Por invitación de Mercedes Moya, me mudo de blog un rato para colaborar con la excelente página web Adopción punto de encuentro. Hacía tiempo que tenía pendiente una colaboración con este espacio de conocimientos y reflexión tan rico y estimulante, lugar de encuentro -como su nombre indica- y apoyo para las familias adoptivas. Así que he aceptado el reto que Mercedes me ha lanzado recientemente (escribir sobre La Indefensión Aprendida) para hacer por fin realidad mi participación, aquí, entre vosotros y vosotras. Es un auténtico placer, un gusto acercarme a esta página. Muchas gracias a todos y todas por esta oportunidad.
Cuando estudiaba psicología -este año hace 30 años que empecé primero en la Facultad de Psicología de San Sebastián. ¡Cómo hemos cambiado!, esto me daría para otro post- una de las teorías que aprendí y más me fascinó fue La Indefensión aprendida, de Martin Seligman. Todavía recuerdo a la profesora Bárbara Torres, de psicopatología, en 4º de psicología, exponiendo los modelos explicativos por los cuales una persona puede deprimirse. Uno de ellos era este, el de la Indefensión aprendida.
¿Qué es La Indefensión aprendida?
La misma palabra lo dice: básicamente es aprender que por mucho que ejecutes una conducta, no vas a conseguir evitar un resultado aversivo. Martin Seligman utilizó para ello un modelo experimental, pues en investigación en ciencia se requieren modelos experimentales que avalen las hipótesis de los investigadores. Recurro a la Wikipedia, que lo explica muy bien, para contaros el experimento. El estudio contaba con dos partes:
1ª parte
“Tres grupos de perros fueron puestos en arneses.
El grupo 1 fue solamente puesto en los arneses por un tiempo y luego eran liberados.
Los grupos 2 y 3 fueron amarrados en yunta.
A los perros en el grupo 2 se les daban choques eléctricos de manera aleatoria y los perros podían presionar una palanca para parar los choques. Cada perro del grupo 3 era juntado con uno del grupo 2; si bien, cuando el perro del grupo 2 recibía un choque eléctrico, el perro del grupo 3 también recibía un choque de la misma intensidad y duración, este no podía evitarlo, porque su palanca no hacía nada. Para el perro del grupo 3, parecía que el choque se suspendía de manera aleatoria porque el perro del grupo 2 al que estaba pareado estaba parando el choque. Por lo tanto, para los perros del grupo 3, el choque era «inevitable».
2ª parte
Los 3 grupos de perros fueron llevados a una habitación que tenía dos compartimientos rectangulares divididos por una barrera de unas cuantas pulgadas de alto. Todos los perros podían escapar del choque eléctrico yendo a la otra parte de la habitación. Los perros del grupo 1 y 2 rápidamente entendieron la tarea y escaparon de los choques eléctricos, sin embargo, la mayoría de los perros del grupo 3 (que antes habían aprendido que nada de lo que hicieran iba a parar el choque eléctrico) simplemente se quedaron quietos sin hacer nada y solo gemían al recibir los choques.
En un segundo experimento ese mismo año, con nuevos grupos de perros, Overmier y Seligman eliminaron la posibilidad de que, en vez de tener una indefensión aprendida, el grupo 3 hubiera fallado en aprender la tarea de escapar del choque debido a haber aprendido otro comportamiento que interfería con la tarea de escapar. Para prevenir ese comportamiento que «interfería», los perros del grupo 3 fueron inmovilizados con una droga que los paralizaba (curare) y tuvieron un procedimiento similar que en la parte 1 del experimento de Seligman y Maier. Cuando llegaron a la parte 2 del experimento, el grupo 3 exhibió el mismo comportamiento de indefensión aprendida. Este resultado sirvió para eliminar la hipótesis de la interferencia.
En la hipótesis de Seligman, los perros no trataban de escapar porque ellos creían que nada de lo que hicieran haría que los choques pararan”.
Este modelo se ha utilizado para explicar, como he comentado, la depresión. Sin embargo, al trasladarlo a los seres humanos, Seligman perfeccionó el mismo teniendo en cuenta que las personas tenemos una complejidad y riqueza cognitiva (más capaces de generar pensamientos y abstracciones que los perros) mayores. Así, los seres humanos podemos no sólo aprender conductas motoras (no apretar la palanca para evitar la descarga) sino que tenemos una capacidad cognitiva expresada por medio de palabras de explicarnos las causas de los acontecimientos que nos ocurren en la vida, con lo cual también emitimos respuestas cognitivas y emocionales. Podemos aprender estilos que Seligman llamó atribucionales. De este modo, la persona deprimida por varias situaciones de aprendizaje de modelos de indefensión aprendida repetidos en relaciones interpersonales y experiencias de vida, genera una manera particular de atribuir los éxitos y los fracasos:
- Atribuciones internas (“Es mi culpa”)
- Atribuciones estables (“Esto no cambiará”)
- Atribuciones globales (“Afectará a todos los ámbitos de mi vida”)
Cuando la persona se deprime, es que ha aprendido a lo largo de su vida a sentirse indefenso y tener un estilo atribucional interno, estable y global para los fracasos y otro externo (“Es la suerte”) para los éxitos. Ha aprendido que por mucho que haga no conseguirá cambiar las situaciones adversas y que le generan sufrimiento, considerándose él o ella la causa de los problemas que tiene.
Tradicionalmente, del mismo modo que enseñaban a los perros del experimento de Seligman a mover las patas con la mano para que aprendieran a apretar la palanca y cesar la descarga, la persona con una depresión basada en el aprendizaje de un estilo atribucional interno tiene que trabajar para aprender a tener otro estilo más adaptativo. Para ello, es imprescindible que, como los perros, viva experiencias de éxito y que el psicólogo entrenado en terapia cognitiva le ayude a comprobar que ese éxito se ha debido a él o ella, usando las experiencias como pruebas de realidad irrefutables y que demostrarían lo contrario de la creencia que él o ella ha aprendido.
¿Qué podemos decir de este modelo aplicado a los niños adoptados?
A algunos padres con hijos/as adoptivos/as que tienen antecedentes de adversidad, le encuentran sentido a este modelo, pues desde muy pequeños -cotejando el modelo de Seligman con el del Trauma en el desarrollo (Van der Kolk, 2017)- algunos niños/as adoptados/as, debido a sus experiencias de maltrato, abandono y abuso, interiorizan -a veces, inconscientemente y no sólo de manera cognitiva, pues la experiencia ha quedado grabada en sus sensaciones y emociones, ya que dada la corta edad que tenían la memoria implícita era la que predominaba- que ellos/as son los causantes de haber sufrido estas terribles experiencias. El trauma, además, sume al niño/a en la impotencia y en la falta de control, no importa lo que haga pues no puede cesar los golpes o los insultos (o la soledad abrumadora del abandono). Cuando el niño/a crece, a estas sensaciones de vulnerabilidad le añade cogniciones automáticas consistentes en creer que él/ella es el culpable o lo merecía por su mala conducta. Si algo tiene una experiencia traumática en la que un adulto daña a un niño/a, sobre todo si es padre o madre, es que este/a cree que es por su culpa (para el niño/a es menos duro representarse a él/ella como culpable que creer que es el padre y/o la madre los que le fallan) además, el niño/a tiene poco o casi ningún control sobre esto. Del mismo modo, una experiencia maltratante por seres humanos que dicen ser tus padres (te quieren, pero te dañan, es una paradoja muy difícil de asumir para la mente humana infantil) machaca la autoestima, con lo cual todas las áreas de tu vida quedarán afectadas por un sentimiento de inutilidad y fracaso globales. Como vemos, hay similitudes entre el trauma por los malos tratos y el modelo de Seligman para la depresión.
Como posteriormente la neurobiología y la psicología del trauma nos han enseñado, una situación prolongada de malos tratos en un contexto familiar deja además secuelas que afectan al desarrollo de la personalidad: déficits en la bio-regulación de base, tendencia a experiencias disociativas, dificultades en las relaciones interpersonales (muy inhibido o, por el contrario, desinhibido a nivel socio-afectivo) y problemas en el desarrollo cognitivo (atención, memoria) y trastorno del vínculo.
Si un chico o chica con estas terribles experiencias a sus espaldas, con un estilo atribucional de estas características, se encuentra, cuando es adoptado/a, con relaciones interpersonales en la familia adoptiva y/o con los profesores u otros que inciden y refuerzan este modelo (por desconocimiento, o porque creen que actuando de una manera firme y haciéndole creer que puede hacer más y que no pone de su parte, y que todo se debe a él como forma de motivación) nos podemos encontrar con que estos muchachos/as llegan a los 18 años (o antes) habiendo tirado la toalla y pensando que no merece la pena hacer nada porque hagan lo que hagan no conseguirán un resultado positivo que cambie sus vidas y les haga sentir que se debe a ellos/as. Su derruida autoestima les conduce a tener unas expectativas de ejecución negativas y por eso optan por encerrarse en casa, encontrar consuelo en las drogas y vivir solo de la evasión (la tele, los videojuegos o salir los fines de semana)
Lucas, un chico con indefensión aprendida
Si os cuento el caso de Lucas, quizá lo veamos más claro. Es un chico de veinte años al que sigo desde que tenía siete. Proviene, como muchos chicos/as adoptados/as, de un primer año de vida donde sufrió una negligencia grave en los cuidados, mal alimentado y dejado horas en un furgón en el cual vivían sus padres, quienes llevaban una vida caracterizada por la inadaptación social. Su primera impresión de la vida es que por mucho que llorara, nadie iba a acudir a calmarlo, alimentarlo y confortarlo. Su primera sensación en su memoria implícita fue la misma que la de los perros de Seligman: por mucho que llore (apriete la palanca) no viene nadie (no cesa la descarga eléctrica) a calmar mi angustia de abandono. Esto sabemos que no determina, pero influye poderosamente en el desarrollo posterior de los niños y las niñas. Experiencias de abandono y maltrato temprano aumentan la probabilidad de sufrir en el futuro trastornos mentales, entre otros, depresión.
Como muchos chicos y chicas que nos dan lecciones de supervivencia impresionantes (y que esta sociedad no valora), consiguió salir adelante. Los servicios sociales detectan el grave abandono y le protegen al año y medio de vida en un centro de menores. Dada la situación de irrecuperabilidad de la competencia parental, su tutela pasa a manos de la administración y es adoptado prontamente (a los dos años) por un matrimonio (junto con su hermana mayor) que había sido valorado como idóneo.
Por aquello de protegerle y que no sufra, los padres le ocultaron su historia de vida. Pensaban que era lo mejor, desconociendo que con ello le privaban de acceder a un relato que diera sentido a sus orígenes y existencia.
El chico siempre creció sintiendo que lo que le había ocurrido se debía a él. Se culpaba inconscientemente. Lucas se mostraba introvertido, serio y solía desaprobarse a sí mismo. Solía tener estallidos de cólera, intolerancia a la frustración y muchas dificultades para estudiar (no se podía concentrar y su capacidad para la comprensión y expresión verbal era justa) Esto motivó una petición de tratamiento en mi consulta.
Comenzamos a trabajar con el chico y la familia, con la meta de poder ayudarle a elaborar su historia de vida. Esto se consiguió, gracias a los padres adoptivos y su reparación (comprendieron que se habían equivocado e hicieron todo lo posible por confortar y empatizar con su hijo) y a la eficacia de la Traumaterapia (Barudy y Dantagnan, 2017), un tratamiento especializado de las heridas que los traumas dejan en los niños/as, con una persona, el terapeuta, que ha de ser capaz de proporcionar un vínculo y un sentido a la vida del paciente.
A nivel escolar, los profesores hacían una atribución exclusivamente interna al chico y tenían un concepto negativo del mismo, con frases en rojo demoledoras en las que señalaban todo lo que no lograba y cuando sacaba una nota que era buena (un aprobado), siempre le ponían que “podía hacer mucho más”. Esto, unido a una política educativa de asfixiantes deberes que aún le estresaban más, motivó un cambio de centro escolar donde sí tuvo la suerte de contar con profesores mucho más comprensivos y con otro marco explicativo de los problemas que estos chicos/as sufren en su desarrollo como consecuencia del trauma. Estos profesionales, al contrario que los otros, se abrieron a la psicoeducación que les ofrecí pata entender las dificultades de Lucas desde otra óptica. Se sensibilizaron con él y le apoyaron muchísimo, creyendo que era capaz y podía hacerlo. Fue una buena experiencia para Lucas. Todo lo que cabe criticar a los profesionales del centro anterior, cabe alabar a los de este nuevo colegio.
A Lucas le fue bien, y aunque con dificultad, pudo terminar la Secundaria. Fue su único éxito. Tras pensarlo mucho, comenzó entonces un grado medio, pero era demasiado nivel para él. Como en la Educación Postobligatoria no hay ningún tipo de ayuda al aprendizaje, el fracaso en este proyecto sucedió y con el mismo un sentimiento depresivo se instaló en este chico. Y es que, además, a nivel de relación con los iguales no tenía desarrolladas competencias sociales y cognitivas básicas para integrarse en los grupos. Muy inhibido y retraído, casi con fobia social, tenía siempre la impresión de que los demás se fijaban en él y pensaban negativamente sobre su manera de ser, vestir o actuar. El modelo atribucional lo proyectaba en los otros e inconscientemente sentía y pensaba que los demás le veían como él se veía a sí mismo.
Unos conocidos le hablaron a Lucas de un trabajo físico de obra muy duro al que se apuntó y que a los tres meses tuvo que abandonar (suponía estar solo muchas horas y esto le gatillaba la memoria traumática de la soledad y el abandono) y que le llevó aún más a instalarse en el sentimiento de fracaso, pues cada nueva experiencia de estudio, laboral o social truncada le conducía a reforzar el estilo atribucional depresogénico. Había pocas, escasas, experiencias a nivel de éxito en su vida (Pensaría internamente algo así como: “¿Ves? Es por ti. No das una a derechas. Además, por muchas cosas que intentas, nada sale bien, ni siquiera sirves para trabajar en una obra. No vales para nada, no tienes amigos, a todos les sale bien algo menos a ti”)
A partir de este suceso, el chico salió aún menos (no podía enfrentarse a sus amigos/as y decirles que nada le había salido bien) y se quedó en casa, paralizado, indefenso, culpable, sin disfrutar de nada y tratando de evitar el suicidio gracias a los porros, a la paciencia, apoyo y comprensión de sus padres y… ¡a un coche que se compró con lo que ganó en la obra! (Aquí está la experiencia resiliente) De esto se sentía orgulloso y decía que “es lo único que he hecho bien” Pues realmente es un genio para la negociación y la compra venta y consiguió comprar un buen coche a un precio increíble.
La resiliencia, ese realismo de la esperanza (Cyrulnik y otros, 2004)
Afortunadamente, hemos aprendido, años después de que Seligman desarrollara este modelo (que tiene su sentido) que el fenómeno de la resiliencia (la capacidad de que brote una energía positiva que te conduce a levantarte y rehacerte, transformándote, desde la adversidad) existe. Pero no nos engañemos: La resiliencia solo puede surgir si hay un entorno afectivo y solidario. Como dice mi maestro Jorge Barudy, “afortunadamente existen buenas personas” y “la resiliencia es siempre una construcción social”.
Lucas vino de nuevo a la terapia y volvimos a empezar, siempre trabajando junto con sus padres, para que saliera adelante y pudiera rehacerse. Además de la infinita comprensión y apoyo de los padres (hay que huir del nefasto y periclitado discurso: “¡qué vas a hacer!” “¡Tienes muchos años!” “¡No estudias ni trabajas, eso no puede ser!” “¡Lo que te pasa es que eres un vago!” “¡No te esfuerzas!” etc.), a su empatía y compasión hacia Lucas, este pudo empezar a desculpabilizarse y a sentir la suficiente seguridad y confianza para intentar ser… ¡comercial de venta de coches! Eso sí, la solidaridad es fundamental, y un amigo del padre, sensibilizado y conmovido por su historia, bajo una nueva mirada, le dio la oportunidad de aprender a su lado, bajo su protección. Y así este chico empezó a cambiar su estilo atribucional y dejar espacio para que emerja el aprendizaje de un estilo nuevo. Pero, hay que estar a su lado y atentos, pues una mala experiencia puede volver a activar, de nuevo, los viejos esquemas. Por eso los padres deben de tener presente que esto puede ocurrir y otra vez habrá que estar ahí y volver a ser puerto y base segura, para que, después, nuevamente reparados, puedan hacerse de nuevo a la mar.
Gracias a Mercedes Moya, a todos y todas los y las que formáis parte de esta hermosa familia.
REFERENCIAS
- Barudy (comunicación personal, 19 de octubre de 2019)
Cyrulnik, B., Vanistendael, S., Guénard, T. y otros (2004) El realismo de la esperanza. Testimonios de experiencias profesionales en torno a la resiliencia. Barcelona: Gedisa Editorial.
Van der Kolk, B. (2017). El cuerpo lleva la cuenta. Cerebro, mente y cuerpo en la superación del trauma. Barcelona: Eleftheria.
Seligman, M. E. P. (1975). Helplessness: On Depression, Development, and Death. San Francisco: W. H. Freeman
https://es.wikipedia.org/wiki/Indefensión_aprendida
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