Muchas personas visualizan el mundo de la adopción como si fuera una aventura no exenta de eventualidades para la que pueden o no sentirse capacitadas (a mí me gustaría tener una chinita o un etíope… O bien, yo no sé si podría…) pero las personas que deciden adoptar no toman esa decisión de forma superficial, no es apadrinar a un niño ni apuntarse a una ONG. La adopción no se basa en la generosidad o el altruismo, hay que medir muy bien los limites de disponibilidad y de tolerancia, conocer muy bien los propios recursos y no solo contar con ellos, ni con las propias capacidades porque seguro que no serán suficientes cuando haya que enfrentarse a problemas o dificultades. En algunos casos existen contingencias difíciles de abordar para las que en principio nadie está preparado.
La experiencia adoptiva por su complejidad es muy intensa emocionalmente y resulta fundamental ser conscientes de las complicaciones reales que se nos pueden presentar a lo largo de la vida porque no basta con ser voluntariosos, la buena voluntad no reduce el riesgo de fracasar cuando uno se plantea el aceptar total y rotundamente como hijo a un niño que no lo es de manera biológica para que forme parte inmanente de nuestra familia. Tenemos que reflexionar mucho, razonarlo muy bien; no basta con los motivos del corazón, hay que hacerse muchas preguntas. Se trata de la felicidad de todos, de la de ese nuevo miembro, de la de los demás miembros de la familia y de la nuestra también.
Cuando se recurre a la adopción para satisfacer el legítimo deseo de ser padres, tenemos que hacerlo con una serie de planteamientos y reflexiones, prepararnos y por supuesto, tener voluntad para afrontar las complejidades que entraña la paternidad /maternidad por adopción, innumerables retos que serán propios de todo niño cuando crece, pero otros serán específicos y relacionados con la historia previa que todo niño adoptado posee, incluyendo la capacidad de reconocer y comprender las emociones y sentimientos recónditos que afloran a menudo, y no sólo en los niños. Cómo en todos los retos de la vida, la disposición de reflexionar es un aval de que la decisión se toma de una forma madura y consciente aunque por sí sola no es garantía de éxito.
La revisión lo más honesta y profunda posible de la motivaciones que llevan a la decisión de adoptar, es un trabajo previo que ha de hacerse antes de dar el paso, es un ejercicio que no tienen que hacer los padres que lo son de forma biológica, que no han de elaborar concienzudamente las circunstancias que les hayan conducido a la adopción. Los padres que aspiramos a serlo por adopción sí, tanto si la adopción se va a afrontar solo o en pareja porque, en algunos casos, la adopción expone a situaciones inesperadas y desesperadas y en el caso de las parejas cabe la posibilidad de tener que enfrentar un revés o problema de gravedad que amenace la estabilidad del hogar. En un matrimonio se suman las capacidades y fuerzas de cada uno con las de los dos en conjunto y su estabilidad se pone a prueba cuando es sometido a una gran presión. Lo vemos constantemente, parejas cuya unión no es sólida se rompen, pues mayormente puede ocurrir cuando el deseo de adoptar no haya sido genuino y realmente compartido por los dos miembros de la pareja. Adoptar a un hijo es una decisión que ha de ser tomada de forma muy madurada y consensuada ya que es para toda la vida, para los dos. Los hijos necesitan el apoyo y el compromiso de ambos padres y ambos padres serán garantes del éxito o fracaso en la adopción. En el caso de problemas en la pareja, el niño nunca podría ser considerado el causante de esos problemas, si acaso podría auspiciar el que se desencadenara el conflicto que ya existía en estado latente en la pareja, algo que también sucede irremediablemente cuando se tienen hijos biológicos como medio para “salvar” o superar una crisis de pareja. Proceder que en todos los casos no hace sino agravar la situación. El objetivo de una adopción tampoco puede ser solucionar la crisis de un matrimonio sin hijos.
A los hijos adoptivos siempre se elige tenerlos, por eso debe de ser una elección de vida muy deliberada. Satisfacer un anhelo es muy lícito, pero sabiendo lo que habrá más allá del deseo una vez satisfecho. Lograr convertirnos en padres siendo conscientes de todas las implicaciones y los “extras» que incorporan el no satisfacer ese deseo de manera biológica.
Cuando decidimos dar el paso, lo que empieza como una decisión ilusionada con la larga espera puede convertirse por agotamiento, en un abandono por aburrimiento administrativo. Pero esa tremenda espera de momento inevitable e irremediable, pone a prueba la fuerza del deseo. Ese tiempo nos debe dar perspectiva, reafirmar y hacer madurar ese deseo. Esa espera es de tantos años que la vida cambia, a veces de tal forma que hace desistir, haciendo de tamiz, como también es otro de los tamices el cumplimiento por parte de la administración de los rangos de edad que, aunque no se enumera como causa de peso, es uno de los motivos por los que muchas personas renuncian a adoptar. Con la espera el hijo que sueñas crece en el Certificado de Idoneidad y pasa de ser un bebé a un niño considerado «mayor».
Quien persevera en su decisión sabe y siente que a lo largo de esa espera los nuestros son hijos muy deseados y esto asienta una base trascendental también para los niños, porque todos los hijos han de surgir del deseo de unos padres que haga posible que el niño viva y se desarrolle con el sentimiento de ser deseado y querido. Muchos de nuestros hijos padecen el sentimiento contrario y una de nuestra labor más importante como padres será la decambiar ese sentimiento por este sentimiento positivo e infundirles y trasmitirles estas sensaciones corroboradas por nuestro propio periplo, que van a ser vitales para nuestros hijos.
Mi experiencia particular es que la aspiración de ser padres (biológica o adoptivamente) nace de un deseo ferviente, nada altruista, por tener un hijo con el que sueñas, y acaba convirtiéndose en un acto de amor permanente y cotidiano en el que lo das todo por ese hijo real, -seguramente muy diferente al que imaginabas-, que fusionas a tu proyecto de vida, que asumes plenamente y sientes propio. Y quiero aclarar que ese sentimiento primario de pertenencia nada tiene que ver con el de propiedad mercantil. En adopción cuando ese sentimiento de pertenencia cristaliza en algo mutuo, es cuando se pone de manifiesto que los lazos de sangre no son determinantes para constituir profundas relaciones de amor paterno, materno y filial. Porque la adopción implica un doble proceso largo y laborioso, el de unos padres que adoptan a un niño como hijo y el de un niño que adopta a unos adultos (en principio extraños, y a menudo les debemos parecer unos adultos muy raros y diferentes) como padres, en donde no es la sangre sino el roce y la crianza con presencia, paciencia y disposición, la que consolida y cimienta una familia.
Ilustraciones del libro: Bienvenido a la Familia de Mary Hoffman y Ros Asquith
Un libro que explora las diferentes maneras en que un niño puede llegar a una familia. Un libro, con un mensaje importante y
positivo: cada familia es diferente y cada familia es igualmente válida y especial, no importa cómo o cuándo llegan a la familia los niños.
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