Son los padres quienes van trasmitiendo a su hijo tanto el conocimiento de la realidad externa, como de la realidad interna-sus miedos, estados de ánimo, etc.-. Le ayudan a diferenciar y orientarse, le sitúan las experiencias en el espacio y en el tiempo, le ayudan también a diferenciarse como individuo, a conocer y construir su identidad separada.
Es función de los padres contener las emociones de los hijos. Porque los niños no tienen capacidad para entender el sufrimiento mental, y tienden a aparcarlo, a expulsarlo violentamente. Meltzer y Harris (1989) han explicado que, para afrontar el sufrimiento, son cuatro las funciones emocionales principales: generar amor, promover esperanza, absorber sentimientos depresivos y pensar.
Éstas son las funciones que verdaderamente ayudan a aprender de la experiencia y, por tanto, promueven un desarrollo sano.
Las explicaremos un poco más:
- GENERAR AMOR: dar amor, con generosidad y gratuidad. La madre -o padre-que cuida con amor permite que el hijo experimente necesidad, pero de manera tolerable, dejando un poco de espacio y tiempo antes de intervenir para ayudarle. Esto favorece la dependencia sana, la seguridad encontrada en aquel que quiere (ama), y permitirá al niño crecer seguro. Cuando la frustración es excesiva, se acaban afectando los lazos de amor y suscitando el odio. Si esto sucede, habrá enfrentamiento, tiranía, amenaza, miedo, etc., y los hijos aprenderán sumisión por sometimiento.
- FOMENTAR ESPERANZA: una atmósfera de esperanza promueve confianza en uno mismo, promueve el deseo y la voluntad de arriesgar y poner en marcha los recursos, estimula las ganas de conocer las habilidades, etc. Fomentar la esperanza y el optimismo promueve también la confianza en los demás, trasmite una visión positiva –sin dejar de tocar el suelo- de las cosas, la convicción de que si se encuentra con algo negativo no impedirá avanzar, progresar en definitiva. Un clima de esperanza ayuda a desplegar vitalidad y recursos y estimula el afán de nuevos conocimientos. En cambio, un clima de desesperación lleva al pesimismo y a la impotencia, a la pérdida de seguridad, a abandonar el esfuerzo, porque “no vale la pena”.
- CONTENER EL SUFRIMIENTO Y LA FRUSTRACIÓN para que no resulten desbordantes y excesivos, para que no se acaben esparciendo o negando –esto aumentaría el dolor y la angustia-. Es muy importante que los padres ayuden a tolerar la frustración y el malestar, porque esto permitirá al hijo aprender de la experiencia. El fracaso de esta función haría que creciera la irritabilidad y los sentimientos persecutorios. Si no se sabe cómo aguantar el dolor, el sufrimiento o la frustración, es fácil acabar viendo peligros por todas partes, verlo todo como una fuente de conflicto, o buscar que otros solucionen las cosas, o bien quedarse bloqueado porque todo es excesivamente difícil.
- DESARROLLAR LA CAPACIDAD DE PENSAR: esto quiere decir ayudar a entender lo que verdaderamente pasa, el significado de las emociones, aclarar las confusiones y las mentiras, desarrollar una actitud crítica, capaz de plantearse y replantearse las cosas. Cuando no existe esta capacidad de pensar, puede acabar predominando la confusión o la incoherencia o las contradicciones o las mentiras. Esto ataca la ética familiar y tiene una influencia destructiva sobre el impulso de aprender. Si falta la capacidad de pensar, la familia se queda enganchada a maneras autoritaristas o tradicionales de funcionar (“porque es lo que siempre se ha hecho” “porque lo digo yo”,etc.).
Hay que aclarar que estas cuatro funciones no se encuentran en estado puro, sino predominante. Lo que es importante es qué sistema de funcionamiento predomina en la familia. Son estas funciones las que hacen posible reconocer los sentimientos y los conflictos, poder nombrarlos, ponerlos en palabras, reconocer las ansiedades y aguantarlas, contenerlas para que no se desborden, y hacer uso de la capacidad de pensar, de comprender lo que pasa, para poder encontrar soluciones, nuevas vías de actuación, etc. Son los padres los que han de asumir estas funciones para que la familia pueda avanzar como tal, para que en definitiva, pueda ser verdaderamente familia.
Evidentemente, todo esto que hemos comentado es válido para cualquier familia, independientemente de cómo esté organizada, cuál sea su modelo, o cómo se ha constituido. Pero es cierto que, en el caso de las familias adoptivas, la manera en que se llega a formar la familia influye directamente en las dificultades que los padres encontrarán, por lo menos en un principio –y también más adelante-.
Como padres, los padres adoptivos han de cumplir las mis-mas funciones que los padres biológicos, pero con un «plus», un añadido que viene de la mano del protagonista principal de la adopción: el niño que es adoptado. Un niño que ha sufrido pérdidas (la de los progenitores, la de personas que lo habían cuidado hasta el momento de la adopción, la de los compañeros de orfanato, etc.) y que ha sufrido carencias. El «plus» de los padres adoptivos es reparar los daños y secuelas de todo esto, de toda la historia previa del niño. Y repararlos con el trato delicado, el cariño y todos los recursos de que dispongan —internos y externos—: tolerando en algunos momentos ciertas cosas o reacciones del hijo, entendiendo que provienen de sus carencias, que quizás el hijo necesite recuperar etapas no vividas. A veces, hay que retroceder, hacer una buena base, para poder crecer con suficiente seguridad.
[…]Así pues aunque las funciones emocionales básicas sean comunes a todos los padres, reconocemos que en los padres adoptivos pueden tener unas características especiales, y que a veces puede resultar más complejo para ellos.(Adopción y vínculo familiar. Crianza, escolaridad y adolescencia en la adopción internacional. Vinyet Mirabent y Elena Ricart. Editorial Herder )
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