Inauguramos un nuevo espacio, una nueva sección para dar cabida al acogimiento familiar.
No hay mejor manera de hacerlo que con un artículo que para esta web y este espacio ha escrito nuestra increíble Conchi Martínez Vázquez, una gran profesional pero aún mejor persona, y digo “nuestra” porque se ha dado con gran generosidad a esta web, y siempre nos ha hecho un hueco en su apretada agenda y nos ha dedicado su tiempo y su conocimiento poniéndole tanto corazón como cariño rezuman las colaboraciones que con nosotros/vosotros ha tenido a través de esta web, su web. Gracias Conchi.
En toda película o novela hay siempre uno o más protagonistas sobre quien narrar una historia, pero bien cierto es que toda historia requiere de otros personajes, muchas veces no menos importantes que el actor principal. En el caso de los niños y niñas adoptados, cuya vida ha venido marcada en no pocas ocasiones por varias rupturas de contexto y de cuidadores, existen a veces, previo a la adopción, unos actores secundarios muy principales: las familias de acogida.
Siempre he admirado la labor de los acogedores de urgencia-diagnóstico. Más allá de un interés personal y familiar por tener un hijo para cubrir necesidades no satisfechas, su labor se encuentra bajo el signo de la disposición. Disposición de un entorno afectivo que en muchos casos pueden ser los primeros acercamientos a relaciones de afecto incondicional y genuino. Disposición de sí mismos, en cualquier momento, a cualquier hora puede llegar un niño o niña tras una llamada de la Administración con el que comenzar un nuevo capítulo de vida tanto en unos como en otro/a. Disposición de un hogar, de comida caliente, de ropa limpia. Según la RAE disponer es poner en orden…y eso es lo que hacen precisamente las familias de acogida. Ordenar de nuevo, iniciar la reorganización de los patrones de hábitos, de interacción, de los sistemas de protección del pequeño.
Dice Cyrulnik que la resiliencia del niño se construye en la relación con el otro, mediante una “labor de punto” que teje el vínculo y estoy segura que las familias de acogida son, en muchos casos, costureras de afecto, hilvanando las primeras puntadas que pueden unir dos mundos, el de antes y el nuevo mundo más seguro y predecible. Tutores de resiliencia casi primarios, no biológicos, pero sí seguros. No permanentes, pero si inolvidables aunque en su memoria biográfica no consten posiblemente sus caras dada la corta de edad del niño o niña, pero sin duda su memoria emocional guardará para sí las sensaciones y emociones experimentadas, y eso nunca se borra.
Además, al ser puente de unión entre esos dos mundos distintos, el que le creó como ser humano y el que humanizará su ser mediante la adopción, la tarea no es para nada fácil. Todo un repertorio de conductas estereotipadas, de hábitos incorrectos, de necesidades no satisfechas le acompañan en el viaje y, ante todo ello, las familias de acogida no cuentan con más herramientas que su propio bagaje, su paciencia y un inmenso altruismo que les permite continuar el camino sin arrepentirse de haber pisado fango.
Sentir el llanto imparable del bebé separado de su madre biológica, consolar sus miedos, calmar su ira incomprensible, observar conductas en algunos casos autolesivas…y todo ello sabiendo que ese llanto, ese miedo, esa rabia y esos golpes están causados por adultos que no supieron o pudieron cuidarles tiene un precio emocional, causa dolor. Pero lo más admirable de las familias de acogida no es su sensibilidad para captar lo anterior, sino además su capacidad de comprender e integrar que su labor tiene fecha de caducidad. No porque luego se malogre lo adquirido, sino por la temporalidad de ese hilván afectivo que va a precisar pasar a ser puntada firme. Los padres y madres adoptivos cuyos hijos pasaron por familia de acogida tienen una gran fortuna porque sus pequeños pudieron experimentar relaciones vinculares con personas que les ofrecieron generosamente mucho más que un techo y comida.
Las bonitas historias tienen siempre un final feliz. Todos sabemos aquello de “planteamiento, nudo y desenlace” en toda trama, y lo que está claro es que en las historias de niños y niñas que han estado en acogimiento previo a la adopción es que el planteamiento y el desenlace siempre es el mismo: un desamparo y una adopción. Lo que quizás no nos hayamos parado a pensar es que el nudo, más allá de aquellas situaciones que siempre nos hacen vibrar porque aparecen dificultades para el protagonista, en este caso, adquiere su papel más literal, otorgando a los acogedores un rol maravilloso: anudar, crear lazos de afecto, atar al niño o niña al mundo de lo posible, en definitiva, unir capítulos de vida.
Vaya mi admiración y elogios para las familias de acogida.
|Concepcion Martínez Vázquez Psicóloga Diplomada en Trauma infantil y psicoterapia sistémica por IFIV. Pro-fesora asociada Universitat de València.
| Posee un interesante blog llamado resilenciainfantil.blogspot.com
|Colaboradora de adopciónpuntodeencuentro.com
María de los Ángeles Espínola Zetina.
Muy interesante tema. Desconocía el meollo de la adopción. Me encantó. Gracias Conchi. Un cariñoso abrazo.