Querido/a maestro/a, hemos hablado muchas veces en el patio del colegio mientras los demás padres también recogían a sus hijos, te he rehuido o buscado por las mañanas antes de que sonara el timbre para entrar a clase, nos hemos intercambiado mil y una nota en la agenda de mi hijo y creo que ha sido conmigo con la madre que más tutorías has compartido, unas veces solicitadas por ti y otras –muchas- solicitadas por mí.
Me has hablado del presente incierto de mi hijo en clase y de su poco tranquilizador futuro inmediato. Me has contado todo lo que hace y sobre todo lo que no hace bien, de tácticas y estrategias y de la urgente necesidad de buscar soluciones inmediatas a problemas que se remontan al principio de los tiempos. Al nacimiento e incluso antes, si cabe.
En el espacio de tiempo que tenemos de tutoría, aunque la mayor parte de las veces has sido paciente y has mostrado interés, nunca pude contarte, como quiero hacerlo ahora, todo lo que estoy segura que deberías saber sobre mi hijo, y sobre todos esos alumnos, niños adoptados y acogidos, con los que te vas encontrando en clase, día tras día y año tras año y del que sin duda te preocupa su presente y su futuro, pero sin contemplar su pasado. ¿Qué pasado va a tener un niño tan pequeño?
Es ahí donde está la clave, donde están las piezas del rompecabezas que te vuelven loco, porque la mayoría de las veces cuando miras a ese alumno, es posible que no detectes todo el pasado que arrastra con él.
De cada profesor que ha tenido, he tenido que oír mil veces que el niño está perfectamente y que nada recuerda de su vida anterior, que me centre en el ahora, en esos cuadernos sucios y rotos, esas fichas arrugadas, esos lapiceros mil veces perdidos y restituidos, esas hojas de comunicación que no entrega, esos deberes que siempre olvida, en esos tropiezos diarios en el aula, en ese comportamiento rayando en lo pasota…”es un poquito vago” me dicen en tono cómplice.
Muchas personas, incluso profesionales de la enseñanza y de la salud piensan que como sucedió cuando eran muy pequeños, y como además no tienen conciencia de sufrimiento, -no se acuerdan-, no tienen secuelas. Y es precisamente por haber sucedido todo esto siendo tan pequeñitos que conservan en forma de síntomas esas conductas, emociones y vivencias relacionadas con lo que sufrieron.
Estos niños, -mi hijo también-, han sufrido hambre, sed, frio, sueño, dolor, y desatención. Llegan heridos a la adopción tras haber vivido duras circunstancias y deprivación. Esas necesidades básicas que no fueron cubiertas adecuadamente, unidas a las necesidades afectivas y de seguridad que nadie atendió hace que sean niños que han vivido experiencias traumáticas que hay que ayudarles a sanar. Tienen un bagaje de experiencias muy diferentes a las vividas por sus compañeros de colegio. Piensa que para muchos de estos niños, tus alumnos, la vida normal como nosotros la entendemos ha empezado a los 2-3-4 años o más. Y en esos años en vez de los estímulos cognitivos, emocionales y sociales que han tenido la mayoría de sus compañeros, ellos han tenido que aprender a sobrevivir.
Muchos niños, como mi hijo, han sido adoptados con más de dos años, esos dos años primeros, como tu bien sabes, son períodos críticos de desarrollo, porque son los más sensibles para aprender el lenguaje, y para ello necesitan interactuar constantemente con un adulto que le cuide, le incentive y estimule. Esto va a ser decisivo en el funcionamiento y orden de su mente.
Querido/a maestro/a, me gustaría sobre todas las cosas ayudarte a entender a ese niño y a la vez a todos aquellos que como él pasan por tus manos, manos de orfebre, que pueden modelar e incluso dejar una huella profunda en sus vidas. Explicarte que han sufrido abandono, maltrato, institucionalización… Quisiera ayudarte a entender que ese niño que tanto te desconcierta, no es un vago o un “pasota”. Tiene una inmadurez neuronal que no le facilita anclar aprendizajes establecidos para su edad y su curso escolar. Piensa que ese niño en lugar de ser problemático lo que ocurre es que tiene un problema, que esos cuadernos, fichas y lapiceros, ese trabajo no entregado o por terminar, en definitiva, esos desencuentros diarios en el aula, necesitan un trato específico y sobre todo necesitan que comprendas que, lejos de ser culpable, él es una víctima y que no se puede educar a un niño que ha sufrido malos tratos, con castigos o que ha sufrido abandono con más abandono. No podemos dejarle por imposible. Ni luchar contra él porque nos necesita como aliados.
Te pido tu interés, tu compromiso, tu aceptación y constancia, porque tú puedes mejor que nadie acceder al interior de mi hijo, ayudarle desde fuera y desde adentro. El desarrollo de mi hijo depende mucho de ti, le puedes enseñar muchas cosas, a regular sus emociones, a centrar su atención, a tolerar mejor sus frustraciones, a sentirse seguro y confiado para así ser capaz de explorar y aprender, y más importante aún, a sentirse valorado y a organizar su mente. No tengas miedo a mostrarle tu afecto, trabaja por que en clase haya un clima de aceptación hacia este niño, crea y ayúdale a crear contigo y con sus compañeros una relación auténtica, con límites y afecto de forma conjunta. No escatimes palabras de elogio si las merece por pequeña que haya sido su gesta, una palabra de apoyo es para él como alimento que nutre su hambriento corazón de victorias. Exponle si es posible al éxito, reconoce sus méritos, no en función de los otros niños sino en función de sus particulares logros. Conviértete en un maestro de la vida. Yo te sigo, también a mi puedes enseñarme muchas cosas y estoy muy dispuesta a aprender de ti.
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