Un proverbio chino dice “Lo que se aprende en la cuna, dura”. Esto quiere decir que las cosas que vemos, oímos, sentimos y percibimos cuando somos muy pequeños, se va a mantener a lo largo de toda la vida.
Cuando a un bebé que está llorando se le dice “eres un llorón” o “siempre estás molestando” y esto se repite con frecuencia, se instalará en su cerebro, en su memoria implícita (que es aquella que empieza a desarrollarse en el útero y que, sobre todo, durante los dos primeros años de vida registra sensaciones corporales, percepciones y emociones sin necesidad de la palabra), la sensación de que es un estorbo y la creencia de que es un niño llorón, independientemente de si su llanto respondía a un malestar como hambre, frío o miedo.
Los insultos forman una parte importante del maltrato infantil, dejan huellas imborrables en los niños que determinan su comportamiento durante toda la vida, porque sus consecuencias se mantienen cuando son adultos. Sin embargo, socialmente no se valora el grave daño que producen. Parece que el decir a un niño que es tonto o que es torpe, no tiene ninguna importancia y no le va a generar consecuencias negativas. Cuando los padres emplean estos calificativos con sus hijos, no lo hacen con la intención de dañarles, no piensan que esos insultos van más allá de una palabra cualquiera, pero para el niño es algo muy importante. Para él/ella sus padres son las personas más importantes y tienen toda la credibilidad, por lo tanto, si su madre/padre le dice que es torpe, se lo creerá, no tiene argumentos ni criterio para dudar de esa aseveración.
Tenemos que darnos cuenta de que el niño no es capaz de entender que cuando sus padres le insultan, no pretenden que el niño se crea literalmente lo que le dicen “eres tonto”, “eres torpe”, “eres un cobarde”, etc. El niño, por la confianza que les tiene y por su pensamiento concreto, cree literalmente lo que le dicen y crecerá creyéndoselo como un dogma, convirtiendo estos insultos en creencias negativas sobre sí mismos. Por eso es importante que se reconozcan los insultos como maltrato, un maltrato que deja huellas en el alma y en el corazón. Los insultos deterioran y destruyen la autoestima, impactan en la personalidad convirtiéndola en insegura. Los niños que han vivido bajo los insultos permanentes de sus figuras referenciales, suelen convertirse en adultos que se sienten inferiores, que van arrugados por la vida y que han acumulado sentimientos de rabia, culpa, tristeza e incompetencia.
Cuando un niño recibe un insulto o es víctima de una humillación, la parte de su cerebro que se activa es la misma que lo hace cuando recibe una patada o una pedrada. Así que no se trata de ser más o menos sensibles.Su cerebro reacciona a las agresiones verbales y un niño que sufre estas agresiones con frecuencia verá afectado negativamente su neurodesarrollo.
Entiendo que la mayoría de los padres no quieren generarles dolor, alteraciones en su desarrollo ni consecuencias a largo plazo, por lo tanto, tenemos que seguir difundiendo que el insulto verbal es un tipo de maltrato que genera tanto o más daño que el maltrato físico.
Los gritos son otra forma de maltrato verbal, los niños se asustan mucho cuando les gritan.Sienten que no saben qué va a pasar, temen que les peguen. En definitiva, sienten que están en peligro. Este estado psicológico también altera su sistema nervioso con consecuencias negativas a largo plazo.
La humillación también es un tipo de maltrato verbal que, al igual que los insultos, activan las mismas zonas cerebrales que el dolor, pero sus efectos son todavía más negativos, las heridas emocionales que provocan son más profundas y con efectos muy duraderos.
En la vida diaria encontramos muchos ejemplos de humillaciones a los niños, se les humilla cuando se burlan de ellos, de sus trabajos, de sus acciones, de sus reacciones o de cualquier manifestación que hace el niño sin ninguna intención negativa o con el deseo de agradar.
Ejemplos de humillaciones a los niños:
• Un niño de 8 años le enseña los deberes a su madre sintiéndose orgulloso de lo que ha hecho, y la madre responde con una frase como: “¡Pues vaya churro que has hecho, anda vete y hazlo de nuevo!
• Una niña de 9 años que está jugando en el parque, ve una ardilla y corre despavorida hacia su madre, esta la ridiculiza diciendo: “¡Ja,ja, ja, pareces tonta, mira que tener miedo de una ardilla!
• Un niño de 12 años sale de su clase de entrenamiento de baloncesto y el padre, delante de sus compañeros, le dice: ¡Ya podrías jugar como tu amigo Pedro.Él sí que sabe meter canastas y no como tú que eres un endeble!
Hay padres que piensan que esto es una motivación para que el niño intente superarse y mejore, ¡nada más lejos de la realidad!, el niño quedará herido en su identidad y autoestima y lo más probable es que deje de intentar hacer las cosas.
En este sentido, también es frecuente que los padres, monitores, profesores, etc. quieran motivar a los niños con frases como: “¡A ver si eres capaz!”, “¡Seguro que no puedes!”, “¡Sorpréndeme con tu eficacia!”. Erróneamente creen que con estos comentarios van a motivarles, pero el resultado es el contrario, no solo dejarán de intentar hacer aquello para lo que les retan, sino que también dejarán de confiar en sus padres.
La falta de regulación de los adultos hace que estos dirijan insultos a los niños cuando se sienten mal. Hay estudios (El Dr. Richard Stephens con un equipo de investigadores de la Universidad de Keele) que afirman que insultar y maldecir alivia el malestar porque genera endorfinas. Esto puede estar bien cuando se maldice sin ningún niño delante y, por supuesto, cuando las palabrotas no van dirigidas a los niños.
Es evidente que los pequeños, a veces, sacan de quicio a los mayores, pero esto no debe ser una justificación para insultarles, los adultos deben hacerse cargo de su regulación emocional y no dañar a los niños por su falta de control. Si no son capaces de calmarse sin llegar a este tipo de maltrato, deberían acudir a un profesional que les ayude a hacerlo.
En la consulta diaria atiendo a multitud de niños y adultos que llevan grabadas a fuego frases y palabras que les dijeron sus padres, y que en la actualidad son incapaces de quitárselas de encima. Creencias como no valgo, no soy importante, soy un inútil, no sirvo para estudiar, etc. les condicionan la vida y solo con un profundo trabajo terapéutico pueden superarlas.
Evitemos tanto dolor y sufrimiento tratando a los niños con respeto y con cariño y estaremos contribuyendo a su felicidad y seguridad en sí mismos cuando sean adultos.
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