Cuando el que necesita el “tiempo fuera” es el profesional. Por Iñigo Mtz. de Mandojana

Gracias a Elena Borrajo (Psicóloga y educadora infantil, especializada en el tratamiento con niños y niñas y adolescentes que han sufrido desamparo temprano) me he enganchado a la serie “In treatment”, donde un psicoterapeuta aborda cada semana 4 casos de lo más variopinto (una adolescente suicida, una pareja que se está separando, un piloto que ha matado a 16 niños inocentes por error y una mujer con problemas en las relaciones con los hombres). El quinto día lo dedica a su supervisión y a descargar sus dudas, tensiones e incertidumbres en las que se muestra como un profesional vulnerable, con muchas grietas e incongruencias a nivel personal. Pues bien, yo estoy pasando por una situación muy similar, y por lo que he ido viendo en mis círculos de amistades profesionales no soy el único.

Paul Weston, el protagonista de la serie, durante esos 4 días da una imagen de tío de roca, de profesional super coherente e invulnerable. Siempre tiene la mirada precisa, la pregunta concreta y la postura adecuada para facilitar a la persona que tiene delante su proceso de conexión. Sin embargo lxs que estamos al otro lado de la pantalla como espectadorxs sabemos que internamente se descontrola, sufre, e incluso entra en pánico.

Pues bien, una de las máximas que nos trasladaba en reciente formación la propia Elena es que los niños, niñas y adolescentes fracturados y afectados son capaces a través de su modelo de interacción de despertar en nosotros la semilla de la duda y descompensarnos a nivel de regulación emocional: “eres unx hijx de puta” “todxs me ayudan menos tú” “me ha tocado el/la peor educarx”, … y vas viendo como se empieza a cocinar un terremoto en el estómago, o si somos un poco más técnicos en el cerebro límbico, que de alguna manera quiere desplazarte hacia el descontrol.

Cada día que paso como profesional del acompañamiento a niños, niñas y adolescentes y familias me doy cuenta que lo que realmente marca la diferencia es la presencia de la persona más allá de toda la parafernalia que montemos para estar con ellas. Mostrarnos como profesionales integrados, empáticos y presentes es realmente lo que genera experiencias de sintonía que reparan y sanan. Experiencias que posibilitan, que dan seguridad y les permiten explorar el mundo de una manera diferente. No hay que ser un hacha para verlo. Es la clave de la crianza responsiva con los bebés, que permite que su infancia les posibilite un desarrollo sano y resiliente (primario) y si el contexto bientratante se mantiene gocen de una adolescencia positiva. Adultos disponibles, coherentes, y sensibles que desde el afecto, los límites y el cuidado van favoreciendo el desarrollo óptimo.

Tobías es un niño que está siendo un auténtico reto para mí. Tiene 9 años, y un expediente social con esa edad que no había visto en mi vida. Hojas y hojas de situaciones que NUNCA un niñx debería vivir. Tras su alegría desbordante, su baile, sus capacidades físicas y energía hay un niño con serias dificultades para regularse. Cuando estás con él y otros iguales invade, agrede, mete mucho ruido, … genera CAOS. Y ese CAOS traspasa mi armadura y me descontrola a mí. Me siento nervioso, acelerado, y en ocasiones enfadado. Y a la vez, frustrado por no poder ofrecerle mi mejor versión. Y entonces pienso tras tantas horas de “tiempo fuera” que le ha tocado a Tobías pasar, que el que realmente lo necesita soy yo para poder reiniciar windows, regularme de nuevo y volver a ser el adulto accesible y sensible que necesita.

Lo más fácil en estos casos es culpabilizar a lxs niñxs de sus conductas disruptivas, de su falta de control, agresividad, dispersión… pero en realidad estamos hablando de una incapacidad del profesional para poder generar un contexto contenedor que permita a ese niñx tener experiencias continuadas de regulación en situaciones de crisis y sabemos que muchas veces acaba en una explosión del profesional y con el/la niñx en el pasillo, con el daño que sabemos que podemos causar, en especial cuando ha habido abandono.

Sin embargo hoy empatizo con el profesorx, maestrx y educadorx social que día tras día tiene que enfrentarse a estas situaciones límite y a mi propio SELF teniendo que salir del aula, del comedor, de la sala… porque realmente el que se lo ha ganado he sido yo.
Pero no podemos marcharnos. ¡¡¡Vaya ecuación de tercer grado a resolver!!! Una despejar la x donde sabremos por qué nos afectan tanto ciertos comportamientos y nos desregulan. ¿Qué experiencias hemos tenido a lo largo de la vida para que nos resuenen tanto? Otra, la y, será cómo podemos integrarnos para no dejarnos secuestrar emocionalmente y reaccionar sin pensar. Un trabajo personal y consciente que ponga el foco en nuestra coherencia y la capacidad para responder y no reaccionar. Finalmente la z, la que se despeja desde las otras dos, buscando las herramientas y habilidades contenedoras del niñx y que le ofrezca un puente hacia la calma y la homeostasis. Pura matemática, ya ves.

Decía Eileen Munro, que el factor más importante para minimizar errores (en la práctica de protección de menores) es admitir que podemos estar equivocados, y aunque tenga un consumo de energía intrapsíquica brutal en el/la profesional es necesario para que nuestro acompañamiento sea de mayor calidad y calidez.

No quería despedirme sin dar de nuevo las gracias a Mercedes y María por haberme permitido poner mi granito de arena en esa maravilla titulada “Compartiendo lo aprendido. Desechando los prejuicios sobre adopción y acogimiento”. Una herramienta que nos va a permitir resolver parte de la ecuación de tercer grado a los profesionales de la educación. Tan técnico como vivencial, tan cercano como riguroso. Un manuscrito que tiene que llegar a todxs lxs docentes que comparten camino con familias adoptivas y acogedoras donde van a encontrar un modelo de comprensión, herramientas y sobre todo muchas puertas nuevas a abrir, y otras a cerrar, por ejemplo la del “tiempo fuera”.

Iñigo Mtz. de Mandojana

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