Cinco experiencias de vida compartidas

Con motivo del día del libro Acción tutorial del  Departamento de Pedagogía del Centro de Magisterio La Inmaculada. Ha invitado a las autoras del libro » Mariposas en el corazón. La adopción desde dentro.» a compartir sus experiencias en una charla presentación de un libro escrito con la intención de ayudar a otras madres, padres, maestros y profesionales.

Ni la infertilidad, ni la apática burocracia ni, en algunos casos la lejanía geográfica o los difíciles procesos judiciales, por nombrar algunos de los mayores obstáculos, fueron trabas suficientes para impedirles llegar hasta sus hijos y traerlos a vivir con ellas para siempre. Las cinco con una misma convicción:
“No cambiaría ni un instante de lo vivido si eso supusiera no llegar hasta ti”.

Conocernos

Apenas pude conciliar el sueño. Me preocupaba cómo se adaptaría la niña a un país extraño, lleno de gente extraña que, además, hablaba de una forma radicalmente distinta a como lo hacía ella.
Me angustiaba no saber qué pasaba por su cabeza. No era un bebé, ni siquiera una niña de cuatro o cinco años. Pronto cumpliría diez y tenía ya una historia de la que sabíamos muy poco.
Su trato conmigo era más que correcto, pero yo notaba que algo en mí no le terminaba de gustar. Cuando estábamos a solas se mostraba alegre y comunicadora, pero cuando estábamos con alguien yo pasaba a un segundo plano, incluso rechazaba mi contacto. Era como si no quisiera que nadie supiera que yo era su madre. Por supuesto, no me permitía ni la más mínima nuestra de cariño en público. Un día le acaricié y me dijo:
–Mamá, no me gusta tu mano.
Por mis conocimientos en psicología infantil, me decía a mí misma: «Dale tiempo, no es nada personal. Has de conocerla y ella te ha de conocer a ti». Esa era la clave: conocernos. Y para ello se necesitaba tiempo, mucho tiempo. Ahora su vida estaba llena de primeras veces y para mí era como redescubrir el mundo a través de sus ojos.
En su adaptación había algo que ella aún no había asumido, algo que muchas personas no llegaban a comprender y que en situaciones determinadas supuso momentos de tensión: los saludos. En China, por una cuestión cultural, hay un respeto absoluto al cuerpo del otro. Cuando se saludan no hay contacto físico, todo lo contrario que aquí, que nos abrazamos y besamos efusivamente. Al principio imitaba mi comportamiento y el de los demás dando besos a cuantas personas iba conociendo, pero llegó un momento en que se cansó y se negó a besar a nadie. Eso produjo cierto desconcierto, sobre todo en la familia, que no entendían por qué antes sí daba besos y luego no.

La adopción monoparental y las diferencias culturales.
Pilar González Moreno. Tú y yo: tan diferentes, tan iguales…

 

La escuela, fuente de estrés

Mi hija llegó a España con casi seis años. Le correspondía entrar en primero de primaria. Así que, imaginaros la situación. Hablaba en un ruso perfecto y ni una sola palabra de español. No sabía leer ni escribir. Casi no sabía sostener el lápiz. Nos movilizamos para que por lo menos entrara en un curso menos al que le correspondía por edad cronológica. No fue fácil, pero lo logramos. Así que entró a tercero de infantil con niños de cinco años. Mientras las tardes de esos niños era jugar, mi hija tenía que pasar horas conmigo aprendiendo las vocales, los números. En un tiempo récord aprendió a leer y escribir. Fue un agotador esfuerzo, y lo conseguimos juntas. Juntas y sin la más mínima ayuda. Su maestra por entonces me explicó que eran veintiséis niños en clase y no podía estar pendiente de mi hija, ya que no sería justo para los demás compañeros. Esas palabras me asustaron, la verdad. Así que no tuve otra que dedicarle las tardes enteras a que mi hija aprendiera velozmente, cuando precisamente no era eso lo que más necesitaba.
No es justo que quisieran ponerla en igualdad de condiciones que sus compañeros. Mi hija, a la vez que estaba aprendiendo con seis años las vocales, también estaba aprendiendo qué era un centro comercial, ir al cine, ver la playa por primera vez, dormir rodeada de peluches, tener un cuarto propio… Su mente iba a mil por hora. En ocasiones se desesperaba mientras aprendía los números y se tiraba literalmente de los pelos, debido al estrés al que era sometida. Bueno, no solo era estrés para nuestra hija, también lo era para sus padres.

Elementos desequilibrantes en el proceso adoptivo.
María Martín Titos. Con la luna de testigo.

 

Ni mudable ni provisional

Me horrorizaba ser para mis hijos sólo un obstáculo, un incordio; poco más que alguien que les abastecía, les marcaba los límites constantemente y les exigía cumplir unas incómodas normas. Me entristecía que prefirieran quedarse en cualquier sitio donde creyeran que existía una vida sin normas, una vida más divertida sin la pesada de mamá.
[…]Pese a conocer el nombre y diagnóstico de lo que me estaba pasando, creía que no tenía derecho a sentirme así. Y durante un tiempo me sentí desbordada con «mis dos tazas». Me costaba asimilar que enfadarme con nuestros hijos e incluso desilusionarme de alguna de sus aptitudes –o de la falta de ellas– no era síntoma de menos cariño. Simplemente estaba aprendiendo a amarlos como son, no como había imaginado que serían.
Este aprendizaje tampoco fue fácil. Tuve que aprender que podía dudar de mis estrategias como madre sin temor a sentir que mi maternidad era menos legítima. Que en cuestión de estrategias educativas no se trata de instinto –nadie nace sabiendo ser madre o hijo–, sino que se aprende con el roce. Además, tenemos la obligación extra de conseguir que nuestros hijos aprendan a querernos, que se vinculen a nosotros, una tarea añadida con la que hay que hacer malabarismos, pues somos las mismas figuras que instauran las normas.
A veces parece que no vayamos a poder conseguirlo.

La creación del vínculo.
Mercedes Moya Herrero. Para siempre.

 

Obra de caridad

«¿Son tuyos, tuyos?».
«Pero… ¿son hermanos?».
«¿El de los ojos azules es tuyo?».
«¡Qué obra de caridad!».
«Tienes el cielo ganado».
«¡Qué suerte han tenido los niños!».
A todos, entendiendo las limitaciones que muchos tienen acerca de la adopción, les contestaba:
–Sí, son míos. Míos. Los tres son hermanos y yo no estoy haciendo ninguna obra de caridad. Es más bien un acto de puro egoísmo. La suerte, sin duda, la he tenido yo.
Había quien me miraba directamente como si estuviera loca.
No necesariamente la gente ha de decir algo que resulte molesto para incomodarte. Simplemente una mirada o un comentario por lo bajo te hacen confirmar que a esta sociedad aún le queda mucho trabajo por delante, a pesar de la existencia del altruismo de las familias de acogida.
A día de hoy lo que más me preocupa por mis hijos es el racismo. Hay que estar siempre alerta, preguntando, averiguando, a veces hasta intuyendo si hay dentro de ellos algo que no sean capaces de expresar que les ocurra en el aula, en el recreo, con los amigos…, incluso dentro de la propia familia.
Siempre pendiente. Porque, aunque digan que nuestros hijos de distintas etnias están perfectamente adaptados a la sociedad y a su entorno, la realidad es que el racismo se vive cada día.
A mis hijos siempre les estimulo de manera positiva, remarcando que sus «diferencias» son en realidad su mayor virtud. Si alguna vez han llegado cabizbajos del cole, esta ha sido siempre mi herramienta.

El altruismo de las familias de urgencia frente al racismo en la sociedad.
Loreto Castillo Vallejo. El abrazo de la piel.

 

El limbo de la legislación española respecto a la adopción nacional

En el momento en que iniciamos los trámites para la adopción nacional en el 2007, nadie nos explicó con claridad las dificultades que podían surgir como consecuencia de la legislación española. En aquel momento solo nos movía el deseo de querer ser padres, costase lo que costase. Aquella desinformación hoy la pagamos cara, aunque, a pesar de ello, nos sentimos muy afortunados de, por lo menos, poder tener a mi hija en casa; otros padres quizás no puedan decir lo mismo.
Porque sí, si las cosas se ponen feas, el sistema puede llegar a quitarte a tu hijo. A diferencia de la tramitación internacional, en España se pasa por un primer proceso de acogimiento preadoptivo que, en aquella época, podía prolongarse cinco o seis años –en la actualidad es alrededor de solo uno–, durante el cual se hace un seguimiento del caso, tras el que un juez decide si se pasa a la condición de adopción definitiva.
Transcurridos unos meses desde que nuestra hija viviera plenamente con nosotros, los servicios sociales nos comunicaron que querían vernos. Hasta ese momento habíamos firmado la preadopción. Según nos habían dicho, los trámites para la definitiva serían muy rápidos, pues con la nueva legislación, no tardaríamos ni un año. Así que lo primero que pensamos al recibir la llamada era que se trataba del trámite final. Sin embargo, cuando llegamos al lugar de la cita las caras de funeral de los técnicos nos hicieron temer algo malo.

Senderos paralelos.
Inmaculada Morales Morillas. Sin mi apellido pero con mi corazón.

 

Del libro Mariposas en el corazón. La adopción desde dentro.


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