todos los seres queridos, a personas neutrales que no conocemos como el barrendero, la cajera, etc. y termina con todos los seres de la naturaleza. Repite frases como que seas feliz, que tengas salud, que te vaya bien en la vida, o cualquiera que tenga sentido para vosotros”.
- Puedes practicar la bondad amorosa escribiendo en pos-it o papeles cosas que te gusten de tus hijos, de tu pareja, de ti mismo y ponerlos en una caja o en el frigorífico. Invita a toda la familia a que lo haga. Al final de la semana o una vez al mes leerlo en familia y expresar cómo os sentís recibiendo y dando gratificaciones.
- Desarrolla la gratitud en la familia, agradeciendo al final del día tres cosas agradables que os hayan pasado como el sol, una comida, una película, un reconocimiento, un abrazo, etc. Podéis usar un cuaderno y anotarlo, y para no olvidaros de hacerlo ponerlo en la mesilla de noche.
La felicidad se ha asociado a disfrutar de los pequeños momentos de la vida y la felicidad de los padres con amplificar estados emocionales positivos (risas, juegos, afecto, etc.).
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