Otras familias han elegido como medio de comunicación los silencios y las mentiras. Algunas han decidido que lo mejor era “matar” a los padres biológicos. Decir a sus hijos que habían muerto, con la intención de simplificar el proceso de revelación y evitar que sus hijos tuvieran que enfrentarse a ellos. Suponían que el hecho de que ya no estuvieran vivos sería suficiente para que en sus hijos no surgiera curiosidad o deseo de saber. Pero, como en otras ocasiones, es el deseo de los padres de ser los únicos, el entrar en competencia con los biológicos lo que interfiere en esta decisión haciéndoles pensar que así su relación con sus hijos será más sólida. Pero lo que consiguen es todo lo contrario porque una relación basada en la mentira tiene poca consistencia.
Una preadolescente de trece años fue adoptada con cuatro en un país africano. La trajeron a consulta porque mentía de forma compulsiva y no se adaptaba a su familia. Le habían dicho que sus padres biológicos habían muerto, y esto no era verdad. En los documentos de la adopción tenían algunos datos identificativos de sus progenitores, pero no pensaban dárselos hasta la mayoría de edad. Con un trabajo psicoterapéutico familiar “resucitamos” a sus padres biológicos, con la consiguiente rabia y desconfianza de la niña hacia sus padres. Desde entonces están disminuyendo sus mentiras, pero las consecuencias que tuvo la que le dijeron generó unas dificultades familiares que requieren de un largo y comprometido proceso psicoterapéutico por parte de todos sus miembros.
Otro preadolescente de trece años acudió a consulta por problemas de comportamiento. Sus padres no le habían dicho que había nacido en la cárcel y que su madre era de una raza distinta (era mestizo y no se le notaba la diferencia). Al conocer estos datos, su conducta empeoró. La relación con sus padres se deterioró gravemente, se obsesionó con conocer y hacer amigos sólo de su etnia, y no les perdonó que le ocultaran el dato sobre su nacimiento.
Sus padres defendieron su silencio con la tesis de que tenían miedo de que si el niño conocía sus orígenes (fue adoptado con quince días), acabara como su madre. No le dijeron nada, pero sí le transmitieron inconscientemente sus temores. Él se sentía un niño malo, y como tal se comportaba. Su conducta empeoró al saber la historia que le habían ocultado. Los temores de sus padres les llevaron a ocultar los orígenes de su hijo y la consecuencia de esto fue la falta de vinculación entre ellos y una adopción con muchas posibilidades de fracasar.
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