En la vuelta al cole, no todo es Covid.

Las redes sociales hierven. Muchas madres, padres y docentes estamos profundamente preocupados por la vuelta al colegio de nuestros niños y adolescentes. Y no es Covid todo lo que inquieta. Y es que en los días de confinamiento, los padres y madres de niños que han sufrido duras experiencias en sus primeros años de vida, hemos observado que el hecho de estudiar de forma no presencial, ha supuesto para ellos despojarles de la carga de estrés tan fuerte que tienen que soportar a diario en el centro educativo. Hemos podido observar cómo recuperaban el sueño, cómo se les veía tranquilos y relajados disfrutando del hecho de estar en casa, y un cambio de actitud, claramente más positivo, ante la realización de tareas escolares, así como en otro tipo de actividades para las que antes no tenían tiempo. Por supuesto que tienen que socializar, por supuesto que no deben crecer aislados, atrincherados en sus hogares, pero creemos que algo no funciona bien en nuestro sistema educativo cuando hay un gran número de alumnos que prefieren estudiar desde casa y que agobian cuando oyen hablar de la vuelta al colegio. Porque nuestros niños tienen más miedo a enfrentarse a lo que es la vida cotidiana  en la escuela, que al coronavirus.

 Para ellos, la escuela es el lugar en el que se sienten solos e incomprendidos por un sistema que no responde a sus necesidades, ni los defiende ni los protege, y que no entiende de sus diferentes ritmos ni de sus diferencias, a veces difíciles de distinguir al no tener rasgos físicos que ayuden a detectar todo el pasado que arrastran. Que les define como vagos y dispersos, hasta disruptivos, y que a veces intentan corregirlos con castigos o consecuencias que se parecen enormemente al abandono. Y ellos, cada día, tienen miedo a sufrir ese abandono, a rememorar lo que no pueden olvidar, pero que no saben que recuerdan porque permanece en su memoria implícita.

Muchos tienen desconfianza a volver a un mundo que no les hace sentirse apreciados, ni aceptados,  que les hace sentir que son un estorbo porque no siguen el ritmo, porque se distraen, porque interrumpen la clase porque no se enteran, porque se aburren y no saben disimular.

Les da miedo enfrentarse de nuevo a la amenaza de ese techo invisible, pero infranqueable, que tanto les limita al tiempo que debilita su autoestima, para llegar a alcanzar los objetivos, que pueden conseguir si se les da la oportunidad de hacerlo con metodologías más inclusivas, aunque en ocasiones les cueste más tiempo o más ayuda.

Les inquieta volver para que se les mida con el mismo rasero a la hora de calificar, sin darle valor a sus logros y sin tener en cuenta que tienen menos recursos que sus compañeros y compañeras, y que todo les cuesta el doble de tiempo y de esfuerzo, incluso más. Y que ese esfuerzo, en la mayoría de los casos, no se les valora. Por desgracia, en líneas generales, en el ámbito escolar prima la igualdad frente a la equidad, convirtiendo la atención a la diversidad dentro del aula en una utopía. ¿Esto va a cambiar con las medidas contra la pandemia? O tal vez esta especial circunstancia multiplique sus dificultades.

La clase para los niños que han padecido adversidad temprana, suponen:

  • Un enorme desgaste emocional. Es un espacio con ruidos y estertores, ritmos imposibles y sus cambios rápidos y constantes. Demasiado rápidos, demasiados cambios que precisan demasiada atención.
  • Supone enfrentarse a las sanciones por sus despistes, por los olvidos de libros y libretas, por los materiales que pierden o les faltan y el mal uso de una agenda que no saben gestionar.
  • Miedo a los recreos por los depredadores de patio de colegio, con los vacíos y los desplantes. Más soledad, más abandono.
  • Tener que socializar de nuevo y que se note que no tienen capacidades sociales. Enfrentarse a su falta de amigos, a sentirse de nuevo solos, diferentes y raros.
  • Tienen miedo a regresar a un ritmo que no pueden ni deben de obligarle nadie a seguir, ni en la escuela, ni en la sociedad.
  • A soportar tardes de tareas interminables, que generan tensiones y estrés. A las extraescolares de refuerzo académico, porque no pueden con todo, porque en clase no se respeta su ritmo.
  • Miedo al sentimiento de fracaso, cuando el fracaso es de todos por no saber ayudarles.

Para evitar que todo esto suceda y poder ejercer la enseñanza tal y como indica el artículo de atención a la diversidad (Ley Orgánica 8/2013 del 9 de diciembre artículos 1 y 4) y facilitar el regreso al sistema educativo de estos niños, niñas y adolescentes, se necesita de la voluntad política y del compromiso social para cambiar un sistema escolar que no funciona. Y este es un buen momento para hacerlo. Porque es preciso cambiar un sistema que ha demostrado ser perjudicial para nuestros hijos e hijas. Un sistema que los ignora y que los excluye sin contemplar que siendo iguales, son niños muy diferentes por su historia de vida. Un sistema que ha demostrado con el confinamiento que no existen problemas de aprendizaje ni de comportamiento, sino problemas de enseñanza. Esa enseñanza que se denomina regulada y que tanto desregula a nuestros niños, niñas y adolescentes. Y es ahora una buena ocasión para aplicarse, para que el regreso al colegio, a los institutos, sea ilusionante para todos. Porque la amenaza del COVID-19 preocupa, claro que sí, mucho. Pero no es el COVID-19 la única y mayor preocupación de los padres, madres,  niños, niñas y chavales que ven en la escuela una amenaza.

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