Entendemos por fantasmas aquellas creencias, actitudes, comportamientos, pensamientos emociones y sensaciones que operan en nuestro interior sin que nos demos cuenta de ello.
Para todos los que transitamos por el mundo de la adopción, es sabido que muchos niños adoptados tienen dificultades en varios ámbitos del desarrollo. Las secuelas que dejan el abandono y el maltrato son evidentes: problemas de comportamiento, dificultades en el aprendizaje, en las relaciones sociales, etc. Pero los niños adoptados son niños que, como los demás, viven en un entorno familiar que les transmite valores, les educa y les quiere. En este entorno, sus padres adoptivos también están sujetos a lo que han aprendido de pequeños con sus propios padres, han aprendido a expresar el cariño de determinada manera, han aprendido un tipo de comunicación que puede ser explícita o implícita; en definitiva, también se ven influenciados a la hora de transmitir sus valores y comportamientos.
Este aprendizaje de los valores pasa de padres a hijos, y cuando estos se convierten en familia, recurrirán a ellos para educar y criar a sus hijos. Los padres adoptivos, como todos, tienen sus propios fantasmas a la hora de relacionarse con sus hijos, pero en dicha relación tienen más dificultades porque los niños adoptados son mucho más sensibles y vulnerables que los que no lo son.
Algunos ejemplos:
Ejemplo 1: Imaginemos que Pablo crece en una familia cuyo padre es muy estricto, con unos valores muy rígidos referentes a la escuela y a todo lo relacionado con el mundo académico. Entiende que obtener buenas notas es la obligación del estudiante, por lo que cuando su hijo las obtiene, no le felicitan porque, es su deber.
Cuando Pablo crezca y se convierta en padre, posiblemente exigirá a su hijo Arturo lo mismo que le exigieron a él: tener buenas notas y buen comportamiento en el colegio. Pero si el hijo es adoptado y manifiesta las dificultades de aprendizaje que ya hemos mencionado por la negligencia y el abandono que sufrió. Pablo, aunque sepa por qué Arturo no saca buenas notas o se comporta mal en el colegio, no podrá evitar que sus fantasmas se activen cuando no cumpla lo que se espera de él, y esa sensación desagradable puede hacer que grite o increpe al niño, provocándole inseguridad en sí mismo y aumentando su sentimiento de baja autoestima.
En este caso los fantasmas de Pablo son los que están dificultando la relación con su hijo Arturo. No le dejan ver al niño real que tiene delante, puede llegar a pensar que lo que quiere es sacarle de quicio o molestarle con sus conductas, sin darse cuenta de cómo la reacción que tiene está muy relacionada con la exigencia de sus propios padres.
Es frecuente que las notas y las tareas escolares se conviertan en el eje de la familia. Niños y padres pasan horas estudiando o intentando estudiar sin buenos resultados. Los padres adoptivos saben las dificultades que tienen sus hijos en este ámbito escolar, pero los fantasmas del pasado: “Yo no pude estudiar”, “Tiene todo lo que quiere”, ¡Ya me hubiera gustado a mí tener tus facilidades”! Interfieren, no dejando a su hijo que vaya al ritmo que necesita.
Ejemplo 2: En este caso se trata de una familia cuya madre, Teresa, es una mujer muy miedosa, que cualquier cosa le produce temor y siempre está advirtiéndole a su hijo Jorge que tenga cuidado ante cualquier situación: “Ten cuidado, que vas a coger frio”, “Ten cuidado y no vayas por esa calle”, “Ten cuidado, que te vas a caer”, “Ten cuidado y no vengas tarde” etc. Jorge crecerá sintiendo que en cualquier momento le puede pasar algo malo, y ese temor lo trasmitirá a su hijo cuando lo tenga. Este fantasma materno de miedo hará que cuando su Jorge se convierta en padre, también se deje llevar por él ante situaciones que no son peligrosas: Si su hijo Long está columpiándose en el parque, Jorge, seguramente sentirá miedo por si se cae, y tanto si lo expresa como si no lo hace, el niño lo percibirá. Y lo que necesita percibir Long es seguridad, un niño adoptado necesita sobre todo seguridad.
Ejemplo 3: Alicia y Mario tienen una hija que se llama Laura. Alicia tuvo cáncer cuando Laura tenía 7 años. Pasó un proceso duro y se curó, pero no dijeron nada a la niña para que no sufriera. Laura se daba cuenta de que algo pasaba en su casa pero no sabía qué era. Cuando fue mayor y tuvo pareja estable, decidieron tener un hijo y adoptaron a Iván. Era un niño como todos, que de vez en cuando hacía travesuras y decía alguna mentirijilla. Su madre respondía con normalidad a las trastadas de su hijo, pero cuando decía alguna mentira entraba en cólera y gritaba y castigaba a Iván de forma exagerada. ¿Qué estaba pasando? El fantasma de saber que pasa algo y no te lo dicen. En definitiva, el fantasma de la mentira estaba instalado en Laura y cada vez que Iván decía alguna, se disparaba aquella sensación de “Me están engañando”, o “Me están mintiendo” y eso provocaba sus respuestas desproporcionadas.
En estos ejemplos veíamos a unos padres que hasta el momento de serlo, eran personas controladas y respetuosas, pero que al tener un hijo que activa sus fantasmas pasados, se comportan de manera inadecuada.
A los niños adoptados les cuesta trabajo construir un apego seguro. Es cierto que vienen con roturas vinculares y otras situaciones que pueden determinar un apego inseguro y/o desorganizado, pero ¿Qué decir del apego de los padres? Evidentemente este influirá mucho en la creación del vínculo con sus hijos, y lo harán en función de sus propios vínculos.
Ahora imaginemos un niño que crece con unos padres con un apego evitativo, a los que les cuesta expresar las emociones y no se sienten cómodos con el contacto corporal. Cuando este niño sea padre también tendrá dificultades en manifestar sus emociones y su cariño a través de besos, abrazos, mimos, cosquillas, etc. Su hijo, podrá interpretar rechazo en estas conductas o falta de ellas. Una vez más los fantasmas de los padres interfieren en las relaciones con los hijos.
Ahora pensemos en un niño Xin, que crece con unos padres con apego desorganizado, que es aquel que se genera cuando se vive con un padre o madre atemorizante, que no saben regularse y que ante cualquier frustración reaccionan con gritos, tirando cosas o pegando. Cuando Xin sea mayor y se convierta en padre, no tiene por qué convertirse en un maltratador, pero tampoco sabrá regularse de forma adecuada y muy probablemente utilizará las mismas estrategias que utilizaron sus padres para calmarse. Cuando su hijo haga algo que no es lo que Xin espera, es muy posible que el fantasma de la frustración aparezca, y le grite sin motivos.
Los padres pueden tener estilos educativos diferentes, cada uno influenciado por sus propios fantasmas parentales. Esto, a la hora de educar puede ser muy perjudicial para los niños, ellos necesitan la seguridad y la coherencia que les aportan sus padres y si siente que discuten por “su culpa” se sentirá dañado y poco protegido. Una vez más son los fantasmas de los adultos los que interfieren en la relación con los hijos.
No olvidemos que los niños adoptados son más sensibles y frágiles que los demás, por lo que cualquier cosa que para un niño que no ha pasado por situaciones adversas, no tendrá mayor dificultad en asumir, para un niño adoptado es mucho más difícil hacerlo, pues nunca se sintieron seguros en sus primeros meses o años de vida.
Sin profundizar tanto, los padres también tenemos días buenos y días malos y no siempre nos comportamos igual. Si un padre llega enfadado a casa porque ha tenido un mal día en el trabajo, es posible que regaña o castigue a su hijo por cosas que no haría en otras ocasiones en las que su humor es bueno, esto, además de ser injusto, confunde al niño.
Reflexionemos un momento para descubrir nuestros propios fantasmas. La relación con nuestros hijos seguro que mejorará.
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