“El miedo es una sombra que el temor no esquiva
El miedo es una trampa que atrapó al amor
El miedo es la palanca que apagó la vida
El miedo es una grieta que agrandó el dolor”
Pedro Guerra
Este año como viene siendo habitual en los últimos puentes de Todos los Santos solemos ir con amigxs a una casa rural y ese día tan especial, mi amiga Begoña y yo acompañamos a lxs adolescentes a un lugar terrorífico para contarles una historia de miedo a la vez, que exploramos la noche. Visto así puede parecer que somos unxs sádicxs, pero son ellxs los que desean meterse en ese lío emocional. Así pues, cuando salí a correr por la mañana descubrí una casa abandonada en un pueblo de Soria, que había sido abandonada por alguna razón. Una vivienda de piedra y madera, al más estilo rural soriano que tenía el portón de madera principal caído. Decidí entrar a inspeccionarlo. Algo raro transmitía el comedor principal. Parecía que los habitantes de ese hogar acababan de salir escopeteados porque había platos, cubiertos, enseres en la mesa. La casa se había quemado por dentro, pero no lo suficiente porque la estructura estaba bien conservada.
Era el lugar idóneo para acercarme en plena oscuridad con lxs jóvenes a poner sus amígdalas (la responsable cerebral de la alerta de peligro) como si fuera la sirena de un cuartel de bomberos en plena alarma.
Así pues, a las 00:00 h nos ponemos las chamarras y partimos. No habíamos salido de la casa y ya había cierta hiperactivación en el grupo. Gritos, risas descontroladas, cambios de humor, evitación de emociones por parte de algunx … Lo más curioso de todo es que eran ellos lxs más interesadxs en ir. Tras un acercamiento a la casa y miles de comportamientos adolescentes conseguimos entrar en ella aproximadamente unos 30 segundos porque salieron de la estancia como alma que lleva el diablo de allí. No hubo manera de entrar otra vez, incluso algunx lloró. Alx lectorx tengo que insistirle que fue una demanda que querían y que fuimos muy respetuosos con cada proceso interno. Lo mejor estaba por llegar. Al lado de la casa había una formación natural de montículos de granito preciosos que daban el encanto a ese enclave y a los que invitamos a lxs chicxs a subir ya que desde allí se veía la noche increíble sin la contaminación lumínica a la que estamos acostumbradxs. Algunx de ellxs querían volver a la casa, pero al final todxs conseguimos subir hasta arriba. A pesar de la excitación y el miedo evidente, fuimos calmando, regulando
y conectando con nuestro interior, convirtiendo esa noche oscura y amenazante en una noche mágica, bella y confortable a través de la serenidad del paraje y de la ayuda de Begoña. Una vez disfrutando del silencio, de las estrellas y de la nocturnidad volvimos a la casa rural, donde nos esperaba el resto del grupo deseosxs de saber cómo había sido este año la exploración nocturna.
Estas viñetas que comparto tan provocadoras y atractivas para lxs adolescentes es lo que les ocurre a muchxs niñxs y adolescentes pero de manera no voluntaria y constante.
Muchxs de ellos viven en un Halloween continuo cuando no hay ni noche, ni historia de miedo, ni fantasmas, ni caretas, ni casa abandonada. Sin embargo sí que se producen los mismos procesos internos y conductas muy similares a las que hemos descrito con anterioridad.
Fernanda es una adolescente con la que estuve trabajando un par de años cuando ella tenía 15. Teníamos una relación muy cercana y la vinculación era muy estrecha. Sin embargo, de vez en cuando teníamos nuestros desencuentros y a veces eran incomprensibles para mí. Me costó darme cuenta que hacía un movimiento que a ella la gatillaba. Tengo la manía de que cuando quiero decir algo de manera más vehemente saco el dedo índice para apoyar mi discurso y eso era como un barril de gasolina en una hoguera. Se disparaba y para que se regulara hacía falta bastante tiempo. Una vez que me dí cuenta, dejé de hacerlo y posteriormente lo hablé con ella. Ni ella ni nadie sabía porqué le irritaba tanto, pero el hecho de hablarlo nos permitió sacarlo de la inconsciencia e incluso hacer comedia de ello. Así que si había un momento caliente le avisaba con un poco de humor que iba a sacar el dedo porque me estaba poniendo serio.
Esta situación es muy habitual en niñxs que han sufrido algún tipo de traumatización y es lo que se conoce como labilidad emocional que tan bien explicó Mercedes Moya en el siguiente post: Labilidad emocional en niños adoptados .Un cambio radical de emociones, que son vividas por el niñx de una manera muy intensa, muchas veces generada por un estímulo externo aparentemente neutro (en mi caso el dedo) que les conecta con una situación de máximo estrés vivida con anterioridad. Hay veces que serán gestos, olores, palabras o un determinado contexto. Pero vienen a poner encima de la mesa que algo no marcha bien ya que la parte más primitiva del cerebro acaba de raptar al cerebro superior.
Sin embargo, lo que más me interesa de esta historia es el Miedo. El miedo irracional, el miedo que no vemos, el invisible, pero miedo. Miedo del amor, miedo de la vida, miedo de que no vean, de fracasar, de que me abandonen, de la separación, de demasiado cerca, de perder, de que me hagan más daño, de que no vuelvas. Miedo del miedo que da. Y como hemos visto en la historieta de Soria ese miedo activa nuestro sistema de alerta y empezamos con gritos, risas descontroladas, cambios de humor, evitación de emociones por parte de algunx, … terrible. Terrible porque la amenaza llega muchas veces desde nuestra propia presencia, porque nos acercamos demasiado o nos alejamos en exceso, o porque somos un ataque directo a su refugio que le ha permitido
sobrevivir esos primeros años. Es terrible porque el afecto, el cariño o amor pueden generar miedo. Un miedo que necesita ser visto, a pesar de que no entendamos por qué, pero que hay que validarlo igual que hicimos con lxs adolescentes encima de aquella roca de granito.
Es el único camino que como padres/madres o cuidadores terapéuticos vamos a poder hacer. Convertir esa noche amenazadora en algo cálido y confortable y para ello una vez más, el mejor recurso va a ser nuestra propia presencia. Una presencia integrada que ve el pánico y no se deja llevar por las conductas que nos manda el miedo. Una presencia que regula, calma y facilita.
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