Escuchar con los ojos. Iñigo Martínez de Mandojana

Hace poco veía en una charla TEDx a César Bona, el cual insistía en que hay que escuchar a los niños, que hay que volver a los orígenes de la educación, hacerles partícipes de la toma de decisiones y, a su vez, acercarnos a su mundo surrealista, creativo y lleno de posibilidades. El discurso me genera un doble sentimiento. Por un lado, se lo compro, porque no voy a ser yo el que ponga en duda la importancia del protagonismo del niño en su proceso evolutivo ni escolar, pero, por otro lado, puede ser un discurso vacío, sensacionalista y muy comercial. Llevar a los niños al parlamento un día al año y hacer el paripé no es escucharles, igual que trabajar el bullying no es ver la película de Billy Elliot. ¿Sabéis lo difícil que es escuchar a un niño de verdad? A los niños hay que escucharles con los ojos, analizar todo lo que proyectan, cómo se relacionan, cómo expresan, cómo se mueven, cómo sienten. Así sí que escuchamos en atención plena, porque ellos han ido adquiriendo un discurso de supervivencia en el que son capaces de decir lo que quiere oír el adulto. Cuántos profesores, padres o educadores no han sabido percibir en los ojos, en la curvatura de la espalda, en el rastro gris que van dejando ese dolor interior que son incapaces de compartir con nadie. Muchos de los abusos que los niños sufren de iguales o adultos nunca salen a la luz y si lo hacen, en muchas ocasiones es demasiado tarde. Nadie les escuchó.

Juan es un niño con una vida muy complicada. Siempre me ha sorprendido la infancia robada que ha tenido. Sale del colegio muchos días enfadado, le cuesta aceptar el contacto físico, se encara con adultos de tú a tú y, sin embargo, tras la imagen de agresivo y duro se esconde la cosa más frágil que conozco. En clase de música comienza a pintarse el brazo con diferentes rotuladores de colores como un auténtico tatuador. Ha llegado a pintarse la cara o el pecho. Este acto ha tenido para él consecuencias negativas. Una de ellas le llevó a dirección, donde las cosas se pusieron bastante negras. Al final decidieron junto a la madre quitarle los rotuladores para que no se pintara más. Sin embargo, como se puede intuir, no solo no se extinguieron las conductas disruptivas, sino que aumentaron. Empezó a marcarse con el compás. Resulta que Juan adora la música, tiene muy buenas cualidades para ella y en ocasiones ha tenido muy buena sintonía con la profesora. Es un lugar para él de expresión, de hablar, de permitirse externalizar su dolor y su rabia. Pero nadie recoge el guante. Le preguntan por qué lo hace, que si no se da cuenta de lo que interrumpe y distrae… La propia madre, cuando le expongo la necesidad de sacar lo que tiene dentro, le insta a que exprese en otro lado que no sea en clase, con una falta absoluta de sensibilidad.

Que un niño sea capaz de expresar de esta manera es un lujo, porque te está codificando de una forma no convencional que está hecho polvo, en ruinas, que necesita ayuda. Saca su basura delante de ti, sus miedos, sus flaquezas, sus debilidades. Por eso es tan importante conocer sus claves, su idioma. Balizas de SOS que necesita que alguien recoja, desencripte y vaya en su búsqueda. La única manera de poder decodificarlas es darse cuenta de que está encriptando, porque lo que te pide el cuerpo es rock and roll, saltar y meterse en escalada. Asimismo, la utilización de técnicas proyectivas se antoja como un buen recurso para, desde la distancia, poder abordar esos demonios. Hay muchísimas y muy válidas, pero entre ellas la técnica de la caja de arena es una de las que más me gusta emplear, por su potencial integrador y facilitador. A través de la construcción de un mundo en el que se utilizan miniaturas, el niño, adolescente o adulto proyecta sus inquietudes, temores, alegrías, deseos… Unas veces a través de una metáfora y otras en plan hiperrealista. Es una técnica como otras muchas, pero que a mí me ha ayudado a escuchar con los ojos, a entender muchos porqués y cómos. En realidad, la técnica “no hace una interpretación, sino una exploración conjunta del mundo creado en base a unas preguntas guía que lo facilitan”(Gonzalo Marrodán, J. L., 2013). Es un viaje a un mundo al que te invitan y donde accedes a los significados y los símbolos.


En la foto vemos la caja de un niño de ocho años. Estamos en una guerra entre dos bandos: ladrones y militares. En el medio, dos animales muertos por los tiros, que no formaban parte de la guerra. Han sido víctimas colaterales de la guerra. Que un niño de esa edad construya un espacio tan violento y hostil ya está comunicando y esa comunicación da miedo. La historia personal completa nos da pistas de cómo es esa caja.

Dos hermanos que llevan sufriendo una separación infernal entre sus progenitores. El resto lo dice la caja. Él relata lo que sucede y le ayuda a integrar sus emociones e interpretaciones del dolor desde la lejanía que la metáfora te permite. Sintonizar con ese dolor de esos animales muertos, con la hostilidad de estar ahí dentro, es una manera, como diría José Luis Gonzalo, de honrar a ese niño, de reconocer que es un superviviente y transmitirle que nadie debería permitir que eso le sucediera a ningún niño.

Así pues, nos topamos en muchas historias con lo que hemos visto en el capítulo : “traumatización de la víctima”(Del libro: Profesionales portadores de oxitocina. Los buenos tratos profesionales). El doble golpe que viene de fuera hacia dentro, de tu entorno, de las personas que te tienen que proteger y cuidar. Muchas veces es inconsciente o no intencionado, pero las consecuencias son devastadoras. Solo una persona sensible a esos minúsculos cambios, llamadas de atención o conductas explosivas, con mucho tiempo, constancia y entrega va a permitir cerrar y cicatrizar la herida.

Maitane es la madre de dos niños que allá adonde van generan conflictos y desorden. Están etiquetados con todo lujo de epítetos peyorativos. Cada poco tiene que ir al colegio, al AMPA o al ayuntamiento para hablar con un padre o un vecino y que le saquen los colores y le hagan pasar vergüenza a consta de los comportamientos de sus hijos. ¿Hay algo más “tuyo” que un hijo? ¿Hay algo que lleve más tu esencia? Cuando eres padre te satisface escuchar las bondades de tus retoños, sus progresos, sus peculiaridades, pero cuando es al contrario se produce un dolor de lo más desgarrador.

Del libro: Profesionales portadores de oxitocina. Los buenos tratos profesionales
Autor: Iñigo Mtz. de Mandojana
ISBN: 978-84-947338-2-6
Editorial: El Hilo Ediciones


Las imágenes pertenecen a  fotografías del trabajo en las calles de distintos rincones del planeta. Graffitis realizados por :


 

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