La luna de Addis Abeba. Reseña de Mercedes Moya

Opinión personal del libro La luna de Addis Abeba

Este libro narrado en primera persona por Alfredo, padre de Asha, versa sobre la adopción de una niña adoptada con 4 años en Etiopía por un matrimonio español. Se ordena siguiendo las fases de la luna, esa única luna para todos, luna etíope, española, global, una luna y un destino parecido al de muchos niños y niñas que tras su adopción y una infancia que trascurre de una manera casi normal, con sus fantasías y con el recuerdo de sus orígenes vivamente conservado, que es compartido y respetado por los padres, que son conscientes de que cuando se adopta a un hijo se adopta su historia anterior y también se adopta su país y su cultura. Alfredo lo describe así: ”Tengo la sensación de que no nos pertenece tanto como creíamos…[…] de que no hemos adoptado a una niña , sino a una niña y su historia, una historia que pesa tanto como ella y que no solamente debemos respetar, sino cultivar”.

Leyendo el libro viajas a Etiopía (y a muchos otros lugares), compartes las aventuras e incertidumbres de su proceso de adopción y las emociones y las sensaciones que se viven en esa parte del proceso, sobre todo quien haya vivido una adopción internacional va a verse muy identificado, porque esas sensaciones y sentimientos son muy similares, hayas adoptado en África, Asia, centro América o en el centro de Europa. Las sensaciones, emociones y reflexiones que declara ese padre desde el primer momento, en lo que se refiere a las necesidades de la niña, esa sensación de que “para ella tan solo somos dos somos dos personas que hemos venido a darle, no a pedirle. Esa es la razón por la que no entiende la prohibición y las normas”. Y como ese, son muchos los pensamientos puestos en palabras que van reflejando un desarrollo de la historia con muchos puntos en común con las familias que hemos adoptado y que desembocan en el núcleo principal de la trama porque casi de repente,-siempre parece algo repentino, y aunque de sobra avisados, siempre sobrecoge por inesperado-, estalla la adolescencia “con su inexplicable agresividad y doloroso desprecio hacia nosotros, por momentos, pero cada vez más frecuentes” y con ello arranca una intensa etapa de crisis y conflictos que desencadenan los problemas de identidad que sufre Asha, que cae en una profunda depresión que pone a prueba el vínculo familiar haciéndose visible un trastorno de apego que ya apuntaba maneras en la dependencia emocional y de presencia física que la niña demostraba en su primeros años con sus padres adoptivos. Aparecen las mentiras constantes, las prácticas de riesgo y el consumo de sustancias, al mismo tiempo que para sus padres emergen los sentimientos de frustración e incredulidad, de fracaso, de pérdida de confianza, el sentimiento de vulnerabilidad, “Reflexiono y sufro acerca de mi fracaso, de mi pérdida de confianza sobre su doble juego y osadía […] Me digo también, en tales momentos que el cariño de un padre, de cualquier padre, no es eterno, sino vulnerable a los desengaños y a la frustración, y tal pensamiento me da miedo, miedo a dejar de quererla.” Pensamientos duros, emociones difíciles con las que batallar casi tanto como con la forma de ayudar a Asha que apenas se deja.

Una crisis de identidad profunda que condicionará y someterá la vida en casi su totalidad de Asha, de su familia y sus relaciones, sumiendo en la oscuridad a una joven hasta entonces luminosa, que cuenta con un equipo de terapeutas y unos padres custodios como pilares para la elaboración de esa crisis, en la que según relata el padre “Seguimos aprendiendo y tropezando a marchas forzadas”. Así van acompañando sus duelos y persiguiendo la reconstrucción de Asha y de sus propios vínculos, lo que les llevará a una búsqueda (en realidad a más de una, seis fueron los intentos) de los orígenes y a hacer un viaje al país y a la ciudad de origen de la muchacha que ayudará a aliviar la elaboración de esa parte del duelo que atraviesa la joven y a enamorar del todo a un padre que ya admiraba ese país por su extraordinaria cultura y que además está dispuesto a casi todo por ayudar a su hija a avenirse con su identidad en muchos momentos zarandeada e inestable, consiguiendo con el esfuerzo familiar en todos los ámbitos, personal, emocional, y económico y por supuesto el esfuerzo de la joven apuntalado siempre por sus padres, avanzar en su recuperación para superar el duelo, “Ya no tendrá enemigos cercanos a los que batir: ya no seremos más el espejo de su abandono”…

De nuevo me encuentro con la muy acertada metáfora de las fases de la luna como hilo conductor de la evolución de los hijos adolescentes (sean adoptados o no) y me retraigo a la de la charla que impartió Íñigo Ochoa de Alda. Doctor en Psicología. Profesor en la Facultad de Psicología de la UPV/EHU entre otras muchas cosas y a la metáfora que hizo en ella y refleja muy bien esas etapas de la vida de luz-oscuridad-renovación en la que se transmutan, describiendo la evolución de nuestros hijos de la que esperamos salgan renovados y victoriosos:

Los hijos son como las fases de la luna, en la infancia son como la luna llena, te enamoran, te motivan, te llenan de luz y te dan energía. Luego en la adolescencia, se van convirtiendo en luna nueva, van desapareciendo, convirtiéndose en algo oscuro, algo que no atrae nada y los padres se preguntan ¿Dónde está mi hijo?¡Este no es mi hijo, me lo han cambiado! y queda la esperanza de que vuelva otra vez a crecer y genere una luna nueva. Una luna diferente.

La luna de Addis Abeba es un libro que desde que empecé a leerlo me atrapó y me removió. Lo recomiendo mucho. Creo que es una autentica catarsis para su autor al mismo tiempo que arroja luz y comprensión a la vez que esperanza, a las familias, pero sobre todo a quienes están pasando y sufriendo este doloroso proceso que es para muchos hijos el dejar atrás a su niñez, aunque nunca la dejen del todo, por las incógnitas que la envuelve.

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