La Educación es un asunto urgente. Mercedes Moya.

Cada vez que un proceso electoral se acerca, todas las fuerzas políticas pregonan su modelo educativo. Lo revisten de moderno, lo adornan, le sacan el dobladillo, si lo creen conveniente, y emperifollado de promesas de futuro y escote palabra de honor lo exhiben allí donde creen que más va a gustar.

En esta ocasión y por lo que se les oye a unos y a otros el tema no es preferente. Es evidente que los únicos colegios que tienen en mente, que les preocupa y les importa son los colegios electorales. Pero es que en las encuestas del centro de investigaciones sociológicas, si es que sirven de referente, tampoco aparece la educación entre las principales preocupaciones de los españoles. “No habrá mejora de la escuela hasta que durante unos meses no aparezca la educación en el primer lugar de las preocupaciones ciudadanas” decía al respecto  José Antonio Marina filósofo y pedagogo.

Pero va a  hacer falta un profundo cambio en muchos de los aspectos que ocupan nuestras preocupaciones para que salgamos de la indolencia educativa en que vivimos en este país. Incluso para muchas familias y profesionales la preocupación es la escuela en singular. Ese lugar con nombres y apellidos, pública, concertada o privada pero cuyos problemas concretos no dejan poder ocuparse más allá que de lo que allí sucede en el día a día. Un día a día titánico para muchos niños. Los árboles impiden ver el bosque…

Pero la educación es un tema importante, mucho más de lo que queremos creer.

J. A. Marina percibe al sistema educativo como un diplodocus dormido y a la educación  como el resorte esencial que ayuda al ser humano a alcanzar sus posibilidades y la define como “la manera de hacer posibles cosas imposibles.” “La vida y el juego se parecen”-explica siempre a sus alumnos-“porque en los dos casos se nos reparten cartas que no hemos podido elegir. En la vida: la situación familiar, la genética, la situación económica, el país etc.” pero lo más significativo es que “no gana siempre quien tienen las mejores cartas, sino quien juega mejor.” Y es mediante una buena educación como mejor se aprende el juego y lo que puede permitir en un futuro salir adelante airosos.

Siguiendo con la analogía de los juegos de azar, explicaba Marina en sus clases que “el Siglo XX: Fue el siglo de la genética en la que se decía que los dados estaban ya lanzados, y el Siglo XXI es el de la epiqenética”. (En una clara definición del investigador Manel Esteller  , la epigenética es lo que explica cómo actúan los estilos de vida sobre los genes) esta nos dice que “los dados están lanzados pero de cierta manera, porque cada uno de nosotros venimos con nuestro genoma, pero no todos los genes se activan. Se activan unos sí y otros no. ¿Y qué los activa? El entorno. Y en todo ese entorno está también la educación. Por lo que tenemos que darnos cuenta de que lo que hagan los docentes y educadores está teniendo repercusión incluso genética en nuestros hijos. Porque con la educación se están activando genes que si no estarían dormidos.” Cuenta el filósofo  que tras estos hallazgos científicos tuvo que cambiar la explicación que les daba a sus alumnos sobre la mano de cartas y completarla con “no sólo gana quien juega mejor con las cartas que la vida le ha repartido sino que si juega lo suficientemente bien, va a poder cambiar las cartas que ha recibido”. ¡Qué importante es!

Necesitamos que del mismo modo  que  la adopción en su momento puede haber supuesto para los niños que sufrieron abandono, una oportunidad para ayudarles a cambiar esa mano de naipes que la vida les repartiera,  seamos capaces entre todos los preocupados por este tema -dejado, al parecer, de la mano de los políticos y de los presupuestos del Estado-, conseguir un sistema educativo que se merezca a esos alumnos que tienen capacidades desconocidas, como le gusta calificar a los alumnos con dificultades el maestro J.A. Fernández Bravo .

Enseñar y aprender son correlativos

Porque no hay enseñanza, si no hay aprendizaje. Y el sistema educativo, como nuestros políticos, no asiste porque no comprende y desconoce cómo educar y atender a los alumnos que han sufrido Adversidad Temprana. Estos niños tienen diferencias significativas respecto de sus compañeros. Llegan con desventaja al sistema escolar. Tienen que satisfacer más necesidades y tareas que los demás niños teniendo menos recursos vivenciales y madurativos, lo que les hace  más vulnerables ante las injusticias cotidianas del sistema educativo, por lo que tienen más probabilidades y riesgos de fracaso escolar y más conflictos relacionales que sus compañeros. La escuela supone para ellos un reto difícil de superar. Ayudarles a que lo consigan debe ser el gran objetivo educativo inmediato.

Dice Marina “Todos los problemas que padres y docentes nos encontramos tienen que ver con el comportamiento y todos los comportamientos tienen que ver con la inteligencia ejecutiva”. “Tal vez muchos de los errores educativos que hemos padecido  proceden de haber intentado educar la inteligencia cognitiva (proporcionando conocimientos a los alumnos) y la inteligencia emocional (intentando fomentar sus sentimientos agradables) pero descuidando la educación de la inteligencia ejecutiva, con lo que hemos aumentado su vulnerabilidad y disminuido su capacidad de tomar decisiones y mantener el esfuerzo.” Y con esto Marina no se refiere a niños con necesidades especiales o específicas sino al alumnado en general, por lo que queda patente que este no es un problema único -aunque sí sea más relevante- de los niños que han sufrido adversidad, sino que es un problema generalizado que viene a perjudicar aún más a nuestros niños. Con lo que si añadimos que la inteligencia ejecutiva es una de las piedras angulares y de tropiezo de los chicos y chicas que han sufrido adversidades en su infancia temprana, podemos hacernos una clara idea de por qué la escuela se convierte en una lucha diaria en la que además, si no les ayuda nadie, tienen que hacerlo en solitario 5 horas al día 5 días a la semana (matinales, y comedores aparte, si es el caso).

El gran desafío que plantean los niños con dificultades de aprendizaje y aquellos que presentan problemas para comportarse adecuadamente en el aula, es el ser capaces de comprenderles, de interpretar lo que hay más allá de sus conductas, el entender el porqué de sus dificultades y reparar sus carencias. Ser capaces de entender que sus problemas de aprendizaje y de comportamiento forman parte de su sufrimiento y que  es posible, claro que sí, ayudarles a alcanzar todo su potencial y el centro educativo, en este sentido, debe ofrecer al niño que ha sufrido adversidad temprana experiencias educativas que favorezcan un desarrollo emocional positivo y seguro.

 “Cada alumno merece tener éxito en lo que hace.”

Desgraciadamente, este no es el caso para la mayoría de los niños y adolescentes que han sufrido algún tipo de adversidad temprana en sus vidas. La mayoría de estos alumnos se tienen que enfrentar cada día a una falta de expectativas sobre sus posibilidades y a una percepción negativa de quienes son. Como consecuencia, su autoestima, sus aspiraciones y sus logros son con frecuencia cada vez más bajos.

Los profesionales de la enseñanza tienen que dar a estos niños la oportunidad de ser la mejor versión de ellos mismos. Escribir en sus propias agendas la frase de Goethe: “Trata a un ser humano como él es y seguirá siendo como es, pero trátalo como puede llegar a ser y se convertirá en lo que está llamado a ser”.

Es en el trato, en la relación interpersonal desde donde más se puede ayudar a estos niños. Cada alumno merece sentirse acompañado, seguro, respetado, valorado y feliz en el entorno escolar. Arropado por unas expectativas altas, así como por estrategias educativas consensuadas entre todos los agentes que intervienen en su educación, en todo el entorno de la escuela y a lo largo de toda la etapa escolar y no sólo puestas en práctica por un/a tutor/a puntualmente.

Facundo Manes, Neurocientífico, estudioso del cerebro, en sus charlas y ponencias habla de Vínculos, a los que denomina la piedra angular del cerebro. La piedra en el zapato de muchos niños con Trauma por Adversidad Temprana.

Si tuviera que definir el cerebro en dos palabras lo definiría como un órgano social”-dice, y también que los vínculos son tan importantes como comer o beber, y son irreemplazables, porque somos seres sociales.

Tener vínculos humanos profundos es una de las cosas que nos produce más bienestar”. ”Pero no solamente -explica-, los vínculos profundos, sino del disfrute del contacto cotidiano con otros seres humanos…”

Una de las asignaturas pendientes en el sistema escolar es el conocimiento de la dificultad en la creación de vínculos profundos que tienen tantos chicos y chicas que han sufrido fatalidades en su primera infancia. La dificultad para socializar que parte de esa falta de cuidados, de ese nulo sentido de pertenencia que tienen estos chicos y chicas, de pertenencia a una familia, a un grupo, a una clase. La falta de confianza crónica en los demás que les obliga a esa hipervigilancia continúa y sostenida en la escuela, en donde son los más vulnerables, incomprendidos e injustamente tratados por sus maestros que, desconocedores del tema piensan que se trata de un problema de falta de disciplina.

Hablando sobre su propia educación este neurocientífico relata que nació en un pueblito de La Pampa Argentina, que su padre era médico rural y cómo él mismo cuenta, en su casa “no faltaba nada pero tampoco sobraba nada y fue la educación la que cambió mi vida”. “La única arma para progresar que tuve fue la educación”. A partir de la educación él pudo ser alguien, “pude tener la autoestima necesaria para perseguir mi sueño”, “pude tener una voz en mi sociedad” y también sin saberlo protegía mi cerebro”. Un cerebro que los niños que sufren problemas de aprendizaje tienen dañado porque han sido víctimas de malos tratos y negligencia, cuando su personalidad y su cerebro estaba en proceso de construcción.

Si para todos los niños resulta primordial el recibir una buena educación, una educación que les permita, como la escuela y su educación le permitió a este hombre de éxito, “tener la autoestima necesaria para perseguir mi sueño.”A los niños con Trauma por Adversidad Temprana, la escuela hoy por hoy les supone una lucha, una fuente diaria de problemas y una esquilma de su ya de por sí bastante esquilmada autoestima, y  que lejos de ayudarles a perseguir su sueño, les impide dormir e incluso les provoca pesadillas.

Hay que tomar decisiones políticas y una de ellas con respecto a la educación es la de cambiar la estructura educativa para dar seguridad a los niños, en lugar de fustigarlos para obtener buenos resultados escolares. Según Boris Cyrulnik,  neurólogo, psiquiatra y psicoanalista,  los occidentales vivimos en la cultura del sprint, y los bebés tienen cada vez más ansiedad. En la Europa del norte no. Allí aprenden primero el arte de vivir.  Noruega, Finlandia y Suecia tienen una estrategia educativa muy distinta de la nuestra. En Europa del Norte ralentizan todo lo posible el desarrollo de los niños y les dan seguridad. Les enseñan a resolver problemas con facilidad por lo que tienen buena autoestima. Ralentizándolos les dan confianza y los niños con confianza aprenden jugando a aprender. Se lo pasan bien aprendiendo. Recuperan el retraso en pocos años y a los 15 años son medalla de oro en las pruebas Pisa de la Unesco.

Todos lo sabemos pero parece que no nos aplicamos el cuento. La pasividad no arregla los problemas. En estos tiempos convulsos tenemos que reflexionar y preocuparnos mucho, no ya sobre la importancia que todos sabemos tiene la educación, sino sobre lo que realmente estamos dejando pasar y que no pase en la educación de nuestros hijos. ¿Qué estamos permitiendo que se haga, o mejor dicho, que no se haga con ellos?

 

 

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