Adoptar grupo de hermanos. ¿El doble de trabajo? Por Vinyet Mirabent

Cuando una pareja o persona se plantea la idea de la adopción surge, a menudo, la cuestión es adoptar un menor o bien dos (o tres) hermanos, en el caso en que se desee tener más de un hijo.[…]

Los padres que adoptan han de saber que a veces el grupo de niños que le presentan como hermanos tiene muchos matices. Por ejemplo, que son hermanos de madre o del padre (y no se conocen), o que son hermanos biológicos, pero nunca han vivido juntos y, por tanto, no es tan “vinculados” como hermanos y entre ellos se sienten extraños. Según sea pues, el grupo de hermanos que se llegue a adoptar, pueden aparecer cuestiones, dificultades o conflictos diferentes; en todo caso, las relaciones entre ellos serán más complejas.

En el caso de los hermanos a los que no les une un vínculo afectivo, la adopción sería equiparable, a efectos prácticos, a la de los pequeños que no se conocen y se encuentran, de repente, inmersos en una nueva realidad y familia. Los celos y rivalidades que pueden aparecer en este supuesto pueden llegar a ser mucho más intensos, pues cada niño está descubriendo lo que significa tener unos padres, unas figuras de referencia y apego a las que se está vinculando, y el tener que compartir esas figuras con otro pequeño al que no le une un lazo afectivo y que también reclama su propio espacio y atenciones puede despertar fuertes sentimientos que dificulten el proceso de acomodación e integración familiar. Esto se agrava en el caso de que ambos niños les separe una corta diferencia de edad, pues las rivalidades se intensifican. A su vez, los padres han de ser capaces de atender a cada niño en sus necesidades teniendo en cuenta además la relación entre ambos: eso añadirá dificultades a las funciones de crianza.

También es cierto que adoptar a un grupo de hermanos que han convivido hasta entonces y que ya están vinculados tiene algunos aspectos que facilitan las relaciones posteriores y la integración: se apoyan entre ellos, se sienten más acompañados y la extrañeza ante el enorme cambio de vida queda matizada, pues conservan algo del pasado: las relaciones entre ellos mismos. Cuando los hermanos son adoptados a la vez, eso facilita que hablen entre ellos de sus temores y preocupaciones sobre lo que está pasando, o lo que pasará, o sobre cómo era la vida en el orfanato, etc. Hablar de sus vivencias y recuerdos les permite irlos elaborando. Si sus padres pueden y saben acompañarles en todo ello, sin duda las cosas les resultarán más fáciles. El tender puentes con el pasado les ayuda a reconstruir su historia, a valorar lo positivo y a ir comprendiendo y aceptando los aspectos más negativos (por ejemplo, que tuviera poca atención porque había pocos cuidadores, o que llegaran a pelearse por un trozo de pan porque realmente vivían en la escasez, o que uno de los compañeros se volviera dominante y tirano para conseguir lo que quería); si los padres están al lado en estos temas, podrán matizarlos, acoger y contener su resentimiento, buscar explicaciones, aceptar sus protestas y quejas.

Lo esencial es que los padres que adoptan un grupo de hermanos entiendan que cada uno de los niños a los que adoptan necesita su espacio de exclusividad. Por tanto no será el doble de trabajo, sino bastante más, ya que los padres deberán atender a uno, a otro, y a la relación que se establece entre ellos. Relación que tiene un aspecto, facilitador, pero otro aspecto que añade complejidad al proceso de vinculación de los niños. Porque los hermanos competirán entre ellos- en una rivalidad y celos normales, es decir, esperables en todos los hermanos- por la atención de los padres. Y porque en algunas ocasiones, habrán de aprender otra manera de relacionarse diferente de la que entonces tenían.

 

 (Adopción y vínculo familiar. Crianza, escolaridad y adolescencia en la adopción internacional. Vinyet Mirabent y Elena Ricart. Editorial Herder )

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