Puede parecer una obviedad, pero, en la práctica y metidos en harina, tendemos a olvidar esta premisa clave y es la fe en las personas. De una manera u otra tienen el potencial para ser capaces de construir su futuro. Unos necesitarán más muletas, sillas de ruedas, alguna ambulancia y otros simplemente unas palmas. Pero no podemos robar a nadie la capacidad para tomar el control de su vida y decirle que no puede. Cada una de las acciones que construyamos o cada átomo de energía que utilicemos tienen que estar destinados hacia la proactividad de estos.
Una de las creencias más limitadoras es el TINA (Forés,A. y Grané, J.2013), un acrónimo anglosajón para decir que no hay solución (there is not alternative) atribuido a Margaret Thatcher cuando se refería a que no había más opciones que comulgar con el sistema político capitalista. Sin embargo, como profesionales portadores de oxitocina tenemos que renunciar a ese slogan tan extendido y publicitar que sí es posible de otra manera. ¿Cuántas veces hemos escuchado que un niño es carne de cañón, que su futuro es la cárcel o un ataúd, o que no hay nada que hacer con un caso?
Sí que me gustaría precisar qué tan desafortunado es el profesional pesimista, como el que se pasa al otro extremo y piensa que todo es miel sobre hojuelas. El hecho de entender que no debemos recoger únicamente los hándicaps y los problemas y desde ahí hacer un diagnóstico basado en los déficits, no debe llevarnos a pensar que todo el monte es orégano y tener una disociación a lo más estilo Disney entre expectativas y realidad. Necesitamos ubicarlos en lo que se conoce como el optimismo realista: una actitud ante la vida positiva, que espera un futuro inmediato y a corto plazo mejor, donde se buscan resultados y acontecimientos deseables desde una actitud de planificación, proactividad y ajuste a las posibilidades.
En otras ocasiones en realidad lo que hay que decir es que no podemos ayudarle y de esta forma asumir cierta responsabilidad, frente a culpabilizar a la propia persona. Muchos casos que han sufrido el síndrome del peloteo, yendo y viniendo de las manos de un profesional a las de otro, un día encontraron quien les sostuviera y ayudara. Nos cuesta asumir que a veces no sabemos, no podemos o incluso no queremos.
Hay chavales que te tocan más que otros, que llegan más y sintonizas antes con su dolor. Daniel era uno de ellos. Vinculamos enseguida y compartimos muchos momentos de charleta sobre lo divino y lo humano, pero poco a poco su situación vital fue cambiando y todo le irritaba. Comenzó a consumir, trapichear, dejó de acudir y su rabia por todo cada vez lo iba consumiendo más. Necesitaba una persona que creyeran en él, que lo acompañara y estuviera cuidándolo, y yo ya no sabía qué más hacer. Fue muy frustrante porque, cuando apuestas por alguien y crees que tiene muchas posibilidades en la vida, pero no es el momento, te vienes un poco abajo. Ya no le llegaban ni mis palabras, ni mi presencia, amén de que se me hacía harto complejo buscar un rato a la semana para estar. Daniel pasó a otro recurso de mayor contención y desde entonces no lo he vuelto a ver. Todavía conservo una camiseta que me regaló en su último día, como recuerdo de los buenos momentos que pasamos y, a su vez, como marca páginas en mi vida profesional que me hace recordar que no somos omnipotentes y que hay veces que hay que decir no puedo y no sé.
Del libro: Profesionales portadores de oxitocina. Los buenos tratos profesionales
Autor: Iñigo Mtz. de Mandojana
ISBN: 978-84-947338-2-6
Editorial: El Hilo Ediciones
You must be logged in to post a comment.