En este sentido, tengo pocos datos referidos a la maternidad biológica, a lo largo del tiempo algunas madres me han comentado que tenían sentimientos y pensamientos que no eran los esperados. Contadas veces he leído o hablado con madres que me han dicho que al principio notaban a ese niño como algo ajeno, que no lo identificaban con ese ser que crecía en su vientre y con el que llegaron a tener una unión más que corporal, espiritual. Una amiga me dijo muy bajito que aunque quería que se acabara el embarazo por que le resultaba ya muy incómodo cuando vio a su hija toda ojos, arrugada y sin pelo le recordó a un conejillo de los del expositor de la carnicería. Que dio gracias de que no la hubieran dormido porque así supo que sin duda esa niña era la suya, pero que no se parecía para nada a la hija que esperaba. Tras la emoción del parto sintió algo parecido a una desilusión. Me contaba que empezó a quererla cuando le pudo dar el pecho sin que le doliera, palabras textuales.
No sé si este es un tema tabú también entre las madres que lo son de manera biológica, porque de siempre se ha esperado que el amor maternal sea absoluto, limpio de esos pensamientos confusos que empañen el ideal del sentimiento más abnegado, generoso y magnánimo e instantáneo del mundo.
Hasta hace poco las madres que lo somos por adopción tampoco hablábamos de lo que tardamos en sentir amor por ese niño que tanto deseamos y que a pesar de llevar años deseándolo y esperándolo irrumpe en nuestra vida de forma abrupta. Lo normal era abonarse al flechazo instantáneo y a convencernos y convencer a todos de que ese niño colmaba todas nuestras expectativas, también ignorábamos que no sentirlo así no nos hacía ni peores personas ni peores madres, y –nosotras que tras años de tratamientos, abortos o intentos fallidos, tanto sabemos de duelos y despedidas- desconocíamos que teníamos que elaborar el duelo y despedida del niño soñado, para poder abrazar y amar al de verdad, al de carne y hueso que tantos sentimientos nos suscitaba y no todos se ceñían a los patrones que esperábamos: miedo, angustia, y hasta desilusión, no por ese niño, sino que muchas veces nos desilusionábamos de nosotras mismas y de no ser capaces de sentir lo que esperábamos que íbamos a sentir. Esa disociación entre lo esperado y la realidad nos torturaba y nos impedía –maldita ignorancia- dejar que todo fluyera, y sabiendo lo que estaba sucediendo y que lo que no sucedía no era algo anormal, nos hubiera evitado muchas lágrimas y probablemente facilitado ese duelo, duelo, que por otra parte el niño también estaba elaborando al dejar atrás y tener que enfrentarse a tantas cosas y personas desconocidas, sin perder de vista que seguramente nosotros tampoco nos acercábamos a sus expectativas.
Recuerdo una madre que me decía que cada vez que se acercaba a su hija de tres años china, que desde el primer momento la miraba aterrorizada, lloraba y le arrancaba literalmente mechones de pelo, ella era rubia y al parecer su hija rechazaba de plano esto, eso no facilitó la primera etapa con ella, ya que no sólo no la dejaba acercarse sino que cuando lo hacía. la cría la agredía. Me contaba que sentía mucha lástima por esa niñita, pero que sobre todo sentía mucha lástima por ella misma, y la pena que ella misma se daba estaba por encima de la que le suscitaba entonces su hija recién conocida, lo que le hacía sentirse mezquina. Pensaba que la maternidad en vez de hacerle mejor persona le estaba convirtiendo en alguien egoísta y detestable, por los pensamientos y emociones que tuvo durante mucho tiempo.
En la maternidad por adopción, nuestra misión es proteger y procurar un ambiente confortable y favorable a ese niño que acaba de llegar al mundo, a nuestro mundo. Pero muchas veces junto con la inmensa alegría de la llegada de ese hijo/a tan esperado/a sucede que, pasada la luna de miel, cuando se deja atrás el largo proceso cargado de emociones, expectación, tensiones y miedos, aparecen muchas veces unos miedos mucho más viscerales, entre los que se descubren el de ese miedo al vacío, a la ausencia de los sentimientos e instintos que muchas madres esperan que broten instantáneamente como por arte de birlibirloque, que no tienen que ver con la ternura, la simpatía o la determinación de acatar lo irremediable, refiriéndome con esto a que un proceso lleno de posibilidades, esperanzas e ilusiones concluye y nos encontramos con una realidad de por vida que en ocasiones no se ajusta a la que esperábamos y no solo en relación con el niño, sino con nuestros propios sentimientos y emociones.
Y es que de esto poco se habla, nos preparamos para que el niño ese diminuto (o no tanto) extraño, no nos quiera desde un principio, incluso a veces nos desdeñe, nos manifieste que papá y mamá son palabras exentas del sacro significado que poseen para nosotros, pero no nos preparamos para los extraños que encontramos en nosotros mismos. Y es para lo que también hay que prepararse, nos hablan de duelos y despedidas, pero no de presentaciones, de saludos y acogimiento a nuestros propios “yo” recién descubiertos.
La buena noticia es que el niño tampoco conocía a la persona que creíamos ser, así que todos somos nuevos para todos en una nueva situación que es complicada para todos, y normalmente, todos tenemos muchas ganas de que todo salga bien y con muchas ganas se consiguen muchas cosas, pero con información, apoyo y ayuda se llega más lejos, o se llega a donde se tenga que llegar y en el tiempo que se tenga que tomar para ello, al amor incondicional que se construye día a día, sin límites, sin metas, intenso y profundo, pero con algunos obstáculos que hay que salvar, que conscientes de que se pueden superar, se consigue de una manera más fortalecida, positiva y saludable.
Las ilustraciones son del “Diario de ilustraciones de una nueva madre” título que escogió la ilustradora Lucy Scott para su libro que agruparía 120 ilustraciones acerca de lo que fue su primer año de maternidad.
Luli Lulita
Totalmente de acuerdo, y yo lo digo como madre biológica, no adoptante. Supongo que en vuestro caso es aún más difícil, pero para mí, la filiación no se produce (o al menos, en mi caso no lo hizo) al nacimiento del bebé, y probablemente, tampoco en el momento de la adopción. La filiación, el reconocer a ese hijo como tuyo, el reconocerte a ti misma como madre, es un proceso que puede tardar más o menos tiempo. Lo importante es que llega y esos hijos nos adoran y nosotros a ellos, más, se parezcan a nuestros abuelos del pueblo o al último zar de Rusia. Un saludo y enhorabuena por la entrada, muy interesante.