Una forma muy generalizada de no enfrentarse al hecho adoptivo, es el argumento de que el niño no pregunta, de que ya preguntará cuando sienta la necesidad. Los niños son curiosos por naturaleza y preguntan sobre cualquier cosa, pero también son muy intuitivos y perciben si el objeto de su demanda es algo que incomoda o genera malestar en su interlocutor. Si el niño capta, a través del lenguaje no verbal, que la pregunta que ha hecho provoca tensión, o recibe una respuesta de evitación: “eso te lo explicará mejor tu madre” o “ahora estoy muy ocupado”, aprenderá a callar y no preguntar, y los padres olvidarán el momento en que empezó a hacerlo. Pero el niño preguntó. Todos los hacen, y los padres, con su actitud, silencian el tema adoptivo porque probablemente les genera ansiedad.
Otra explicación al silencio de los padres, es que el menor preguntó cuando era pequeño y se le respondió a todas sus preguntas, por lo que los adultos entienden que cuando necesite saber algo volverá a preguntar. Las preguntas de un niño de 3 a 5 años son fáciles de responder, corresponden a datos concretos donde los padres se sienten cómodos y sueltos. Pero cuando el hijo se convierte en adolescente, la profundidad y la forma de las preguntas son otras y ante estas los padres ya no se sienten tan cómodos. Ante este tipo de preguntas “incómodas” lo que observo en la consulta son estrategias de postergación de la respuesta, desinterés u otra forma de desmotivar a los hijos para que no continúen con preguntas inconvenientes.
Recuerdo una adolescente que de repente empezó a volver a interesarse por las embarazadas y preguntaba reiteradamente a su madre por las circunstancias de su nacimiento. La madre esquivaba la conversación diciéndole que ya le había explicado mil veces lo que sabía de sus circunstancias natales y no le daba oportunidad a su hija de seguir hablando. Si la hubiera escuchado, se habría dado cuenta de que lo que verdaderamente le preocupaba no era su nacimiento, sino su propia fertilidad, la adolescente temía que ella no pudiera tener hijos y esto la inquietaba, pero debido a que su madre no había superado el duelo de su propia infertilidad este tema no se pudo hablar, y una vez más el silencio fue la manera de abordar un duelo no resuelto. Vemos cómo el dolor no afrontado por parte de uno de los padres, repercute en los hijos no permitiéndoles expresar sus dudas y temores.
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