Saberse madre. Aprendizajes para compartir. Pepa Horno

La certeza de nuestro amor

Nuestros hijos han de vivir en la certeza de nuestro amor. Que no les quepa duda alguna de que les queremos cada día. No se trata de que sepan de cabeza que les queremos, sino que lo sientan en su piel porque lo expresemos cada día con nuestras palabras, nuestras acciones, nuestros límites o nuestras caricias. Generando rutinas de amor, en las que expresemos cada día es amor lograremos que vivan desde el principio esa certeza. Además, el amor que sentimos por ellos y su dignidad como persona son dos cosas que nunca debemos cuestionar, ni siquiera cuando nos enfadamos o nos sentimos heridos por ellos.

Fortaleza y debilidad

Por muy conscientes que sean nuestras opciones, hay cosas de la maternidad y paternidad para las que no estamos preparados, por mucha teoría y cursos que hayamos hecho. Pasan cosas que simplemente nos desarman y nos dejan débiles y vulnerables. Pero es justo en la debilidad donde está la fuerza y en la fuerza la debilidad. Si no existe una, la otra no es real.

Gozo y vértigo: aprender a manejar nuestros miedos

La consciencia en la opción conlleva también la responsabilidad sobre la misma. La maternidad y la paternidad conscientes implican el mayor gozo y el mayor vértigo unidos. Aprender a manejar los propios miedos y que no condicionen en exceso (hacerlo lo van hacer) la vida de nuestros hijos es una tarea que dura una vida.
Hay algunos miedos presentes siempre: a que sufra y no poder evitarlo, a que le hagan daño, a hacérselo nosotros, a fallarle o a no gustarle, a no poder soportar lo que vemos de nosotros en ellos, y lo que ellos nos obligan a ver de nosotros mismos, etc. El miedo siempre está y el vértigo a veces anuda el estómago, lo importante es no definir la crianza desde esos miedos.

Amor y logística

La maternidad y la paternidad son fundamentalmente amor y logística. Y es importante que la logística no nos pueda. Por eso, entre otras cosas, es fundamental la red de amor y apoyo, porque sólo si no llegamos. Al menos no llegamos bien. Con la maternidad y paternidad perdemos mucha capacidad de improvisación, de espontaneidad, pero es importante no caer presos de los horarios, los tiempos y los miedos.
Siendo padres, planificar es imprescindible, pero el amor y el alma tienen tiempos propios que no coinciden con el reloj. Y esos tiempos han de tener cabida en nuestro día a día, aunque cambien los horarios planificados, porque son los que configuran el alma de nuestros hijos.


Espacios y tiempos diferenciados

Crecer necesita espacios y tiempos propios, diferentes a los de los padres. El mejor ejemplo de ese aprendizaje somos nosotros. Las relaciones simbióticas dañan a los niños porque les impiden ser autónomos y a los padres o madres porque los anula.
Ser segundo en tu propia vida es parte de la maternidad, pero no desaparecer en la vida de tus hijos. Si no conservamos una identidad individual, más allá de la pareja, más allá de ser madres o padres, acabaremos destruyendo parte de nuestro ser y haciéndoles pagar el precio de ese dolor a nuestros hijos.

Las preguntas del corazón y el lenguaje de los sentimientos

Si compartimos nuestras vidas con nuestros hijos, les abrimos nuestro corazón sabemos cuándo y cómo explicarles las cosas. Porque ellos preguntarán sin miedo y cada respuesta llegará en el momento en que ellos necesiten hacer las preguntas. Ser su madre o su padre también implica hablar de la muerte, la sexualidad o la violencia con ellos, vivirlas y sentirlas cuando nos toquen de cerca y ayudarles a diferenciar sus propios sentimientos, a reconocerlos y aceptarlos, para que no les desborden ni los oculten ni se sientan culpables de lo que sienten. De este modo podrán narrar sus sentimientos, compartirlos y así acercarse a los demás abriéndoles su propio corazón.

Las normas elegidas

Las normas que imponemos a nuestros hijos son uno de nuestros primeros mensajes de coherencia personal hacia ellos. Han de ser normas en las que creamos y que nosotros cumplamos y vivamos en nuestra vida, normas elegidas con nuestros hijos y mantenidas en el tiempo, independientemente de lo que el entorno piense sobre ellas.

El deber y la culpa: el peligro de querer ser perfecta

Uno de los aprendizajes que más cuestan es comprender nuestras limitaciones, aceptar nuestros errores y perdonarnos por ellos. Comprender que sí o sí, en algún momento vamos a dañar a nuestros hijos y poder vivir con ello. Es imposible hacerlo bien todos los días, lo importante es intentarlo y reconocer esos errores cuando llegan. No culparse por ellos, sino hacerse responsable de ellos, intentar mejorar cada día, aprender aquello que nuestros hijos nos brindan, la oportunidad de aprender. Y valorar que, aunque consiguiéramos ser perfectos, también haríamos daño nuestros hijos porque les daríamos un referente de perfección imposible de alcanzar para ellos.

Del libro : Ser madre, saberse madre, sentirse madre. Pepa Horno Goicoechea

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One Comment

  1. avatar
    Saberse madre. Aprendizajes para compartir. Pepa Horno – VillarejoEduca
    28 abril, 2017 at 10:08 pm

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