Prólogo al libro Psicología del bebé adoptado de Montse Lapastora. Por Sandra Baita

Si ponemos tantas expectativas en los hijos que nacen de nuestro propio linaje, ¿Cuántas más ponemos en los hijos que no nacen de nuestra propia genética, sino de la de alguien a quien no conocemos y probablemente no conoceremos jamás?

La fotografía de los bebés que todos nos hacemos en nuestro imaginario retrata a un pequeño ser angelical, regordete y bonachón, que sonríe o duerme, lozano y vital, y que llama naturalmente nuestra simpatía por él.

Pero los bebés no llegan al mundo así por gracia misma del destino. Muchos procesos mentales, genéticos, fisiológicos, sociales y culturales de los padres que los engendran son los que intervienen en el asunto. Y una gran parte de toda esa información de origen se pierde -probablemente para siempre- en la historia de un bebé adoptado.

La idea de que adoptar un bebé permitirá criarlo lo más parecido posible a un “hijo propio” suele estar presente en muchas parejas adoptantes. Para éstas adoptar un niño crecido, es adoptar un niño con una historia detrás, una que muchas veces arrastra dolor y la fantasía de un daño mayor al que se conoce, o incluso de un daño que se hará evidente en un catastrófico futuro no muy lejano.

Cuando adoptan un bebé y éste crece y aparecen problemas, es probable que los padres adoptivos los atribuyan a los factores genéticos y hereditarios provenientes de su origen, factores que tal vez ellos desconozcan.

Lo cierto es que los bebés adoptados también tienen una historia. Una que no pueden recordar explícitamente y narrar como quien relata las páginas de un cuento, pero es una historia que, como bien nos dice la autora de este magnífico libro desde sus primeras páginas, su cerebro sí recordará.

Y esa historia incluirá no solamente la información sobre su origen que se pueda conocer y recabar, sino además el complejo entramado tejido entre todo lo que los padres adoptivos vivieron previo a la adopción de este bebé, más sus propias historias como hijos, sus heridas no sanadas, las viejas de su infancia, y las actuales de su edad adulta, entre ellas especialmente las que deja el saber que no se puede ser padres o madres “naturalmente”, esas que, como la autora destaca, comportan un impacto emocional desestabilizador que se manifiesta a través de diversos estados afectivos.

Aceptado el hecho de que el bebé no se parece fisonómicamente a ninguno de los padres (lo cual paradójicamente es lo primero a lo que presta atención el mundo exterior no familiar, ajeno a todos los padecimientos, sufrimientos, expectativas y ansiedades que la llegada de ese niño trajo en la pareja) comienzan a aparecer algunas preguntas: ¿por qué es tan irritable? O ¿por qué es tan poco sociable? ¿Por qué su desarrollo no es igual al de otros bebés? ¿Por qué parece que nada es suficiente? Estas preguntas empiezan a hallar respuestas teñidas de temores alimentados por las conjeturas sobre el origen de este bebé tanto como por los propios fantasmas: lo que uno de los padres hace mal, lo que el otro no hace, lo que alguno de los dos hace por demás, la fantasía de que tal vez la infertilidad era una señal de que no estaban capacitados para ser padres, o las diferencias que originariamente hubo en la pareja respecto de seguir avanzando en la búsqueda de un hijo propio, o abandonarla y reemplazarla por la búsqueda de un hijo ajeno.

Convertirse en padres adoptivos implica quedar sujetos a una serie de evaluaciones que los padres biológicos no deben enfrentar cuando deciden tener un hijo. Los primeros deben dar cuenta de una idoneidad de la cual los segundos quedan exentos. Entonces, ¿será culpa nuestra, piensan los padres, que este bebé no esté creciendo como debiera? ¿Será tal vez que nuestra idoneidad no era tal? El ruido mental de todas estas preguntas angustiosas se mueve imperceptible pero certero en la relación de los padres con su bebé.

La autora de este maravilloso libro se sumerge de manera clara y amable a la vez, en las múltiples aristas de estas historias cruzadas: los duelos, el impacto de las situaciones no resueltas, las diferencias entre ser padres biológicos y ser padres adoptivos, a la vez que va aportando una mirada al “lado B” de las adopciones. Así, nos ilustra acerca de las consecuencias que imponen al neurodesarrollo la exposición al estrés y la negligencia mientras el bebé habita el útero materno, poniendo en evidencia que el supuesto poder protector que se le suele adjudicar al mismo no es tal, y que ya antes de nacer el ser humano puede estar expuesto irremediablemente a los efectos de factores tales como la negligencia, el maltrato y otra s formas de abusos.

La explicación pormenorizada y detallada de los efectos a largo plazo que tiene en el desarrollo infantil el consumo de distintas sustancias durante el embarazo materno, permiten trazar una línea imaginaria entre la historia previa a la adopción y algunas de las manifestaciones conductuales, afectivas y cognitivas que más adelante llevarán a este niño -ya adoptado, ya crecido- a la consulta psicoterapéutica.

La autora aporta además una detallada guía para ayudar a los padres adoptivos a recibir al bebé desde el primer momento, recordándonos que, además de las cualidades propias de la fragilidad del ser humano recién nacido, las circunstancias que pudieron haber rodeado la concepción y nacimiento de ese bebé en particular, pueden incrementar en él el miedo o la reactividad, haciendo necesario también aumentar la paciencia y los recursos a utilizar para acompañar su crecimiento y su adaptación desde el primer día.

De suma importancia es el capítulo que Lapastora dedica a explicar la psicología del bebé adoptado, introduciéndonos en la diferencia entre las memorias implícitas y las memorias explícitas. Los adultos tendemos a explicar los fenómenos desde nuestra mirada auto centrada; desde ahí solo lo que podemos recordar y narrar es importante y puede ser valorado, como si lo que se guarda en nuestro cuerpo antes de que tengamos la madurez necesaria para tener recuerdos explícitos, fuera secundario o incluso pudiera evaporarse por el simple paso del tiempo. Es en esa matriz de memoria precisamente donde se guarda la información más contundente para el desarrollo humano: cómo se gestaron las relaciones con nuestras figuras de apego. Ese es el reservorio del esqueleto emocional del ser humano, y lo será en el bebé adoptado, como lo es también en los padres que lo adoptan. Ambas memorias, esas que no se pueden narrar pero que habitan el espacio interpersonal, entrarán en interacción desde el primer momento y darán paso a la posibilidad de que ese bebé, con sus nuevas figuras de cuidado, pueda desarrollar el esqueleto emocional necesario para poder reparar incluso la herida del abandono original. Pero, cuidado: tener la materia prima para lograrlo no garantiza que ese proceso se dé por sí solo. De allí entonces la importancia de entender qué se juega en la historia de cada uno de los protagonistas de esta nueva aventura de vida: el bebé y cada uno de sus progenitores.

En el capítulo sobre la construcción de la familia adoptiva el lector encontrará mucha información de utilidad para poder aportar no solo a las familias que adoptan bebés, sino también a las que adoptan niños más grandes, y ¿por qué no? también a las familias que tienen hijos propios, ya que fomentar la vinculación de un bebé recién nacido con sus padres tampoco es algo que necesariamente se dé de modo automático en las familias biológicas. El repaso pormenorizado de los factores que facilitan o dificultan la vinculación de los padres adoptantes con su bebé adoptado y las variables propias del bebé que pueden interferir en esa vinculación son un regalo que la autora nos hace para recordar que ese proceso, por más deseado que haya sido para los padres, por más necesario que sea para el bebé, no está exento de complejidades.

Luego la autora nos ilustra acerca de diversos modelos terapéuticos que pueden ser de gran ayuda para el trabajo con esta población, y nos recuerda así a los psicoterapeutas que las primeras enseñanzas de nuestra formación universitaria, apenas nos asomaban al mundo interior del ser humano. Pero la realidad supera todo, y nos obliga a mantenernos atentos, a profundizar nuestra especialización y a incrementar nuestros recursos.

Y finalmente, los testimonios personales -siempre tan ilustrativos y gráficos a la hora de ayudarnos a fijar los conceptos que la teoría nos imparte- nos llevan de paseo entre las experiencias de la parentalidad adoptante y de la filiación adoptiva. En uno de ellos una mujer adulta habla de las ramas de sus padeceres y la raíz de sus traumas. Y yo me voy a permitir tomarle prestada la metáfora del árbol para cerrar este prólogo.

No existe un árbol sin sus raíces. No hay tronco, no hay ramas, no hay hojas ni flores ni frutos. La infancia es la raíz de la vida humana. Y no siempre le asignamos la real importancia que tiene para el desarrollo del resto del árbol en el que el ser humano se convertirá. Pero la tiene, vaya si la tiene. Las experiencias de quienes somos desde nuestro mismo origen se guardan para siempre, no se evaporan ni desaparecen porque hayamos logrado la tan añorada madurez de los años adultos.

Este libro es en cada una de sus páginas, una invitación a recordarnos cómo se construyen esas raíces, qué necesitan para crecer fuertes y cuánto más necesitan si en sus orígenes hubo diversos factores que atentaron contra su posibilidad de desarrollarse en su máxima plenitud. Si se necesita una aldea para criar un niño, debemos saber que esa aldea no es meramente juntar una cantidad de personas que estén alrededor del niño, sino que cada una de ellas sepa cabalmente qué debe hacer, frente a qué y cuándo.

Buenos Aires, 30 de septiembre de 2019.

 

Sandra Baíta para el libro «Psicología del bebé adoptado» de Montse Lapastora.

En el libro  ha habido un tremendo fallo ya que en el epígrafe del «prólogo de Sandra Baita» lo que aparece escrito es la introducción que hizo Montse y no el prólogo de Sandra Baita, que no está incluido por error. Aquí podéis leerlo. Es muy interesante, como el libro en su totalidad.

 

 

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1 Winnicott, D.W. (1971): Playing and reality. Tavistock Publications, London. Tomado de la edición en español: Winnicott, D.W. (1990): Realidad y juego. Editorial Gedisa, S.A., Barcelona (pg.77).
Cursiva en el original.
2 Terr, L. (1981): “Forbidden games”: Post-Traumatic Child´s Play. Journal of the American Academy of Child & Adolescent Psychiatry, 20,4:741-760 (La traducción me pertenece; en cursiva
en el original)
3 Terr, L. ibid.
4 Winnicott, D.W. Ibid. Pg. 61 (en cursiva en el original

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