Entramos ya en esa etapa del año tan deseada y tan temida por los padres, vuelta al cole, a la rutina, a los horarios y obligaciones establecidos pero también se acabaron las vacaciones y el tiempo de ocio y familia. Hablando con algunos padres adoptivos me cuentan que en muchos aspectos el verano ha sido intenso porque las vivencias y los momentos compartidos también lo son. Una madre me decía que los desafíos a los que su hijo la somete con frecuencia, al final de las vacaciones ya son más continuos y cree que el motivo es esa inseguridad que a su hijo adoptado le genera el volver a enfrentarse a ese reto duro y diario que supone la escuela con sus normas, sus reglas y sus sistemas de enseñanza estandarizados……
Y esto me recordó que este verano tuve la ocasión de leer el cuento de Mercedes Moya ¿Yo tengo dos mamás? Una magnífica herramienta para hacer visible la figura de la madre biológica en los niños adoptados, una cuestión tan importante y tan obviada a veces en adopciones de niños muy pequeños, que al llegar a la adolescencia en buena parte de los niños que conozco se convierte en una necesidad de información y cierta rabia hacia la madre adoptiva, que con la ayuda adecuada debe ser canalizada para el adecuado desarrollo de esa relación.
Quería referirme hoy y por supuesto con su permiso, a una de las chicas adoptadas con la que he trabajado recientemente en terapia para ayudarle a construir su historia de vida, fue adoptada poco antes de los tres años, ahora ya es mayor de edad y desde hace varios años que la conozco siempre me sorprendía con una nueva fantasía hacia su madre biológica y con lo que había podido ocurrirle en todo este tiempo en que separaron sus vidas. Como parte de su terapia un día le pedí que hiciera “una carta a la niña herida” que no es más que un maravilloso ejercicio de fantasía y reflexión en el que ella debía imaginarse que escribía una carta a la niña que ella misma fue hace unos años ¿qué le diría? ¿cómo le contaría que ha sido y que es su vida actualmente? ¿ qué consejos le daría para ahorrarse sufrimientos innecesarios?. Al principio reconozco que le sorprendió y eso a pesar de su facilidad para escribir e imaginarse situaciones en las que ella es la protagonista y le ocurren cosas maravillosas que están lejos de su realidad pero que le ayudan a que ésta sea ….más dulce.
Pasaron unas semanas en las que no volvió a referirse a dicha carta ni yo volví a recodárselo, pero me dijo que se sentía triste porque tenía pensamientos que no podía controlar acerca de su pasado, de su país y pensaba en su madre biológica y que todo esto le ocurría desde que había empezado a escribir la carta. Así que comprobé el efecto terapéutico que tienen este tipo de actividades.
Cuando por fín me trajo la carta y comenzó a leerla me dí cuenta de que estaba completamente dirigida a su madre biológica y la remitente era ella por supuesto, pero desde otra etapa muy diferente a la actualidad, no estaba escrita desde el presente como yo le había pedido, estaba escrita desde aquel preciso instante en que ambas se separaron.
Agradecía a su madre que le hubiera dado la vida y que no la abandonara en cualquier sitio sino en ese centro donde sabía que cuidarían de ella, le hacía muchas preguntas………… -¿cómo fue ese día? -¿ qué fue lo último que hicieron juntas? -¿cómo se despidieron? Y – ¿ si lloró al dejarla allí en ese centro donde más tarde irían a recogerla sus nuevos padres?. A partir de ahí ella le relataba en primera persona y como si tuviera vivos en su memoria esos momentos, la tristeza tan enorme que sintió al separarse de ella( ….” Al separarme de ti mamá”….), al olvidarse en pocos días de cómo olía y cómo sabían sus besos, se imaginaba también el terrible dolor que debió sentir ella al separarse de su bebé y deseaba que pensara en ella y que le echara de menos cada día y no tenía reparos en decirle que sus padres actuales son muy buenos padres y que la quieren mucho pero que seguía pensando en ella, cada día…y así iba contándole cómo debieron sentirse ambas, tras su separación.
Le hablaba poco del presente aunque se refería en varias ocasiones a la tristeza que a veces le acompañaba, que aparecía de repente y sin motivo aparente y de los deseos que siempre había sentido de ver su rostro, alguna foto suya, en fin algo que sabe que es casi imposible pero no podía evitar pensar porque muchas veces se imaginaba cómo era su cara y estaba segura de que se parecían mucho. Al final y eso es quizás lo más emotivo de la carta le decía: No te guardo ningún rencor por supuesto pero debo hacerte una pregunta – ¿seguro que no había otra opción, no pudiste cuidar de mí ni había nadie de tu familia que pudiera cuidarme?
He leído y releído esa carta muchas veces y a veces me inspira ternura y otras me inspira tristeza, pero siempre pienso que ese era el sentido de esa carta y ese es el origen de esa sombra de tristeza y rabia que a veces acompaña a los niños adoptados: el saber si verdaderamente su madre biológica no tuvo otra elección. Si esa separación se podía haber evitado. Son muchos los interrogantes que asaltan sus pensamientos, normalmente son preguntas dolorosas y que no comparten con nadie o quizás sean respuestas dolorosas lo que temen. Es un dolor que sienten en silencio y que pocas veces manifiestan a sus padres adoptivos, por aquello del “conflicto de lealtades”.
Para cualquier individuo adoptado o no, que pase por un momento de crisis el sentido de su vida cambia cuando tiene la certeza de saber que la persona que le dio la vida, deseaba realmente que viniera al mundo y sobre todo que hizo un esfuerzo por mantener su vida aunque eso implicara pasar más tarde por una separación definitiva. Mi experiencia me dice y así se lo explico siempre a los padres adoptivos, que en la construcción e integración de su historia vital, los niños adoptados deben saber que su madre biológica les dio la vida pudiendo haber tomado otra decisión y no traerlos al mundo. No se trata de mentirles ni de inventar una historia que en la mayoría de los casos es desconocida, pero de lo que estoy convencida porque además es cierto que el preservar su vida aunque después no pudieran o no supieran cuidarles, implicó un acto voluntario de protegerles. Este es el pilar básico que les ayuda a construir de manera más sólida y segura la percepción que tienen de sí mismos, proceso que realizan mediante la internalización de su propia historia, de su entorno social y familiar y externalizando su propio ser.
Y en este proceso los padres adoptivos tienen una responsabilidad enorme, ya que ejerciendo una “parentalidad terapéutica” lo que un padre y una madre piensan y sienten hacia sus hijos y su historia y lo que es más importante, la forma en que lo comunican y se lo transmiten, tiene un impacto significativo y enorme en la manera en que el niño se concibe a sí mismo. Por tanto si otorgan a la madre biológica el papel que le corresponde, no sólo están mostrando el respeto que deben hacia ella, sino que están legitimando en la mente del niño su propia historia y le están permitiendo pensar en ella de manera voluntaria y consciente, y hacerse preguntas e incluso fantasear acerca de cómo sería el encuentro. Ese encuentro que aunque quizás nunca llegue a producirse, simplemente con que puedan imaginárselo y construirlo en su mente, ya tiene un poder sanador.
Charo Blanco Guerrero. Psicóloga. Psicoterapeuta Infantil.
Centro Concilia. Málaga. Especializado en familias adoptivas y trastornos de conducta.
Isabel Bujalance
Desde aqui mi profunda admiración y respeto para ti Charo
Un artículo importante, preciso y conciso y ama-ble, muy de amor…ese que te caracteriza en todos tus hechos, personales y profesionales. Un beso