Para un niño en edad escolar, una meta especialmente importante en su desarrollo es afianzarse en el mundo que hay más allá de la familia. En entre los nueve y los doce años, el niño se prepara para el paso de la independencia, que es el sello de la adolescencia, y lo hace separándose psicológicamente de la familia. Los compañeros, los maestros, los mentores, la estrella de rock y los ídolos del deporte compiten en los padres por la atención del niño. Este proceso acarrea, necesariamente, el conflicto con los padres; el niño trata de alejarse de su control en un momento en que los padres creen y la mayoría de personas estaría de acuerdo que todavía necesita un considerable apoyo, estructura y orientación de su familia.
Un efecto secundario de este conflicto padres-hijos es la aparición de lo que Freud denominó la “fantasía de la novela familiar”, es algo por lo que pasan muchos niños, tanto adoptados, no adoptados. Pero en el caso de los niños adoptados, la solución es más complicada porque la “fantasía”, es en gran medida, real.
Los hijos biológicos de esta edad tienen, con frecuencia, fantasías en las que se imaginan que fueron secretamente adoptados. Suelen surgir después de un periodo de conflicto con los padres; es el medio que tiene el niño para hacer frente al hecho perturbador de que puede amar y odiar a sus padres al mismo tiempo. Según el razonamiento del niño, si estas desagradables personas que lo disciplina con tanto rigor son tan odiosas, deben ser forzosamente unos impostores porque sus verdaderos padres nunca podrían ser tan crueles.
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Veamos como funciona la fantasía de la novela familiar en un niño típico criado por sus padres biológicos. Cuando se pelea con sus padres, Jesse, de 10 años, recorre un tramo necesario, aunque desagradable, de camino hacia la independencia psicológica. Después de la disputa, puede encerrarse en su habitación y pensar: “¿Cómo pueden ser tan mezquinos? No me quieren. Se supone que los padres deben amar a sus hijos; quizá los hombres verdaderos padres. Mis verdaderos padres deben estar en algún sitio, por ahí, quizá son de la realeza, o estrellas de cine, seguro que son más agradables que estos dos. Algún día mis verdaderos padres vendrán, me rescatarán y me llevarán con ellos, lejos de estas horribles personas que me obligan a hacer los deberes y acabarme la coliflor”.
Durante un tiempo, incapaz de comprender la ambivalencia, Jesse dará todo su amor a esos padres de la fantasía y dirigirá toda su ira contra el padre y la madre que están en la cocina. Sin embargo, después de un tiempo, madura lo suficiente como para tolerar la ambivalencia en sus relaciones. Cuando esto suceda, sus sentimientos respecto a sus románticos “otros” padres y a sus horribles padres “reales” empezarán a amalgamarse. Gradualmente, comprenderá que sus padres son personas, algunas veces adorables y otras no.
Pero cuando el niño es adoptado, es más difícil llegar a esta resolución. Siempre hay una pareja mítica de “otros” padres en algún sitio, padres que pueden conservar sus cualidades de Bagdad, permitiendo que el niño continúe vistiendo sus padres de cada día con ropajes de maldad.
La fantasía de la novela familiar continúa
La mayoría de los niños resuelven la “fantasía de la novela familiar” entre los 10 y los 12 años. Cuando entran en la adolescencia, ya han aceptado que sus padres pueden tener dos facetas: pueden ser a la vez buena gente y mala gente.
No obstante, para los adoptados, la novela familiar no se resuelve, con frecuencia, hasta ya entrada la adolescencia. Es más, a menudo continúa hasta bien entrada la edad adulta. Esto es así porque la existencia de un segundo conjunto real de padres, los naturales, hace que sea fantasía sea mucho más difícil de resolver. Cuando el adolescente pugna por liberarse de las reglas y restricciones de su familia adoptiva, los padres adoptivos se convierten en blancos fáciles y los padres naturales son idealizados de forma creciente.
Cuando esto sucede, resulta cada vez más difícil unificar los dos conjuntos de emociones conflictivas que el niño siente hacia sus padres. Su novela familiar no es realmente una fantasía; en realidad tienen dos parejas de padres diferentes y, posiblemente, opuestas. Incapaz de aceptar la ambivalencia de sus sentimientos hacia las personas que quiere y de las que depende, el adolescente adoptado continúa manteniendo una visión dividida de su familia y, por extensión, de sí mismo.
-Es sencillamente que no me identifico con mis padres y ellos no comprenden- dice Denise, de 14 años, y una de tres niños adoptados-. A veces, creo que les gusta herirme; parece que hacen lo indecible por conseguirlo.
Denise es una niña atribulada, furiosa, con espíritu de contradicción, pero ella culpa de la mayoría de sus problemas a sus padres adoptivos. Sus padres naturales, según dice, son totalmente diferentes; ella imagina que ellos sí que la comprenderían.
-La relación de sangre había que todo fuera distinto. Sólo tendrían que estar conmigo y sabían lo que yo necesito, y no como mis padres adoptivos.
Tal como Denise de su vida, sus padres adoptivos son los malos de la película y sus padres biológicos los salvadores en potencia.
Cuando, con el tiempo, maduran y acumulan experiencias, los adolescentes llegan a comprender que la ambivalencia es algo corriente y aceptable. Llegados a este punto, pueden aceptar el hecho de que, a veces, odian a los mismos padres que aman. Pero ésta llegar a ese momento -algo que la mayoría consigue tarde o temprano-, la vida con un adolescente puede ser como un viaje en una montaña rusa emocional.
David Brodzinsky. Del libro “Soy adoptado. La vivencia de la adopción a lo largo de la vida”. (con la colaboración de Jesús Palacios en el último capítulo del libro reeditado).
Enlace para qué podáis leer en digital los primeros 8 capítulos y el epílogo del libro que os recomendamos.
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