Entre las dificultades de los padres adoptivos de hablar a sus hijos de la familia biológica, encuentro que otra gran traba es la existencia de hermanos biológicos. Los padres se resisten a decirles que los tienen, y se sienten angustiados por la posibilidad de que los descubran. Los niños piden con relativa frecuencia un hermanito a sus padres y también les preguntan si saben si los tienen. En algunos casos en que hay certeza de que la respuesta es positiva, los padres son incapaces de decir la verdad por temor a no poder dar ese hermano a su hijo, por no ser esa madre o padre omnipotente que todo lo puede, y satisfacer así su deseo; y por el temor de que el hijo se aleje en la búsqueda de ese hermano. En el fondo, también estaría la negación de la existencia de la madre biológica, lo que implicaría el reconocimiento de la propia infertilidad y la culpa por no poderle dar ese hermano que su madre biológica sí puede.
[…]Otro tema que suele ser tabú entre padres e hijos, es el de la infertilidad. Aunque algunos padres pueden llegar a hablar con cierta soltura de la adopción, no lo hacen tanto cuando se trata de abordar la cuestión de no haber podido tener hijos. Por un lado existe el temor de que si el hijo conoce el deseo anterior de los padres a tener otro hijo diferente a él, pueda sentirse rechazado, y ante esto, creen que es mejor el silencio. Por otro lado, estaría el temor a abrir heridas no cerradas, a enfrentarse a duelos no resueltos, a que ese hijo les enfrente con su sentimiento de incompletud.
Otra situación que los padres manejan con mucha dificultad, es cuando tienen hijos biológicos y adoptados. Temen que las diferencias existentes entre ellos les hagan daño, sobre todo al adoptado, y para que esto no ocurra, evitan mencionarlas. No hace mucho, me decía un padre que procuraba evitar decir esta palabra en su casa para que su hijo adoptado no se sintiera discriminado frente a su hermano biológico (¿discriminado, por qué?). Sus hijos pertenecían a la misma familia y cada uno había accedido a ella de forma diferente, uno era biológico y otro adoptado, y eso es una diferencia que corresponde a sus vidas, a sus identidades, no es ni bueno ni malo, es una característica particular de cada cual y así lo tienen que entender e incorporar a sus identidades.
Si se les oculta, se les rodea de secretismo, y lo que se oculta es lo malo, lo que produce vergüenza, y desde luego, el ser adoptado no tiene nada de vergonzoso.
Nunca dos hijos son iguales, cada uno tiene necesidades diferentes y la escucha empática de los padres debe intentar responder a las de cada uno, dejando a un lado la presión social de que todos los hijos son iguales, que a todos se les tiene que querer igual y que a todos hay que darles y tratarles de la misma manera. Dos hermanos biológicos son personas muy distintas que no tienen por qué necesitar lo mismo. Uno de ellos puede sentirse muy complacido cuando se le profesan mimos y arrumacos y el otro puede sentirse incómodo ante el contacto físico. Uno puede necesitar apoyo económico para seguir estudiando y el otro disfrutar ganando su propio dinero. Poco favor se les haría si a los dos se les tratara por igual. Siempre habría uno que se sentiría insatisfecho.
Los padres con hijos biológicos y adoptados, por temor a que estos últimos se sientan dañados, omiten o minimizan las diferencias, como si por el hecho de no decirlas, dejaran de existir. Evitan hacer referencias al pasado del adoptivo, quitan importancia a las diferencias físicas. A una niña china que se quejaba de sus ojos rasgados en comparación con los ojos azules de su hermana, le decía su madre: “a mí también me gustaría tenerlos azules y los tengo marrones”, sin escuchar la queja, que no tenía nada que ver con el color de los ojos, sino con los rasgos de una etnia distinta.
El hecho de silenciar el pasado del hijo adoptado, de obviar las diferencias físicas, de no mencionar a los padres biológicos, o de cualquier otra actitud que trate de evitar las diferencias evidentes entre un hijo adoptado y uno biológico, no ayuda a los menores, sino que dificulta la integración del niño en la familia, obstaculizando que los niños asuman con naturalidad que hay diferentes maneras o tipos de familias, y en definitiva, deteriorando el ajuste familiar. Ocultando las diferencias, el mensaje inconsciente que transmiten es que una de ellas es menos importante que la otra.
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