Tengo que confesar que empecé a documentarme y a buscar textos de referencia que me ayudaran, no por motivos profesionales, sino personales, cuando mi hijo mayor de repente de un día para otro y sin avisar, se hizo adolescente. Me sentía insegura como madre y tenía mucho miedo a que se produjera ese distanciamiento insalvable del que tanto me habían hablado. Tuve la suerte de que cayera en mis manos el libro de Daniel Siegel “Tormenta cerebral: el poder y el propósito del cerebro adolescente”. En él leí que existían muchos mitos alrededor de la adolescencia que eran falsos y que además complican la vida de los padres y de los hijos. El primero de ellos es el hecho de que las hormonas sean las responsables de que su cerebro se vuelva loco y dejen de ver el peligro y se lancen a la aventura de vivir sin escuchar ni tener en cuenta los consejos de los adultos. Lo que determina en gran medida el cambio en los adolescentes es sobre todo una nueva etapa en el desarrollo de su cerebro. De ahí que su libro se titule Tormenta Cerebral, que bien hubiera podido llamarse Tormenta Familiar. Pues bien será a partir de esta firme creencia de que se trata de una nueva etapa del desarrollo cerebral, que intentaré despejar dudas acerca de cómo puede esto complicar la adolescencia en los niños adoptados.
Los adolescentes no suelen sentirse identificados en sus creencias precisamente con la familia a la que pertenecen, necesitan encontrar referentes entre su grupo de iguales con los que compartan sus inquietudes y sus gustos, y en el caso de adolescentes adoptados, suelen tener importantes dudas durante esta etapa. A menudo se preguntan si se identifican con la familia a la que en ocasiones han sentido que no pertenecían. Esta etapa viene a complicar un poco todo su entramado emocional y afectivo, por eso suelo decirle a los padres que no es el mejor momento para forzar la comunicación, sino de que se hagan visibles y les recuerden que están ahí, pero serán los hijos los que elijan los momentos de acercamiento y confidencias.
Recuerdo a una chica de Etiopía de 16 años que verbalizaba de manera recurrente que cuando estaba en lugares públicos con sus padres, sentía la mirada de los otros recordándole que era muy diferente a ellos y que desde luego “ no podía haber nacido de esos padres” y eso le hacía sentir extraña y desear tener unos padres con sus mismos rasgos.
Los niños adoptados muchas veces a lo largo de su vida, aunque no lo expresen, fantasean con su familia biológica, a menudo se preguntan no ya por qué tuvieron que separarse o renunciar a ellos, sino cómo habría sido su vida con esos otros padres, si aún le recuerdan, si están vivos, si tienen hermanos, si se identificarían más con aquellos padres etc etc. Se trata en definitiva de buscar referentes, espejos en los que mirarse y sentirse vistos, ese proceso tan vital y tan necesario en el desarrollo de cualquier niño, pero que en adopción muchas veces no se vivió. De pequeños no fueron vistos por sus figuras de apego primarias y en la pubertad necesitan acaparar esa atención de manera desesperada y con estrategias a veces inadecuadas.
Estoy acostumbrada a escuchar sus relatos acerca de esa búsqueda incesante de respuestas y de información de la que no se resignan a prescindir, pero en esta etapa incluso intentan buscar en esos orígenes algunos de sus rasgos físicos y muchas características de su personalidad que no terminan de entender y de afianzar.
La etnia diferente contribuye a aumentar esas dudas y ese sentido de no pertenencia. Mi experiencia me dice que aunque se hayan trabajado de forma constructiva esas diferencias, es un elemento perturbador que los padres adoptivos no deben obviar y deben seguir abordando de manera asertiva. Un adolescente nacido en China y adoptado a una corta edad, suele decirme que casi siempre desea vivir aquí con su familia actual, pero ahora y con cierta frecuencia se imagina cómo sería tener unos padres chinos no porque crea que le querrían más, sino porque él sentiría “ que son sus verdaderos padres”. Estas palabras no me hacen dudar del vínculo que ha creado con sus padres, pero me ayudan a entender que a veces siente que no pertenece a ningún sitio, que aún mantiene lazos si no afectivos, al menos emocionales con esas personas con las que sabe que comparte sus rasgos étnicos.
El adolescente necesita más que nunca sentir que forma parte de un grupo social con el que comparte ideas, gustos y un largo etc pero sobre todo el imaginarium de lo que será su futuro, ese futuro que ahora le parece incierto y que no alcanza a ver porque en el presente siente que necesita tomar distancia, alejarse de sus padres para poder afianzar la imagen que tiene de sí mismo. Es esta necesidad de alejarse lo que precisamente le perturba por la propia inseguridad, porque la autoestima le juega malas pasadas y sobre todo necesita saber que tiene referentes claros en su familia por si desea acudir a ellos. Lo que Daniel Siegel denomina magistralmente “ un puerto seguro en el que poder sentirse a salvo”. Esto es lo que le ayudará a salir de la adolescencia con una personalidad definida y sin haber sucumbido a las experiencias a veces peligrosas que los adolescentes suelen buscar por su falta de realismo al valorar el peligro.
La base segura de la familia es la que puede evitar también que busque líderes equivocados y referentes que llenen ese vacío existencial y esa parte de su historia vital que en etapas anteriores no han sido capaces de reconstruir. Las conductas de riesgo y el consumo de sustancias, el uso indiscriminado o promiscuo del sexo para sentirse queridos, transgredir normas, todo ello ayudará a huir de una realidad que a veces les perturba.
Todo esto les aleja aún más de su familia, pero tiene una explicación científica y es el aumento de la dopamina y los circuitos cerebrales que regulan la gratificación: es la liberación de dopamina lo que provoca que se sientan atraídos por experiencias emocionantes y estimulantes y por el contrario con frecuencia se quejen de estar “aburridos” con la rutina y sentirse vivos con experiencias nuevas.
En la infancia el niño admira y se aferra a los adultos de los que depende, pero en la adolescencia los cuestiona y rechaza muchos de los estereotipos aprendidos y se plantea si su adopción fue una buena idea o si su vida con otra familia hubiera sido mejor. Si no se han creado vínculos fuertes, el adolescente siente que está fuera del sistema familiar porque no admira a sus padres y difícilmente ahora sentirá que ellos pueden disipar sus dudas y ayudarle a pasar ese tránsito de niño a adulto.
Lo que resulta preocupante para los padres, es el entramado de circunstancias que pueden hacer que sus hijos se inclinen a tomar decisiones equivocadas, porque casi todas estas decisiones se encuentran mediatizadas por su necesidad de obtener resultados positivos y además inmediatos, sopesan mucho más los pros y muy poco los contras. Si a esto unimos su poca tolerancia a la frustración que en el caso de los niños adoptados suele ser un problema que arrastran desde etapas anteriores, nos encontramos con chicos y chicas cuyo proceso de reflexión se ve anulado muchas veces por la impulsividad. Daniel Siegel se refiere a los centros de evaluación del cerebro como como agentes que juegan a su favor, infravalorando los riesgos y los resultados negativos. La búsqueda inmediata de recompensa puede hacer que el chico no utilice el cerebro racional antes de actuar, y se deje llevar simplemente por el cerebro emocional, que por un lado le aleja de ese vacío y malestar que pueda estar sintiendo y por otro lado le empuja a buscar sensaciones y emociones intensas sin pensar en las consecuencias que pueda tener.
El contexto social y emocional de su grupo de iguales es lo que va a definir el escenario en el que el adolescente se mueva, sabiendo que la influencia de los otros es crucial en esta etapa, ellos saben que sus acciones tienen repercusión y sobre todo que son observadas por otros individuos de su edad, de ahí que quieran impresionar y dar una imagen impactante que les haga sentir importante dentro del grupo.
Muchas veces los padres adoptivos se preguntan por qué sus hijos se inventan, magnifican o fantasean con su propia historia, utilizándola a veces en su propio beneficio o bien para ganarse un sitio en el grupo por una historia de vida dura que le hace único o bien para eximir responsabilidades que les corresponden a cualquier chico de su edad, pero utilizando la victimización consiguen que los demás tengan una mirada compasiva hacia ellos.
Debemos dedicar una mención especial a la mentira, ya que es en muchas ocasiones la mejor estrategia para no aceptar la responsabilidad de sus errores, llegando a exasperar a muchos padres adoptivos que se quejan del uso abusivo de la mentira incluso en situaciones irrelevantes. Se ha convertido en una buena compañera de camino casi desde la infancia, en niños adoptados que se han refugiado en ella para enmascarar su dolor, para minimizar su historia de vida, para no aceptar que pueden estar equivocados, para no enfrentar la frustración que sienten cuando algo no les sale como ellos esperan y para un sinfín de situaciones para las que no tienen otras estrategias más adecuadas, ya que su cerebro inmaduro por falta de estimulación adecuada en etapas tempranas o por diversas causas, les hace emprender una huida hacia delante donde el mentir es un proceso automático e inconsciente que en su día a día les hace salvar obstáculos con los que vuelven a toparse poco después. El hacer consciente este mecanismo de la mentira para entender su falta de seguridad o de estrategias, es el mejor recurso para que vayan desechándola.
Para ellos mentir no tiene el mismo significado que pueda tener para nosotros los adultos, que la entendemos como una deslealtad hacia esas personas que confían en nosotros. Esta pregunta es recurrente en muchos padres adoptivos, ¿ por qué mienten tanto sus hijos? Y ¿ por qué inventan o fantasean acerca de sus historias previas a la adopción?
- Por miedo a no cumplir las expectativas de padres y profesores, miedo a defraudarles. Para ello la estrategia más rápida es negar sus actos.
- Incapacidad de aceptar la responsabilidad, no la culpa, de sus actos ya que en ellos puede estar explícito el error que tanto temen cometer.
- Su escasa tolerancia a la frustración hace que intenten siempre culpar a otros de sus errores, ya que admitir los suyos propios, sería admitir su escasa valía personal y ese modelo interno negativo que tienen acerca de sí mismos, que les impide ver sus verdaderas potencialidades.
- El hecho de tener historias duras de vida les hace sentir importantes dentro de un grupo en el que a toda costa quieren encajar, eso les hace sentir fuertes y sobre todo diferentes. Por eso el haber superado circunstancias de adversidad de las que siendo más pequeños no deseaban hablar, ahora les hace únicos y les reconforta saber que su historia interesa a su grupo de iguales que quizás hayan vivido historias parecidas. Eso crea un vínculo entre ellos.
- Hay 2 cambios fundamentales en la adolescencia y son los cambios en el cuerpo y en las emociones y la necesidad de alejamiento de los padres, intentando comportarse cómo lo hace su grupo de iguales y dejando atrás los patrones familiares. Por tanto la identificación con sus amigos debe ser a todos los niveles: compartir no sólo una estética externa, unos gustos y una ideología concretas, sino sobre todo sus experiencias, mientras más extraordinarias y duras mejor y por supuesto mentir sobre todo aquello que pueda delatar su otra vida fuera del entorno familiar.
A los padres no quiero dejar de decirles que les toca elaborar un duelo cuando sus hijos llegan a la adolescencia, porque ese niño o niña que antes se miraba en sus ojos y necesitaba su aprobación y la seguridad de saberles cerca, se ha hecho mayor, un proyecto de adulto que ya no se mira en sus ojos, pero que necesita tenerlos cerca, vigilando sus pasos. Esa distancia que el adolescente suele mantener y el muro que a veces levanta, duele y hace aparecer un vacío por una etapa de nuestras vidas de adultos que ya pasó y no volverá nunca. La relación mejorará, se transformará y pasará por momentos buenos, malos y regulares, pero nunca más seremos para ellos su único referente. Debemos dejar que desplieguen sus alas y aprendan a utilizarlas. Nosotros debemos seguir esperando en ese “ puerto seguro” que supone siempre una familia, una buena familia, unos padres con las competencias parentales adecuadas. Deseando por supuesto que cada niño en este mundo pueda llegar de una u otra manera a un puerto seguro.
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