Objetores emocionales. Enseñar a expresar las emociones. José Amador Delgado Montoto

¿CÓMO REACCIONAMOS CUANDO NOS VEMOS EN PELIGRO?

Las personas no afrontamos de la misma manera una situación límite como puede ser una avalancha, un incendio o un atraco, la adolescencia, generalmente, el peligro se percibe de distinta forma que en la edad adulta. De hecho los adolescentes se exponen mayor facilidad a situaciones potencialmente amenazantes.

Las emociones desbordan a los adolescentes, por decirlo de algún modo, les nublan la razón, y sus reacciones son más viscerales y rápidas. La toma de conciencia de uno mismo no se produce con misma facilidad que en años posteriores.

El ser consciente de las propias reacciones es la base de la inteligencia emocional. La escuela apenas repara en ello, más preocupada por instruir en los saberes tradicionales. El primer paso para controlar nuestras respuestas es ser consciente de nuestras emociones. Ante situaciones extremas, las emociones del adolescente se disparan, y, empujado por la masa, no es capaz de valorar objetivamente sus propias reacciones.

Es muy recomendable enseñar a nuestros chicos a expresar sus emociones, a contamos qué sienten, cómo les afecta. La verbalización de las emociones ayuda sobremanera a tomar conciencia de ellas.[…]

EL CASO DE PEDRO

Durante una etapa de mi vida profesional colaboré con los servicios de salud mental infanto-juvenil. En las reuniones que manteníamos se trataban casos especiales, de niños y adolescentes que presentaban comportamientos alejados de la llamada «normalidad».

El caso de Pedro era muy intrigante. Mayte y Saúl, sus padres- habían contactado con varios especialistas y no encontraban explicación al comportamiento de su hijo. Desde pequeño el chico parecía insensible a cualquier muestra de cariño o ira por parte de sus padres. Esta conducta también se había repetido primero en el colegio y luego en el instituto.

A los nueve años, un profesional de la salud les había comunicado que su hijo, probablemente, tuviera un trastorno del desarrollo tipo autista. Los meses siguientes fueron un sinvivir a la espera de confirmar la sospecha, pero para su tranquilidad este diagnóstico fue desechado posteriormente.

Mayte y Saúl estaban muy preocupados porque su hijo no tenía amigos y con 14 años no mostraba interés en salir a pasear o darse una vuelta por el parque. Los pocos contactos sociales de Pedro se limitaban a realizar tareas escolares conjuntas, en la mayoría de los casos forzadas por algún profesor para llevar a cabo trabajos en equipo. « ¡Nuestro hijo ni siente ni padece!», exclamaban los padres, «es como si todo le diese igual. Es brillante en el instituto, tiene un comportamiento correcto, jamás hemos recibido queja alguna, pero no sabemos qué piensa, qué le preocupa, qué ilusiones tiene».

OBJETOR EMOCIONAL 

Pedro, contrariamente al pensamiento de sus padres, sí sentía y padecía. El problema del chico no era perceptivo, el problema radicaba en su incapacidad para traducir las sensaciones. Dicho de otra manera, Pedro tenía serias dificultades para expresar lo que estaba sintiendo.

Cuando hablé con los padres y les expliqué el problema de su hijo, empezaron a sentirse aliviados: por fin encontraban sentido a lo que Pedro manifestaba. Cansados de buscar un tratamiento a sus males, ahora se enfrentaban a algo muy distinto. La madre del chico Jo expresó con pocas palabras: «¡Se trata de enseñarle a expresar sus emociones!».

Las emociones son la cenicienta de la enseñanza; los currículums educativos apenas reparan en su conocimiento, se da por hecho que chicos aprenden a ser de manera natural, espontánea, y en cierta manera así es. Durante la etapa infantil, se admite y valora que los niños expresen sus emociones, pero a medida que avanzan los años escolares pasa a la inversa, la tendencia es que los chicos aprendan a reprimir lo que sienten.

Pedro no tenía muchos amigos, pero tampoco era un chico rechazado en el instituto. Desde que comenzó la enseñanza secundaria había asumido un rol de chico frío y distante, cosa que parecía no disgustar demasiado a sus compañeros.

APRENDIENDO A EXPRESAR EMOCIONES

El camino, en estos casos, acostumbra a ser largo. El aprendizaje comienza por la toma de conciencia emocional. Ser conscientes de lo que sienten es todo un reto para los «objetores emocionales», por lo que conviene iniciar el trabajo enseñando a discriminar los distintos sentimientos que conforman las emociones del ser humano.

Una vez que son capaces de reconocer emociones en sí mismos y en los demás, se inicia la fase de expresión de las mismas. El trabajo puede durar varios meses de intenso entrenamiento hasta que de una manera automática los chicos comienzan a verbalizar emociones. A lo largo de ese tiempo suelen producirse muchos altibajos, y en ocasiones se retrocede al punto de inicio, pero, como todo en la vida, con constancia llegan los resultados.

La implicación de los padres en esta fase es fundamental, pues pueden volcar en casa lo que aprenden fuera, convirtiéndose en coterapeutas. Los padres han de desprenderse de la idea de buscar una etiqueta clínica para lo que le pasa a su hijo y centrarse en encontrar la manera de ayudarlo.

Las actividades relacionadas con la dramatización o el teatro son incuestionables aliadas en este ámbito. La expresión corporal precede a la verbalización emocional. Al expresarse con su cuerpo, los chicos aprenden a vivenciar lo que sienten.

Una muestra de lo que digo lo representa «O Pelouro». Se trata de un centro educativo considerado por la Xunta de Galicia de carácter singular que escolariza alumnos de todo tipo. En este colegio, niños y adolescentes entre los que se encuentran chicos con altas capacidades, autismo, síndrome de Down o con graves problemas de conducta expresan a través de la danza y la psicodramatización lo que llevan dentro. Es un magnífico ejemplo de atención a la diversidad en la práctica

Del libro:Mi hijo no estudia, no ayuda, no obedece 25 reglas para solucionarlo y 7 cuestiones para pensar. J. Amador Delgado Montoto .EDICIONES PIRÁMIDE



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