“Adoptar es aceptar como hijo a aquel que no lo es de manera biológica, -que es nacido de otra mujer-, para formar una familia”.
Esto dicho así es una definición fría y práctica sacada de una guía de adopción, pero es una frase “la frase” sobre la que reflexionar cuando alguien se plantea la adopción como fórmula para crear o ampliar su familia.
La clave está en la palabra aceptar, porque precisamente es de lo que se trata.
Adoptar es aceptar sin condiciones.
Como en todos los pasos importantes de la vida hay que reflexionar mucho, hacerse preguntas sin temer a las respuestas y conocerse y no mentirse. Antes de adoptar todo el mundo debería (al margen de exámenes de paternidad para certificados de idoneidad) plantearse preguntas como:
¿Es la genética y la absoluta desinformación sobre la de mi hijo, un tema que pueda llegar a angustiarme? Y aceptar la respuesta.
¿Son distintos los padres biológicos de los de adopción? Y aceptar la respuesta.
Porque sí que somos distintos, porque nuestros hijos lo son, y tenemos que aceptarlo y no me refiero sólo a los niños de raza distinta a la de sus padres y/o hermanos. Es algo que va mucho más allá del porque si adoptas a un niño de otra raza os miran por la calle o tengas que enfrentarte a menudo a preguntas del tipo: ¿es tu hijo…. de verdad…? O ¿son hermanos de verdad…? Porque las familias multirraciales asumimos además la tarea de integrar a nuestros hijos, acompañarlos y darles las herramientas necesarias para que puedan asumir y defender sus diferencias, en el colegio, en la calle, etc.
-Mamá yo quiero parecerme a ti…
(y tu primero te hinchas) ¿Si cariño, y que te gusta de mi?
-que no te llaman china…
-…pues a mí me encantaría tener tus ojos y tu piel y todo por lo que te llaman china.
Una familia adoptiva y una biológica es verdad que desempeñan cometidos similares en la educación y crianza de sus hijos, en cambio son diferentes las fases evolutivas de los niños y de la propia familia, como lo son las necesidades de los niños.
Sin distinciones entre biológico y adoptivo, la aceptación incondicional debe ser un principio universal en la crianza de los hijos .
¿ «Son iguales» los niños que viven con sus padres desde el minuto 0 (o menos 9 meses) a los que son adoptados? No hablamos de derechos, que por supuesto que sí, no nos referimos a queridos ni deseados ni…En qué son diferentes?
Las familias adoptivas hemos de enfrentarnos a situaciones emocionales específicas en función de las vivencias, de las carencias y de las características de nuestros hijos y las propias del proceso de adopción (adaptación, apego, vinculación, búsqueda de sus orígenes, etc.) Por esto tenemos que aceptar y asumir una crianza de nuestros hijos aún más complicada que la de los hijos biológicos.
La adaptación por ejemplo. Podemos imaginar la vuelta a casa de unos padres desde la clínica o el hospital donde una cesárea les ha puesto en los brazos a dos preciosos mellizos, organizarse, las malas noches, la incomodidad de los puntos, la lactancia, la locura de tener que desdoblarse hasta llegar a rozar la ubicuidad…
Nadie cuestiona una maternidad biológica, nadie le preguntará a esa madre si está capacitada o no para criarlos, la madre mira a sus bebés y reconoce los rasgos como suyos y si todo va bien y no hay problemas de salud notables los procesos de evolución en los primeros meses/años de vida juntos son los normales.
Porque los primeros meses y años de los hijos biológicos son sobre todo felices, se les dedica tiempo, se les enseña a reír, se los abraza, se les alimenta…Una de las cosas que descubre una madre adoptiva es que su hijo de 2-3-4 años etc. Entre muchas de las cosas que debería saber y desconoce es que no sabe dar besos.(Luego, cuando aprenden sus besos son maravillosamente especiales). No saber besar, no dejarse abrazar son circunstancias a menudos frecuentes en los niños que han sido institucionalizados desde temprana edad. y son circunstancias duras, muy duras que se viven en esos primeros tiempos con ese hijo que tanto has soñado abrazar.
Yo me convertí en madre a los 46 años. Que nadie se desgarre las vestiduras. Yo deseaba un bebé. Cuando iniciamos el proceso nuestro certificado de idoneidad era de 0-3 años. Luego, por supuesto mis aspiraciones fueron cambiando y adaptándose a las circunstancias a medida que pasaban los años. El hijo que esperas va creciendo contigo, el rango de edad a medida que pasan los años va cambiando y pasa de ser un ser que probablemente aún no ha nacido, (cuando empezamos el proceso) a un niño que está creciendo en algún rincón del planeta con las carencias afectivas y de todo tipo que todos conocemos, y te agobias, porque eres consciente de que el tiempo de institucionalización incide directamente en el buen desarrollo de los niños y a mas tiempo, mas retrasos, es así para todos, y tratas de imaginar al que será tuyo, uno entre los cientos de miles…
Pero la burocracia sigue su curso, los papeles retenidos por trivialidades,: un funcionario despistado…otro de vacaciones, un certificado traspapelado…miles de ridículas mal llamadas razones que separan a padres deseosos de adoptar, de niños que necesitan ese amor para crecer, para vivir y que toda esa indolencia que se va multiplicando exponencialmente en los despachos y se convierte en meses de mala alimentación, enfermedades mal atendidas, culitos escocidos, extremidades débiles, retrasos motrices y neuronales y muchísimas carencias para los niños hacinados en instituciones en las que no pueden proporcionarles las atenciones y los cuidados individualizados que tanto necesitan.
Y lo aceptas, acabas reconcomidas las entrañas pero aceptando que el sistema es así y nada puedes hacer, por mucho que estés pendiente de cada certificado, de cada paso, de cada plazo, es como darse de bruces una y otra vez contra un muro cada vez más sólido e incluso te subes al carro de la providencia: “todo es por algo” “aún no ha llegado el momento porque aún no está para ti ese niño que el destino te tiene preparado”…
Con tesón, paciencia y mucha fe, de pronto tras años –muchos, demasiados- de no cejar en el empeño, cambian los rumbos y los vientos y ya no es uno sino dos, los que vienen y con edades dispares y sin saber nada, a ciegas aceptáis ir a un país lejano y extraño del que apenas nadie ha oído hablar, aceptas que manejen los hilos de tu vida como si fueras una marioneta y tu futuro depende de personas extrañas, totalmente ajenas y lo más importante de tu vida, tener un hijo, y a 7500 kilómetros de tu casa, depende de personas a las que tú y tu futuro les tiene sin cuidado. Y por tu deseo de ser madre/padre aceptas las reglas y superas los miedos y cruzas los dedos y cuando todo pasa tras aquellas no siempre inteligibles fronteras y te encuentras en tu casa con dos niños de mirada rasgada por su raza y por la incertidumbre… es cuando empieza en realidad la auténtica adopción.
Hasta ahí lo demás «sólo» son papeles y tramites que te conducen hasta los niños, ahora son tus hijos para siempre y para siempre eres responsable de sus vidas, de su seguridad, de su felicidad, para siempre. Al fin somos una familia, cuatro para todo y todo para cuatro.
Y los miras -no dejas de mirarlos- y no tienen nada tuyo, no poseen tus facciones, y les hablas y no te entienden y lloran y no les entiendes y los quieres, claro que sí, pero todavía no has internalizado esas emociones que tan a flor de piel se suceden. No son dos bebés, son dos niños, pequeños, indefensos, con muchas vivencias ya a sus espaldas y ahora están en un país extraño con dos extraños que hablan extraño de los que dependen para todo. Y su corta vida no incluye las palabras “amados” “felices”, “seguridad”, ni todas aquellas que para cualquiera de nosotros esta intrínsecamente unido a la palabra infancia. Todo, lo bueno o malo, lo mucho o lo poco que conocían está a 7500 kilometros de distancia, y pese a todo, aquello que dejaron atrás era la vida que conocían, era su «seguridad».
Seguridad, apego y vínculo son palabras de peso exentas de contenido al principio y son metas necesarias en ambos sentidos y todos nos convertimos a la vez en espectador y protagonista de una vida distinta y hay que acostumbrarse a muchas cosas nuevas para todos, hay que aceptar cada novedad del signo que sea.
Todas las familias adoptivas deben prepararse mucho y además conocer la larga lista de tareas, sobre todo en el plano emocional que van a tener que abordar. Ligar la realidad del pasado de esos niños antes de ser nuestros, con el presente y futuro de nuestros hijos en una sólida historia personal, es una tarea que soporta mucha responsabilidad y que requiere o requerirá aceptar y superar nuestras propias limitaciones, ayudar a que nuestros hijos se reconcilien con su pasado nos obliga a reconciliarnos con el nuestro y tendremos que enfrentar y afrontar todos nuestros miedos para ser capaces de ayudarles a enfrentarse a los suyos.
Y si en algo se parecen las familias biológicas a las adoptivas y los niños adoptivos o no, es en que no sólo necesitan amor o alimentos para salir adelante. Como para todas las cosas importantes de la vida se necesita mucha presencia y coraje.
Es importante contar con ayuda , alguien con quien hablar sin poses ni tapujos sobre los esfuerzos y los logros, sobre las desorientaciones y los desalientos, alguien que de verdad entienda que si te quejas no quiere decir que desistas, ni que si estas agotada y al límite estés pensando en desertarAalguien que no se crea en la necesidad de «publicitarte» a tus hijos si te quejas de alguno, ni corra a enumerarte sus bondades, si expones abiertamente el disgusto por alguna de sus actitudes. Alguien que sepa que hablar de los problemas, desahogarse, no quiere decir que no los ames incondicionalmente, independientemente de sus éxitos, fracasos, logros o dificultades.Todos pasamos por momentos malos, por situaciones complicadas con nuestros hijos, porque tenerlos es un reto enorme. Pero si unos padres biológicos se quejan o buscan ayuda o se apuntan a una escuela de padres, nadie pone en tela de juicio su decisión de haber sido padres, nadie diría que se han equivocado al haber buscado «tanto» el ser padres…
Todavía hay muchas familias adoptivas que se sienten aisladas porque se creen que son las únicas que enfrentan problemas derivados de su opción, problemas o angustias que esconden en la trastienda y se comportan en público como la familia de Stuart Little. Ojalá encuentren apoyo y sean capaces de perder los miedos y compartan sus inquietudes porque es otra manera de aprender a normalizar, a conciliar los muchos momentos de plenitud, con los también muchos momentos de frustración (como en todas las familias) Y que tengan presente que no se es peor padre/madre ni nuestras familias son de segunda división por afrontar problemas propios de las circunstancias que nuestros hijos han sufrido, ¡al contrario! Somos familias de campeonato y que a todos -incluidos los niños-, nos cuesta conciliar lo que soñamos con la realidad y para poder conciliarlo hay que aceptarlo, pero no solo en esto, sino en muchas áreas de la vida.
Escrito por:
Mercedes Moya Creadora y directora de adopcionpuntodeencuentro.com. Plataforma virtual de divulgación de recursos y contenidos sobre adopción. Y de blogs de diferentes temáticas.
Escritora y creadora de contenidos para páginas web.
Autora de :«¿Yo tengo dos mamás?» Cuento infantil para ayudar a integrar a la madre biológica. Y de«Mariposas en el corazón. La adopción desde dentro».Libro Coral.Y coautora de «¿De qué color es mi mariposa?» Un cuento para ayudar a los niños a hablar de su adopción.
Actualmente está preparando una serie de cuentos infantiles bajo el lema “Cuentos que ayudan a los padres“.
Mar
Me encanto el articulo. He visto reflejada a mi familia en cada linea.
Me gustaria comentar que si no fuera por mi pequeño grupo de padres adoptantes, me volvería loca. Ellos son mis amigos, mi consuelo ante las dificultades, mi hombro para llorar y los ánimos para seguir. Son el pequeño mundo donde puedo compartir y me siento comprendida. Mas que la escuela de padres, las consultas a especialistas o la lectura, ellos son mi terapia y cada poco tiempo me hacen falta. Ojala supiera darles las gracias como merecen.
Mar.
Patricia Goñi
Mercedes me ha gustado muchísimo esta reflexión tan sincera que haces!
Yo soy hija adoptiva y mi situación es muy diferente ya que tengo 43 años y fui adoptada con tres días, asi que en mi tierna infancia sentía a mis padres como míos en todos los sentidos, y aún sabiéndolo todo desde que tengo cinco años los he seguido sintiendo igual.
Pero es cierto y esto yo lo he visto en la edad adulta que hay una tendencia general a normalizar lo que no es normal. Claro que el amor por ambas partes puede ser brutal e incondicional ! Pero es muy importante que en todo momento se respete ese origen .
Por que por mucho que nos empeñemos no somos igual que todo el mundo ni nosotros como hijos ni vosotros como padres , ambas partes hemos tenido que afrontar y asumir cosas que otros no lo han tenido que hacer, y esto no tiene por qué ser malo , según lo enfoques puede hacer de ambos personas resilentes .
Y tienes razón hay que rodearse en esta vida de personas que escuchen sin juzgar.
Animo seguro que lo haces fenomenal, ya solo por el hecho de plantearte todo esto tienes muchos puntos ganados.