El proceso de búsqueda como fuente de inseguridad afectiva. Ana Berástegui y Ana Rosser.

La emergencia de las preguntas

Los adolescentes adoptados son, ante todo, adolescentes. Por lo tanto, no se libran de sufrir esa revolución física y cognitiva que sufren todos sus congéneres y que los llena de perplejidad y desconcierto, que les hace vivir en una especie de montaña rusa con vertiginosas subidas y trepidantes bajadas. Podemos entender, así, la adolescencia de un menor adoptado como un período difícil, en el que los conflictos, naturales de esta edad se incrementan por la situación de adopción, pero también es un momento rico y lleno de oportunidades, en el que se reedita con intensidad la posibilidad de cambiar el curso de la propia historia.

En esta etapa, el adolescente tomará más conciencia de su condición de adoptado y es en este momento cuando el adolescente que inicia un proceso de búsqueda interna se planteará algunas cuestiones que lo ayudarán a reconstruir esta historia: ¿soy yo como los demás? ¿Soy alguien desechable? ¿A quién pertenezco? ¿Soy el mismo que fui? ¿Quién podría estar siendo? ¿Qué me cabe esperar? El proceso de búsqueda de respuestas genera en algunos momentos sentimientos de rabia y de tristeza, inseguridad y miedo, desvalorización. Por lo general no es un proceso indoloro, ya que cuestiona la imagen de uno mismo recibida durante la infancia y en algunos momentos, hace que se cuestione la veracidad o la estabilidad de la actual relación con la familia adoptiva, lo que supone una pérdida muy importante de seguridad.

Por otra parte, la exploración de los sentimientos o de los datos sobre la «otra familia» coloca en ocasiones al adoptado frente a un conflicto de lealtades más o menos confirmado por el entorno adoptivo, que puede vivir con miedo esta búsqueda. Todas estas fuentes de inquietud e inseguridad harán que el adolescente, en muchas ocasiones, se muestre aislado y deprimido o, por el contrario, agresivo y alterado, y ponga en marcha sus mecanismos habituales de búsqueda de seguridad afectiva, más o menos adaptativos. En situaciones de estrés, de cambio o de duelo, el adoptado reaviva especialmente estos sentimientos.

¿Soy yo como los demás?

Los niños adoptados son diferentes, en muchos sentidos, de los que hubieran sido o son hijos biológicos de los padres adoptivos y es probable que, de una manera u otra, la adopción sea visible hacia el exterior. Pero sobre todo, en este momento, la adopción es visible en el espejo. El adolescente tendrá que enfrentarse cotidianamente al espejo, que le devuelve una imagen de sí mismo como alguien diferente de los que le rodean en general, de aquellos a los que quiere y en ocasiones, incluso de quien él siente que es. En consecuencia, los adolescentes pueden encontrar menos puntos de referencia para comprender quiénes son, o en quién mirarse para forjar su identidad.

Además, el adolescente tendrá que enfrentarse en muchas ocasiones a comentarios desafortunados, tratamientos especiales, discriminación a comentarios desafortunados, tratamientos especiales, discriminación de diversos tipos e incluso, en ocasiones, al racismo de algunos.

La literatura ya clásica sobre adopción ha descrito dos posiciones o actitudes opuestas frente a esta realidad, que pueden dificultar la adaptación del niño e interferir en su desarrollo, encontrando en el equilibrio entre ambas la actitud que más favorece el bienestar y el desarrollo (Brodzinsky, 1987).

La primera actitud sería la de rechazo de las diferencias. Desde esta postura se niega la adopción y se actúa como sí esta y las diferencias que implica no existieran. Por debajo de esta actitud está el miedo a la diferencia y la sensación de que ser diferente implica ser inferior demás o, en algún sentido, «defectuoso», lo que impide el desarrollo de una imagen sana y realista de uno mismo. Es frecuente que los adolescentes pasen por momentos en los que esta actitud se manifieste con cierta intensidad: las energías están puestas en el desarrollo de un sentimiento de pertenencia y se rechaza todo aquello que les hace sentir o parecer diferentes. Sin embargo, esto suele y debe ser una etapa pasajera, que se combina con momentos de curiosidad por aquello que los hace diferentes (Wrobel y Dillon, 2009).

La actitud opuesta sería la de insistencia en las diferencias: insistir en aquello que lo diferencia del resto, que le hace poner en cuestión su pertenencia a la familia y al entorno social de adopción. La insistencia la diferencia coloca al adolescente en un lugar fuera o lejos de la familia. Esta insistencia las diferencias se puede vivir de un modo pasivo, no llevando con naturalidad el hecho de que tus padres te quieran, sintiendo que vives de prestado: un exceso en las muestras de agradecimiento por vivir en una familia puede estar marcando la presencia de esta actitud. La insistencia las diferencias también se puede vivir a través de la identificación exclusiva con adultos del mismo entorno de origen, del mismo país de origen o de la misma raza, en ocasiones encontrando un grupo social de referencia o pertenencia entre aquellos a los que, desde esta actitud, uno siente como iguales. También podemos entender que es normal que la exploración pasar al adolescente por esta actitud.

En difícil equilibrio entre una postura y otra estaría la aceptación de las diferencias, que nace de entender cognitiva, pero también emocionalmente, que tener algo diferente no es ser un inferior ni superior a los demás. Que la diferencia es algo que forma parte de la propia vida y que tiene aspectos positivos y negativos, pero que, en cualquier caso, no define ni resume toda la vida y que es mucho más lo que le asemeja al resto de la familia o incluso a sus pares no adoptados que lo que le separa de ellos.

¿Soy alguien desechable?

Como hemos visto, la adopción es para los menores un nuevo contexto de crianza marcado por la separación y la pérdida de figuras de referencia, pero también por el establecimiento de nuevas figuras de vinculación. A veces las adopciones se desarrollan bajo el paradigma de “volver a empezar”, con la idea de que la adopción hace “borrón y cuenta nueva” en la vida del niño y que, en el momento de llegar a la familia, desaparece, como ocurre legalmente, todo lo que el niño era antes de conocer a la familia… De alguna manera se entiende que, al desaparecer las condiciones de riesgo, desaparecen también sus consecuencias, y esto no es así. La adopción nace en una historia de separación.

Con la conciencia de esta realidad surge en muchos niños el deseo de conocer las circunstancias de su nacimiento, de esa separación y de su adopción. En este punto, en la adolescencia, suelen establecer y hacerse expresables las fantasías sobre el origen forjadas en la infancia: la historia deseada y la historia temida. Con todas las variaciones espaciales y temporales posibles, estas historias suelen resumirse en “Siempre te he querido” o “No me importó dejarte atrás”. Explorar estas cuestiones suele ser duro y difícil de comunicar en la familia, ya que puede despertar los sentimientos muy complejos: la culpa por el abandono y el temor a ser abandonado de nuevo.

La estrategia del adolescente para obtener una respuesta a esta pregunta puede ser doble: por un lado, puede optar por “ganarse” el sitio en la familia. Como la permanencia en la familia podría estar en peligro, el adolescente se porta muy bien, se hace invisible, cumple las expectativas de los demás o se convierte en un ayudante imprescindible. Así, evita a los demás ponerse en situación de tener que volver a prescindir de él. Pero también puede optar por la estrategia opuesta: poner al límite los vínculos, extremar la negatividad de la conducta, hacerse “indeseable”, para probar hasta qué punto son sólidos o incondicionales los vínculos que se le ofrecen.

Poco a poco, y si la relación con la familia es abierta, segura y positiva ( como lo es en la mayoría de los casos), el adolescente asimila o confía en la respuesta negativa a aquella pregunta: acepta que él no fue la causa de la separación original, que en nada de lo que haga o de cómo sea hará que vuelva a ocurrir, que el afecto que se le ofrece es incondicional y gratuito, y comienza a recuperar la seguridad en los actuales vínculos familiares.

 ¿A quién pertenezco?

Una costumbre muy popular en España, Especialmente en las poblaciones pequeñas, es preguntar a los niños y jóvenes: « ¿Y tú de quién eres?» para poder determinar su identidad. La identidad del adoptado se va a construir en función de un doble legado, el de la familia biológica y el del entorno adoptivo. Y es importante que el adolescente tenga la suficiente información y que pueda aprender a valorar en lo positivo ambos mundos para poder mirarse a sí mismo como una sola persona, en la que ambas historias se entretejen en una única historia coherente y con sentido.

Con respecto al doble legado, el adolescente se pregunta cuáles de sus características, de sus gustos, de sus habilidades, son «heredadas» de su familia original. De igual modo, es frecuente que exploren y rastreen en busca de «herencias malditas» de origen étnico o familiar, especialmente cuando tienen recuerdos negativos o han reconstruido una imagen desvalorizada del entorno de origen. «¿Caeré yo en las drogas? ¿Seré mala madre? ¿Seré tan tímida porque soy china?». En este momento buscará sus orígenes con más o menos intensidad, pero en ocasiones envuelto en un conflicto de lealtades: «¿Se sentirán heridos porque yo quiera saber más de la otra familia? Si los encuentro, /.seguiré siendo parte de esta familia?…».

¿Soy el mismo que fui? ¿Estoy siendo de verdad?

Para las personas que se han criado en sus familias biológicas es muy difícil comprender la especial complejidad que tiene para los adoptados desarrollar un sentimiento de identidad firme, adecuado y completo. Para muchos de ellos se trata de construir un puzzle al que le faltan algunas piezas, que no parecen relevantes para quien las tiene. « ¿Dónde nací?

¿Qué día? ¿Por qué me pusieron este nombre? ¿A quién me parezco físicamente? ¿De quién son mis ojos? ¿Y mi sonrisa? ¿Qué fue la primera cosa que hice nada más nacer? ». Preguntas que parecen irrelevantes, porque para la mayoría de nosotros son fáciles de contestar. Por otro lado, está la historia de la adopción: « ¿Por qué me buscaron ¿Qué sintieron al encontrarme? ¿Por qué a mí? ¿Cómo era yo la primera vez que me vieron? » Realidades que son también difíciles de comunicar para algunas familias, porque son momentos envueltos en dolor o en emoción. El adolescente necesitará saber qué pasó, conocer y entender las circunstancias de su adopción, desarrollar una historia con cierta continuidad, en la que las rupturas de la historia tengan sentido.

¿Quién podría estar siendo?

Con la maduración cognitiva que trae la adolescencia y la emergencia del pensamiento hipotético-deductivo, adolescente empieza a explorar otra serie de historias posibles para dar sentido a la suya propia. Por un lado, la historia sin adopción: « ¿Qué hubiera sido de mí si me hubiera criado en mi familia original? ¿Quién sería ahora? ¿Qué de mí permanecería y qué cambiaría?». En ocasiones, los adolescentes adoptados buscan contestar a las preguntas acerca de cómo hubiera sido su vida en la familia de origen intentando entrar en contacto, no tanto con los progenitores sino  con los hermanos biológicos que quedaron en el entorno original. Pero, por otro lado, los adolescentes también exploran otras posibilidades: «¿Qué hubiera sido de mí si me hubiera adoptado otra familia? ¿Si me hubieran adoptado en otro país? ¿Si me hubiera quedado en la institución?»

¿Qué me cabe esperar?

Finalmente, a través de la exploración de todas estas cuestiones, el adolescente construye una imagen de sí mismo proyectado en el futuro. Esta imagen puede ser una imagen pasiva, que suponga una pérdida de locus de control y de dinamismo, a la espera de lo que la vida le depare; a la espera, generalmente, de una nueva pérdida. O puede ser una historia de resiliencia, que dibuje al adoptado como agente y protagonista de una vida que se proyecta más allá del pasado y es capaz de mirar hacia delante.

 

Del libro: ADOPCION EN LA ADOLESCENCIA Y JUVENTUD. Félix Loizaga Latorre (coord.)Ediciones Mensajero. Grupo de comunicación Loyola.


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