Este precioso cuento escrito por Iván Manuel Valdivia Gandur e ilustrado por Alex Pelayo, además de didáctico es un perfecto ejemplo de la realidad de muchos niños y niñas y adolescentes de esos (no sé si bien llamados) multiproblemáticos.
Los cactus son plantas que desarrollan mecanismos de supervivencia para pasar largas temporadas de sequía, se adaptan para soportar condiciones extremas. Fijaros si es grande la adaptación que las hojas se convierten en espinas pues de otro modo no podrían sobrevivir. Y lo mismo podríamos decir de muchos/as niños/as y adolescentes que viven en contextos de desafección, en un desierto emocional en el que la nutrición afectiva no existe, en familias que no saben o no pueden proveer de un entorno sano y favorecedor. Aparecen por tanto las espinas.
¿Qué como son las espinas? Es fácil verlo. Por ejemplo, María “pincha” en clase siendo insoportable, llamando la atención de manera continuada, provocando a los profesores para ser expulsada y que le envíen al aula de convivencia. Pablo enseña sus espinas cogiendo a un compañero del cuello tirándole al suelo cuando alguien le insulta, o cuando va por la calle rallando un coche al pasar, o cuando “coge prestado” el estuche de su compañero de al lado que es mucho más bonito que su triste portalápices agujereado. Luis no para de echar en cara a sus acogedores que ellos no son sus padres ni mandan de él, que va a hacer lo que le dé la gana, que no soporta que se metan en su vida…
Si supiéramos más de botánica los que nos relacionamos habitualmente con niños y adolescentes nos iría seguramente mejor. Debiéramos saber que las apariencias engañan en la Madre Naturaleza. Que preciosas setas pueden ser mortíferas de igual modo que uno de los más preciados trofeos naturales como la trufa se encuentra en el interior de la tierra y hay que ser muy avispado para saber encontrarlo. Que hay que saber no solo ver, sino también mirar de forma adecuada.
Hay una de esas «adolescente-cactus» que en los últimos días ocupaba una buena parte de mis pensamientos. Absentista, provocadora, rebelde, contestona, maleducada….yo me pregunto ¿por qué siempre viene a mis citas? ¿porque jamás me ha hablado mal a mí?¿por qué no solo admite algunos consejos sino que además reflexiona sobre sí misma como si fuera otra persona irreconocible para los que dicen conocerla bien?¿por qué siempre me agradece, mira con cariño y se despide de mí diciendo lo afortunadas que son mis hijas porque tienen quien las escuche y de cariño? Y con esto no me estoy tirando flores en un afán narcisista, os lo aseguro.
Me encanta conocer esa parte de ella, agradezco que me permita entrar en su esencia, en su perfume penetrable que embriaga la sala de sonrisas y alegrías desde que entra por la puerta hasta que se marcha. Sus espinas no me llegan, no me pinchan, no hacen daño cuando el contexto es seguro y poco amenazante. ¿Os imagináis un cactus con espinas retráctiles?
Pero ¿qué puedo hacer yo para que los demás vean una rosa con espinas donde todo el mundo ve un cactus que molesta y estorba? ¿Cómo transmitirle a los demás que ella sufre, que las espinas también son interiores, que le duele en el alma haber sido repudiada, abandonada, maltratada, humillada y despreciada por los que le dieron la vida? ¿Pudo haber desarrollado otras estrategias de supervivencia?
Empecé a escribir hasta aquí esta entrada hace unos días y paré.
Algo pasó después que puedo decir que una vez más me ha transformado. Esto de aprender sobre (y con) la infancia y la adolescencia permite una continua revisión e incorporación de planteamientos que hace que sea un proceso continuo de descubrimiento apasionante. Hablo de un ENCUENTRO, de esos que dejan huella. He podido descubrir personalmente a un mago de la intervención en terapia familiar con niños y adolescentes multiproblemáticos, en un Seminario que se celebró en Castellón . Se trata de Maurizio Aldolfi, un médico y psiquiatra infantil.
Reconozco haber llegado al seminario sin saber demasiado de él, tan solo su renombre y reconocimiento en el plano profesional. Una de esas figuras relevantes a las que siempre una se quiere acercar leyendo sus obras pero que se va postergando porque como dice un amigo: «la vida no me da para más».
De una manera magistral Maurizio nos mostró su forma de acercarse en terapia a los niños y adolescentes, desde una posición de total cercanía, reconocimiento, respeto y confianza. Sin señalamientos, sin etiquetas. Atendiendo a algo que para mí es fundamental: cada problema del niño es un problema familiar.
Presentó su último libro traducido al castellano escrito conjuntamente con la terapeuta Anna Mascellani y que tiene como título «Historias de la adolescencia» de la editorial Gedisa.
Toda una joya en la que me sumergido que aborda un tema poco frecuente en la bibliografía existente como es el trabajo con adolescentes desde una perspectiva sistémico-relacional, y de la que en esta entrada quería compartir con vosotros la particular aportación de los autores quienes ofrecen algunos puntos clave para comprender la adolescencia (y añado yo, sea quien sea el adolescente y tenga la familia que tenga):
– La adolescencia no es una enfermedad. Parece que muchos padres tienen la percepción de que la adolescencia de sus hijos es mucho más cercana a una enfermedad que al placer de una nueva fase de crecimiento.
- El adolescente no es un niño superdesarrollado. Si el niño no es un adulto en miniatura, un adolescente no es un niño grande. Es un sujeto de competencias aunque éstas sean a veces de ambivalencia.
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La adolescencia no es la edad de la liberación: la necesidad de separación del adolescente es tan fuerte como la exigencia de pertenecer. Un buen terapeuta sabe comprender que siempre que el adolescente proclama a gritos su independencia y asume posturas despectivas con respecto a la familia y a sus reglas, afirmando que lo mejor es estar fuera, en realidad está afirmando lo contrario: su miedo de crecer es mucho y su necesidad más fuerte es la de poder sentir que debe reconstruir sus pertenencias (grupos en los que siente que pertenece).
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El adolescente lleva esculpida dentro de sí la historia familiar. Lo que el hijo conoce en relación con el pasado y, por lo tanto, con el presente, acerca de su familia no es tanto un conjunto de hechos o eventos, sino más bien el producto relacional que los significados de tales eventos han inducido en su familia.
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El adolescente es el brazo armado de los conflictos familiares. En las familias no nos damos cuenta de que la guerra se da en el plano parental y que el problema del adolescente es la pistola humeante, es decir, la evidencia de lo que sucede en la generación anterior.
– Las señales verbales del adolescente son contradictorias. Cuando el adolescente habla es más importante escuchar aquello que subyace a lo que dice que el simple contenido verbal (dada la ambivalencia comentada antes). Para él la regulación de las distancias, la aceptación de sí mismo, y la coherencia son todavía objetivos por alcanzar desde el momento en que tiene una identidad en formación.
- Las señales no verbales del adolescente son complejas y contradictorias. A menudo el lenguaje corporal del adolescente subraya aquellas actitudes provocativas que tienen que ver con lo que él querría ser, más que con modalidades relacionales y posturas que podrían revelar sus necesidades reales de afecto y de cercanía.
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El grupo de los coetáneos es un laboratorio de conocimiento y de experimentaciones fundamental para el adolescente. La frecuentación del grupo de pares es fundamental en la adolescencia porque constituye el otro polo de la realidad, tan necesario para crecer como el polo familiar.
|Concepcion Martínez Vázquez Psicóloga Diplomada en Trauma infantil y psicoterapia sistémica por IFIV. Pro-fesora asociada Universitat de València.
| Posee un blog llamado resilenciainfantil.blogspot.com del que nos ha cedido este interesante artículo.
|Es una gran colaboradora de adopciónpuntodeencuentro.com
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