Sobre el Capítulo 5. “El daño iatrogénico: una enfermedad llamada profesional».
Aunque soy estudiosa y curiosa de la pedagogía, la psicología y la psiquiatría, y sobre todo en lo referente a niños y al tema adoptivo, cuando vino a mis manos el libro y al leer el título con la palabra «oxitocina» ( que es la hormona responsable de que amemos y es esencial para la estabilidad emocional de nuestro cerebro) y la palabreja “iatrogénico” del capítulo que Iñigo me había asignado, se me erizó el vello, pero conociendo al escritor y su manera directa y franca de comunicar supe enseguida que era un titulo con doble filo. En efecto, nada más empezar, inmediatamente queda aclarado el concepto sin dar tiempo siquiera a pensar que tendría que leerlo con la enciclopedia médica a mano, con lo que los lectores menos científicos como yo podemos relajarnos y disfrutarlo porque está muy bien escrito y explicado a la altura de todos.
«Tras la palabra “iatrogénico”, tan extraña y tan enrevesada, se esconde un concepto a tener en cuenta cuando hablamos de educación, de intervención social y de trabajo con personas. Si bien el término nació en el mundo médico, tiene una aplicabilidad directa sobre nuestra praxis diaria y sobre todo en niños, niñas, adolescentes o adultos a los que acompañamos a lo largo de nuestra vida. Desde que la educación es educación y la intervención social existe, siempre ha convivido con ella el riesgo a dañar, a complicar, a generar más dolor.El daño iatrogénico también es conocido como “acto médico dañino”, donde la intervención que realiza el profesional sanitario, lejos de sanar y de curar al paciente, lo enferma más por un error en el diagnóstico o en la elección de tratamiento».
Como madre un tema que me preocupa y ocupa, y se me nota en mi trabajo en la Asociación Adopción Punto de Encuentro, es el de las actuaciones de las personas que intervienen e interactúan de forma constante y trascendente con mis hijos o con otros niños que han de lidiar de una manera especial con elementos como la escuela, y con los maestros y maestras, orientadores, psicólogos, terapeutas etc, y me asusta especialmente el que su preparación formativa, su experiencia, su motivación y sensibilidad, no sean las más idóneas para los casos que deban manejar o tratar. Y ocurre, desgraciadamente a veces, que muchos de ellos, con mucha ingenuidad, que no maldad, aplican técnicas o toman decisiones que pueden tener un resultado muy adverso en nuestros niños.
“Un ejemplo muy habitual de daño iatrogénico lo vivimos, desgraciadamente, en el ámbito escolar cuando se aplica “el tiempo fuera”. Una técnica que nació en la corriente conductista y que se basa en el tan conocido estímulo-respuesta, donde se premian las conductas adecuadas (y que se desea que vuelvan a repetirse) y/o se sancionan las disruptivas (que se quieren erradicar). No voy a entrar en disquisiciones sobre lo bueno o lo malo del conductismo en los procesos educativos, sino en cómo una técnica puede dañar más que beneficiar”
Y esas actitudes o decisiones que toman, no sólo sucede con los niños sino con los padres también, con los que muchos de estos profesionales adquieren una postura, como magistralmente define Iñigo en este capítulo, de “despotismo ilustrado donde “todo sea para las familias, pero sin las familias”. Todos menos ellos deciden sobre su futuro, sobre el cómo y el porqué hacer las cosas”. Y hace una muy necesaria reflexión en voz alta:
“¿Pero qué ocurre cuando esas interpretaciones que como profesionales nos forjamos de los padres, madres, niños con los que trabajamos quedan plasmadas en un informe o es tomado en cuenta para tomar decisiones significativas sobre la vida de un menor o de una familia?”
Dejando claro que, por supuesto, no hay una intención de dañar, de obstaculizar o de doblegar, simplemente sucede que, en ocasiones, hay una clara incompetencia que no permite a las personas solucionar ni tan siquiera sus propios problemas, (suelen ser los mas prepotentes a la hora de intervenir en los de otros), a la vez que indica que los profesionales son personas que arrastran situaciones personales que pueden condicionarles y advierte en consecuencia del riesgo a dañar, a complicar, o generar más dolor, que pueden ocasionar algunos profesionales que tratan con nuestros niños y adolescentes, enumerando ejemplos y hablando de las diferentes causas y porqués más comunes de lo que denomina “una enfermedad llamada profesional”, y las nombra así:
-Porque no se ha establecido el diagnóstico ni el pronóstico.
-Por un error en el diagnóstico
-Por errores de técnica o proyecto de intervención
-Descuido y mal seguimiento del profesional
-Intervenciones innecesarias, justificadas a medias o simplemente no justificadas.
-El profesional no estaba capacitado para efectuar determinada intervención.
-Falta de preparación del profesional
-La propia historia de vida de cada profesional
-Violencia estructural
Y argumenta magistralmente cada una de ellas recalcando “la importancia de estar actualizados a nivel formativo para poder realizar un buen diagnóstico y ajustar las intervenciones y los programas”, alertando de los errores frecuentes en el sistema de protección, como lo es el hacer uso y abuso de la intuición o recrear el paralelismo con otros casos, subrayando la importancia y la necesidad de ofrecer un servicio de calidad actualizado y riguroso sin perder de vista la humildad ya que “por mucha intensidad, conocimientos o técnicas que pongamos en la palestra para conocer la realidad de un caso, siempre podemos equivocarnos.”
Leyendo detenidamente, cada frase en este capítulo está cargada de sentido común y es un llamamiento a la responsabilidad en beneficio del niño. Si he de quedarme con una idea o un párrafo sin dudarlo es el que recuerda, para quien lo necesite, también para las familias a veces vapuleadas, por ignorancia, por la incomprensión o la negligencia, que es preciso…
“…Conceptualizar a las personas que atendemos en el día a día como un material especialmente sensible y de muy difícil manipulación. Como si fuera la seda más cara del mundo que necesita de unos cuidados muy particulares o como si de plutonio enriquecido se tratara. Su historia de vida, su vulnerabilidad, su dolor, hacen de ellos personas muy delicadas ante cualquier cambio o manipulación no medida. Así pues, situarnos desde esta perspectiva nos garantiza un respeto y un cuidado exquisito ante cada caso, sabiendo que cualquier decisión, intervención o acción, pueden tener efectos lesivos fatales”.
Y es que lo borda, porque algunos niños son frágiles como la seda y otros su fragilidad puede hacerles estallar de manera atómica y no siempre son tratados con habilidad y acierto.
He leído muchos y muy buenos libros, tratados y ensayos sobre buenos tratos, resiliencia e intevención con menores desde diversas disciplinas, aunando lo científico con la experiencia, y la singularidad de este libro, aparte de su narrativa directa y cercana, es la sensación de que la experiencia volcada en él, tiende una mano, no en plan paternalista, sino para cruzar esa orilla que separa el protocolo de la implicación. Un libro escrito por alguien que desde su profesión es capaz de calar hondo, hablar sin falsos corporativismos, llamando a las cosas por su nombre y abogando y defendiendo, más allá del trato bueno, los buenos tratos y el cuidado esmerado y delicado que se necesita en cada intervención, -con muchas dosis de oxitocina-. Porque quienes necesitan su ayuda son seres humanos con la piel y el alma en carne viva y porque para ser ayudados necesitan “personas humanas”, capacitadas y con sensibilidad que usen el sentido común y que redefinan la palabra “ayudar”, psicólogos, terapeutas, docentes, médicos, profesionales cuya preocupación por desempeñar bien su trabajo vaya más allá de manuales y protocolos, de lo puramente establecido, que sean capaces de ponerse en duda ellos mismos y de tener fe en sus “intervenidos”, ya sea en la escuela, en una consulta o en un despacho.
Se necesitan profesionales valientes muy preparados y con grandes dosis de humanidad, pero no del tipo “errar es humano” sino de la talla de “La herramienta que posibilita la evolución de todo ser humano es el alma”. Las personas que para ayudar a otro ser humano ponen el alma, saben hasta dónde pueden llegar y cómo pueden hacerlo o hasta si no pueden, y de eso es de lo que Iñigo Martínez de Mandojana nos habla desde su propia sabiduría, desde su enorme experiencia sí, pero poniendo, como en todo lo que hace, el alma.
He podido hablar con anticipación de este libro porque he tenido la suerte de conocerlo en su fase final a punto de entrar en la editorial y tener el honor de que el autor me pidiera hacer la introducción de uno de sus capítulos de una manera un tanto especial.
Iñigo articula su obra en torno a las bellas artes, con la salvedad de que baraja el orden establecido y permuta la danza por la fotografía y mi cometido ha sido, para dicha introducción, aportar una imagen que explicara la relación entre ese capítulo y el porqué había elegido dicha imagen. Una foto que resumiera y acompañara a las poco más de 8.000 palabras del capítulo número 5 que era el que me había asignado, el titulado «El daño iatrogénico: una enfermedad llamada profesional» y aunque creo haber aportado mi personal e intransferible manera de traducir su capítulo en una imagen, de nuevo nos encontramos con la excepción que confirma la regla. No 1000, sino 8000 palabras valen más mucho más que una imagen, las que componen más o menos este capítulo. Lo que es cierto es que tras leer el que me había asignado, en seguida tuve clara la imagen que iba a acompañarlo, un grafiti del artista urbano Julien Malland (conocido como Seth Globepainter) , pintado en un muro de la Rue de la Clef de París. Para mí esa imagen define el gran daño de promover en un niño los propios criterios invadiéndolo. Un niño que prefiere ser invadido a sentirse abandonado.
Cuando Iñigo me propuso participar en esta su aventura literaria me colmó de alegría y de sentido de responsabilidad pues cada uno de los 7 capitulos que componen su libro son introducidos por grandes profesionales empezando por el autor del prólogo, Iñigo Ochoa de Alda (profesor de la Facultad de Psicología de la UPV/EHU y presidente de la FEAP). María Vergara (psicoterapeuta infantil en el centro EXIL): escultura. Vinyet Mirabent Junyent (psicóloga clínica, especialista en adopción): pintura. José Luis Gonzalo Marrodán (psicólogo clínico y psicoterapeuta infantil): cine. Anna Forés Miravalles (Doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación y licenciada en Pedagogía): poesía. Asier Gallastegi(educador social y consultor sistémico):música. José Luis Rubio y Gemma Puig (sociedad cooperativa iniciativa social ADDIMA promoción y desarrollo de la resiliencia):arquitectura.
Gracias Iñigo por lo mucho que aprendemos contigo, por un libro con tanto arte, desde ese pedazo de portada de Lita Cabellut a ese pedazo de tu alma y por compartirla en este libro.
Iñigo Martínez de Madojana Valle, autor del blog “Dando Vueltas” y miembro de la asociación Educativa “Biraka” de Vitoria-Gasteiz ha volcado su experiencia de trabajo con niños/as, adolescentes y familias en un Centro de Preservación Familiar, en el libro titulado Profesionales portadores de Oxitocina. Los Buenos Tratos Profesionales, que ya está a la venta en la web de el hilo ediciones y que en octubre estará en librerías.
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