Debemos considerar el sufrimiento de las parejas que no han podido engendrar y que se han visto obligadas a transitar por un gran periplo de frustraciones continuadas. Han sufrido mucho y han vivido situaciones extremadamente dolorosas a causa de las dificultades para engendrar, y generalmente lo han sufrido sin ayuda psicológica de ninguna clase.
Después de muchas experiencias cargadas de decepciones para convertirse en padres biológicos, y después de haber podido hacerse a la idea de recurrir a una adopción como único camino para conseguir la paternidad, suelen sentirse íntimamente merecedores de lo que piden, desean que los profesionales que les atienden también lo vean así y no pueden entender una respuesta negativa. Son personas que, en el fondo de sí mismas, también se sienten abandonadas, en su caso por el hijo propio que creen no poder tener, y que se hallan en una situación emocional de fuerte hipersensibilidad. Desearían sentirse acogidas y valoradas muy positivamente para poder recuperarse de sus desengaños. Además, como no suelen ver la necesidad de llevar a cabo una exploración especializada, a menudo se quejan de haber recibido un trato frío y distante. No pueden hacerse cargo de que los profesionales, para poder entender el funcionamiento mental de las personas, deben mantener una actitud profesional, que debe ser amable y respetuosa, pero nunca debería ser el tipo de contacto que ellos probablemente desearían: el que puede existir con una buena amistad.
Muchas parejas, y seguiré refiriéndome exclusivamente, porque son las personas que conviven con mayor dolor, a aquellas en las que alguno de los dos miembros, o ambos, tienen problemas para engendrar, cuando llegan a pedir una adopción saben que están quemando el último cartucho para convertirse en padres. Durante todo el proceso lleno de fracasos para intentar tener un hijo propio, han ido escuchando, en boca de los diferentes profesionales que les han atendido y también en boca de familiares y amigos, que siempre les queda el recurso de adoptar. Para consolarles, tranquilizarles y evitar que se desesperen demasiado, se les presenta la adopción como una solución muy factible. Por ello, cuando comprueban que ya no pueden intentar nada más para tener hijos propios y se inclinan por una adopción, vuelven a ilusionarse y no pueden tolerar que el resultado no sea el que desean. Muchos no pueden asumirlo, lo viven como un auténtico desastre, como el último fracaso de sus ilusiones, como la pérdida definitiva de toda esperanza y, peor todavía, muchos sienten que, sin un hijo, su vida futura ya no tendrá ningún sentido.
Habían ido haciéndose a la idea de adoptar mientras recorrían el largo camino plagado de desengaños continuados. La mayoría hablan del gran sufrimiento que han tenido que soportar cada vez que el resultado de un intento de fecundación ha sido negativo y se quejan de haberse sentido muy solos. En los casos de esterilidad de uno de los dos, solemos constatar que, por el miedo a hacerse daño, ni tan sólo han podido permitirse la libertad de hablar claramente entre ambos de los sentimientos que han ido experimentando el uno hacia el otro, a menudo sentimientos contradictorios.
Llegados a este punto, otra negativa, por muy bien argumentada que esté, o ante un “sería necesario que pudiesen hablar un poco más de ello con un especialista para trabajar determinados aspectos poco madurados”, hace que la desesperación vaya acompañada de fuerte rabia: se sienten aptos para hacer lo que se proponen y llenos de amor por una criatura desvalida que existe en algún lugar del mundo, esperándoles.
[…] En cuanto a las parejas no aceptadas, es muy frecuente que lo vivan todavía mucho peor, porque suelen entender que se les está diciendo que serían unos malos padres, que no son buenas personas o, peor todavía, que se les está declarando directamente malas personas. Algunos llegan a pensar que, por alguna razón, se les tiene manía y no se les quiere dar un niño. Se enfadan muchísimo con la Administración pero, sobre todo, con los profesionales que les atienden.
Durante el tiempo en que las parejas estériles o infértiles están en manos de médicos, están convencidas de que todo el mundo está haciendo todo lo posible para que tengan un hijo. Si no da resultado, no acostumbran enfadarse directamente con nadie: quien falla es la naturaleza o la ciencia.
En cambio en el caso de la adopción la cosa es muy distinta. Si el resultado es negativo piensan que hay alguien que no les quiere ayudar. Ello produce que todo el dolor y toda la rabia acumulada a lo largo del complicado proceso médico estalle violentamente y vaya a parar a los profesionales que representan su última oportunidad. A partir de ese momento, los hay que no pueden renunciar de ninguna manera al deseo insatisfecho y deciden iniciar otros caminos: unos se adentran por la ruta de las denuncias y reclamaciones; otros entran de lleno en el terreno de la ilegalidad. Estos últimos, al sentirse llenos de dolor y frustración están convencidos de haber recibido un trato injusto, consideran justificada esta decisión delictiva, peligrosa para sí mismos y, naturalmente, para el posible hijo que consigan obtener por estos medios.
Mi trabajo en psicología clínica ha hecho que me encontrase con familias adoptivas que no conseguían una vida de familia satisfactoria y me ha permitido ver cada vez más claro que la sensibilización y la información a la población en general sobre la conflictividad normal inherente a los casos de adopción y sobre la posibilidad de tropezar con conflictivas difícilmente resolubles era muy deficiente.
Ha sido muy evidente para mí que a través de los medios de comunicación sólo suele hablarse del goce de adoptar y de ayudar a crecer a un niño desamparado. Ahora bien, si sólo aparecen comentarios de este tipo, y ello suele ser todavía lo más frecuente en, estos mensajes sirven de muy poca cosa a los posibles futuros padres adoptivos, ya que se les fomenta o incrementa el convencimiento de que todo será bonito y satisfactorio. Cuando durante la exploración a la que se ven obligados a someterse, se encuentran con unos profesionales que tratan de hablarles de la necesidad de prepararse adecuadamente, no pueden entenderlo porque nunca nadie les había dicho nada sobre posibles problemas. Cuando se les explica que puede ser difícil ayudar a unos niños que han sufrido graves carencias afectivas y físicas desde el inicio de su vida y que, a veces, también han recibido malos tratos, o bien no se lo creen o ni tan solo lo escuchan, o simplemente piensan que ellos, con su gran carga amorosa, serán capaces de salir airosos de cualquier problema que se les presente.
He ido dándome cuenta de la conveniencia de que los posibles futuros padres adoptivos y la población en general pudiese disponer de una información completa, neutra y objetiva. Sin ello es muy difícil que durante el proceso exploratorio que, en definitiva, tiene la misión de ver si son idóneos o no, puedan hacerse cargo de la complejidad de la cuestión. Cuando alguien se siente obligado a someterse a unas entrevistas que, además de verlas como un obstáculo incómodo, las consideran inútiles, es imposible que pueda apreciar neutralidad en el entrevistador: suelen sentirle como alguien que tiene poder y niños para dar, que no quiere darlos y que hará todo lo posible para descartarle de las listas y para amargarle la vida.
[…]De la misma manera que ser seleccionado para una paternidad adoptiva no quiere decir ser excepcional y maravilloso, no serlo no quiere decir que no se valga nada como persona. Quiere decir, simplemente, que no se dispone de los requisitos necesarios para poder desarrollar satisfactoriamente la tarea adoptiva.
¿Por qué, en el terreno adoptivo una negativa adquiere unas proporciones tan desmesuradas de sufrimiento y de disgusto y llega a vivirse tan y tan mal?
Hay muchas causas, naturalmente: los sentimientos de frustración que se han tenido que soportar durante mucho tiempo sin ningún tipo de ayuda, la gran ilusión por lo que creen que es su última esperanza… Pero, sobre todo, un factor de gran importancia es el hecho de que la adopción no sea entendida como una tarea. Ante el no, aparecen rápidamente, entre los solicitantes que no son aceptados, sentimientos de ser tratados injustamente y, sobre todo, sentimientos de ser considerados como personas incapaces y de poco valor.
[…] Por muy bien que se les expliquen los motivos por los que es aconsejable que renuncien al proyecto adoptivo y se intente darles a entender en qué se basa la decisión de los profesionales, la mayoría no cree lo que se les dice, se sienten insultados y, algunos incluso ven malas intenciones e intereses ocultos en la negativa.Cuando se produce, suelen acudir a un argumento aparentemente irrebatible. Es el siguiente: “Si hay niños para adoptar es porque hay muchos padres biológicos que lo están haciendo muy mal. Y a ellos nadie les ha sometido a ninguna prueba”. Parece que este debería ser el salvoconducto que facilitase la adopción a toda persona que lo desease. Tienen razón en lo de que hay muchos padres biológicos que no lo hacen bien y es cierto que hay muchas personas inmaduras que sería preferible que no hubiesen tenido hijos. Pero nadie se lo puede impedir. En cambio, por ley, las adopciones deben ser supervisadas y otorgadas por los estados implicados y estos tienen que velar para que se evite, dentro de lo posible, que una criatura abandonada pueda seguir pasándolo mal, ella y toda la familia, y que, como consecuencia de este mal vivir, pueda ser maltratada o abandonada por segunda vez.
Carme Vilaginés Ortet . Psicóloga clínica, psicoterapeuta de niños, adolescentes, adultos, parejas y familias. Cuenta con una larga experiencia asistencial a familias adoptivas.
Fundadora del “Centre de Psicologia y Psiquiatria Emili Mira”.
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