| Andoni Mendía. Psicoterapeúta que trabaja con menores que han pasado por una situación de adopción |y/o acogimiento. Pertenece a la asociación Ume Alaia (Bizkaia)
|Web personal: JATORRIA
Comenzaré esta reflexión con una referencia de dos autores que no son precisamente actuales.
“La adolescencia, los dos crepúsculos mezclados, el comienzo de una mujer en el final de una niña…”. VICTOR HUGO.
“Esta tempestuosa revolución se anuncia por medio del murmullo de las pasiones nacientes… (el niño) se vuelve sordo a la voz que le mantenía dócil. Es un león enfebrecido; ya no conoce a su guía, no quiere ser gobernado…No es ni niño ni hombre, y no es capaz de adquirir el tono de ninguno de los dos.” JEAN JACQUES ROUSSEAU.
En líneas generales hay que decir que el concepto de adolescencia es un concepto relativamente moderno y si bien es cierto que ha representado siempre una transición por una etapa vital compleja, es a lo largo de la segunda mitad del pasado siglo y el comienzo de este en el que se ha convertido para las familias, las instituciones y los propios menores en una fuente de conflictividad generalizada.
Citaré para empezar, también, a August Aichhorn que fue un educador que trabajaba como director en un centro con menores tutelados que habían delinquido y que escribió un libro titulado “Juventud desamparada”. Titulo muy moderno pero que (curiosamente) fue escrito hace prácticamente un siglo.
¿Qué es lo que quiero decir con esto? Pues que desde hace ya bastante tiempo hay una serie de pensadores que anticipan lo que estamos experimentando en estos tiempos. Sobre todo este texto de Aichhorn ( discípulo de FREUD) que hace referencia a la situación de “desamparo” que les toca vivir actualmente a los menores. Desde la experiencia que tengo como psicoterapeuta que trabaja con menores en riesgo de exclusión y más particularmente con menores adoptados, creo que la “falta” fundamental que los menores han de enfrentar en estos tiempos es la del desamparo.
¿Porqué lo planteo de esta manera? Porque los adolescentes son el grupo más juzgado, criticado, excluido…de la población general.
Una sociedad que (como la nuestra) está en situación de cambio drástico de valores, principios, ideas…puede difícilmente aportar la “seguridad” y confianza que un menor necesita en esta etapa. Esto, indudablemente, acentúa en los menores adoptados un conflicto más complejo porque han de afrontar interrogantes estructuralmente más difíciles de interiorizar que los de los otros menores (origen, identidad, diferencias con los otros menores….) Es más fácil que un menor adoptado atraviese una etapa como la de la adolescencia presentando síntomas que pueden parecer más “enrevesados”, pero no por eso las familias que adoptamos hemos de perder el lugar que nos corresponde como responsables directos de la tutela de nuestros hijos.
Lo que suele suceder, según mi experiencia, es que si el menor presenta síntomas de trastornos severos (adicciones, trastornos de comportamiento…) y la institución asume (por la dificultad de hacerlo la propia familia) la tutela de dicho menor esto suele suponer un “juicio sumarísimo” contra la familia de manera que tanto el menor como la propia familia terminan en una situación de DESPROTECCION Y DESAMPARO graves desde mi punto de vista.
Permitidme la ironía en esta realidad de los menores adolescentes, pero por la experiencia profesional que tengo lo que observo es que no hay interés por los adolescentes (ni en educación, ni en los recursos de salud mental infanto-juvenil, ni en las instituciones que los tutelan). Cuando digo falta de interés me refiero a que no encuentro entre los profesionales un deseo de escuchar SIN JUZGAR; porque indudablemente todos esos síntomas que nos muestran tienen un sentido….sentido oculto, escondido, oscuro……¿Qué es lo que están queriendo decirnos en realidad? ¿Cuál es el discurso que nos están queriendo transmitir con toda esa intensidad? ¿No será más bien una llamada de socorro, auxilio…..?.
Hace ya bastantes años trabajaba en un recurso de Salud Mental y Toxicomanías en el que abundaban (era la época del consumo de heroína) usuarios a los que teníamos que ir a visitar a la cárcel. Resulta que en las entrevistas que teníamos en la cárcel estos se mostraban como sujetos frágiles, vulnerables, temerosos…más aún cuando el SIDA irrumpía en la realidad y muchos no iban a tener mucho tiempo de vida.
Chocaba aquella pinta de duro con la realidad psiquica de sujeto frágil y vulnerable ( y además cuanto más duro pareciera resultaba alguien más sensible).
A lo que voy, pues, es que no tenemos que dejarnos confundir por la aparatosidad de los síntomas de nuestros hijos. Escucharemos repetidamente por parte de personas e instituciones que acreditan trabajar con menores adoptados que, (efectivamente) estos presentan en mayor número sintomatología más compleja y/o severa que los otros menores.
TENEMOS QUE RELATIVIZAR ESTA CUESTIÓN ya que no por el hecho de ser adoptado hay una mayor “peligrosidad” (una vez más un muevo mito que no ayuda en absoluto a nuestros hijos) en relación a la manifestación de síntomas más severos en la adolescencia. Para poder decir que esto es así, hay que investigar la realidad que vivieron los menores en la infancia temprana (1, 2, 3 años de vida); y que efectos tuvo en ellos esta experiencia. Es decir, ¿estaban desamparados en el orfanato o la familia de acogida?, ¿sufrieron abusos o maltrato?, ¿fueron explotados o se les utilizó para conseguir algún tipo de beneficio?…..y en estos casos ¿que consecuencias tuvo esto?.
Pero es cierto que en ocasiones, los conflictos de nuestros hijos no obedecen tanto a causas externas como internas. Es decir, ¿Cuál es la estructura psiquica del menor :¿es un neurótico? ¿Tiene algún tipo de trastorno, es límite, hay algún rasgo de psicosis…?. En este caso esto es lo que va a determinar la severidad del conflicto.
Las instituciones que trabajan con nuestros hijos no suelen tener muy en cuenta la estructura psíquica que configura a un sujeto, más bien hablan de resiliencias y esas cosas sin tener en cuenta que según ese rasgo estructural de un menor habrá podido ser más o menos capaz de afrontar esa situación de separación primaria de su madre originaria y habrá podido quedar más o menos traumatizado ( o “tocado, herido”) por esa experiencia temprana tan difícil de vivir.
Quisiera decir bien alto y claro que no por ser adoptados nuestros hijos tienen que atravesar una adolescencia compleja. Debemos hacer frente como familias y como profesionales a estas ideas.
A nuestros hijos lo que fundamentalmente les pasa es que vivieron una experiencia muy difícil en los primeros años de vida. Algunos de ellos tenían una estructura psíquica muy frágil y otros no tanto, pero en cualquier caso es una experiencia que deja huella en mayor o menor medida y ESA HUELLA SE VA A MANIFESTAR EN ESTA ETAPA DE SUS VIDAS CON MÁS O MENOS INTENSIDAD. Y esta experiencia a la que me refiero es la de la separación (forzada o forzosa) de sus madres originarias.
¿Qué es lo que, por tanto, podemos dar a nuestros hijos como familias adoptivas que somos?
Encuentro que el problema fundamental en las familias adoptivas reside en el hecho de prestar CONFIANZA a nuestros hijos. La confianza necesaria para que (a pesar de que no respondan a nuestros deseos como quisiéramos) no nos inquietemos porque actúen de una forma inapropiada.
Los menores adoptados tienen un único sustento que es su familia y en este sentido nos corresponde afrontar esta etapa como hemos afrontado cualquiera de las otras etapas de maduración de nuestros hijos: EN SOLEDAD.
Puede parecer desproporcionado esto que estoy diciendo, pero lo recojo desde la queja habitual de las familias en relación a la falta de atención (en educación, sanidad…) que sienten que les dispensan las instituciones tuteladotas de los menores.
En soledad y aislamiento hemos tenido que afrontar habitualmente la mayoría de los conflictos de nuestros hijos. El fenómeno de la adopción es una realidad todavía a explorar. Lo habitual en la relación de nuestros hijos con las instituciones que les “amparan” es que hayan sido tratados según los patrones dictados por escuelas (pedagógicas, terapeúticas…) de otros lugares, aduciendo que tienen mayor experiencia que nosotros.
La reflexión que hoy quiero traer aquí es que no nos dejemos “amedrentar” por los discursos de los que dicen saber. Hemos de ser capaces de cuestionar e interrogar acerca de la realidad de nuestros hijos. Cada unos de ellos ha vivido una experiencia ÚNICA y (a veces) difícil o traumática. Como familias adoptantes seamos capaces de exigir RESPETO, RECONOCIMIENTO y APOYO cuando sea necesario y seamos capaces también de ser EL SOPORTE QUE NUESTROS HIJOS NECESITAN.
No toda la dificultad está en el lado de nuestros hijos. Seamos capaces de asumir también la dificultad que está de nuestro lado.
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