Continuación del post «La emergencia de las preguntas»
A través del proceso de exploración interna de estas preguntas y sus posibles respuestas y significados, el adolescente se convierte progresivamente en el narrador, pero también en el producto de lo narrado actuando como el protagonista de la historia de vida que se cuenta a sí mismo. En este sentido, la relación entre la vida propiamente dicho y la autonarración es un camino bidirectional, de manera que «la narración imita tanto a la vida como la vida a la narración» (Bruner, 2004).
El adolescente puede así dejar que la historia recitada (la canónica, la contada, la encontrada) le defina pasivamente o bien convertirse en el artífice principal de su proceso de construcción de identidad. En cierto modo, para responder a la pregunta sobre quién soy yo no solo basta con acudir a los datos y a la respuesta a quién dicen los demás que soy yo, sino sobre todo hay que responder a quién digo yo que soy yo. .Sin embargo, a pesar de la centralidad del propio adolescente en la construcción de esta narración, es muy importante que encuentre un marco de seguridad en el cual sea capaz de expresar su dolor, procesar y elaborar los recuerdos traumáticos y dar un nuevo sentido a su vida, a la imagen de los demás y de sí mismo en el mundo (Grotevant y Cooper, 2005).
La familia sigue teniendo un papel fundamental en esta transición pero, en su búsqueda de autonomía afectiva, los referentes familiares ya no tienen el mismo papel y empiezan a necesitar algunos referentes fuera de aquella. El grupo les permite mirarse en los otros cuando la familia ya no sirve. Pero,en ocasiones, al adolescente adoptado le cuesta encontrar con quién compartir estas inquietudes de manera natural en el grupo de iguales, con los que no comparte la condición adoptiva. Por eso es un momento en el que el apoyo profesional o los grupos de adoptados pueden tener especial utilidad como espacio de apoyo.
La familia
Pepa Horno (2014) propone varias palabras clave para apoyar a los adultos a transitar por este camino de apoyar a un hijo en el proceso de separarse de uno y explorar por sí mismo la identidad y los vínculos. Estas palabras clave son válidas para cualquier padre de adolescente y podrían guiar también el acompañamiento de terapeutas, facilitadores o tutores: la presencia, la palabra, la integración, la ternura, la risa, la norma, el riesgo y la responsabilidad.
La propuesta de estas palabras se resume en el permanecer estable y disponible para el adolescente durante esta etapa; ser capaz de escucharle, también cuando lo que dice es desagradable o difícil de asimilar; ayudarlo a detectar las relaciones entre su cabeza, su corazón y sus relaciones; seguir siendo capaz de mimarlo y encontrar nuevos modos de expresión del afecto; tomarse las cosas con humor y reservar espacios para disfrutaren común; seguir poniendo límites, que proporcionen cada vez más autonomía pero sigan siendo un medio de estructura, contención y seguridad; asumir riesgos en el día a día de proporcionar más autonomía y dejar que el adolescente tome los suyos propios ; y ayudarle a asumir la responsabilidad de esas decisiones.
El grupo
El adolescente puede explorar las cuestiones adoptivas en un espacio seguro, como el que puede aportar un grupo de iguales en el que se ha generado una vivencia de espacio abierto y seguro; un grupo así puede ayudar a poner en marcha ese proceso de experimentación, también para los menores más ambivalentes o evitadores (Rosser, Mayordomo y Rico, 2014). Se han organizado grupos de exploración de la condición adoptiva utilizando distintos medios de expresión de las preguntas y las respuestas. Por ejemplo, se han trabajado estas cuestiones a través de la grabación de cortos de vídeo, que es un medio de expresión muy significativo para el grupo de adolescentes con los que se trabaja, o a través de la expresión mural.
El profesional
Como ya hemos adelantado, en ocasiones el adolescente necesita un espacio de seguridad fuera de su familia y a veces la propia familia está viviendo con dificultad el proceso del menor, con lo que la intervención de un profesional puede ser necesaria para desbloquear puntos de incomunicación o baches del menor, que queda estancado en alguna de las preguntas o respuestas o es incapaz de explorar determinados temas que emergen de manera recurrente en forma de pensamiento intrusivo o de malestar emocional.
Por Jo general, cuando se afronta la intervención postadoptiva en esta etapa de evolución, el profesional se encuentra con una especie de puzle en el que las piezas no encajan del todo bien. Por una parte, se encuentra con el/la menor, que acarrea toda su historia previa, los acontecimientos que provocaron la separación de su familia biológica, los lugares en los que pasó a residir y las personas con las que se relacionó hasta que finalmente llegó a su familia de adopción; estas vivencias le han generado una determinada forma de vivir el mundo y a sí mismo, y de relacionarse con su entorno, en ocasiones desadaptativa. Por otra, está la familia adoptiva, también con su propia historia personal y relacional, con sus vivencias no siempre positivas, con sus logros, pero también con sus pérdidas y sus frustraciones.
El profesional de la intervención en adopción puede apoyar la construcción, con los mismos datos, con las mismas piezas, de varias historias, y todas verdaderas. A través de este proceso de búsqueda y de construcción, el adoptado puede colocar la adopción en un lugar u otro del edificio de su identidad. En este punto los libros de vida, en la modalidad «aquí y ahora», pueden ser una herramienta muy útil de trabajo.
Pero las narrativas no pueden ser solo una construcción desencarnada, sino que es fundamental re experimentar lo narrado y conectar con las emociones que derivan de la nueva narración. En este sentido, será muy importante encontrar el vehículo de expresión emocional que resulte más cómodo para cada niño, utilizando técnicas que lo ayuden a conectar el discurso con la emoción y la palabra con el cuerpo. De este modo, más que de historias verdaderas o falsas, podríamos hablar de historias congruentes o incongruentes: congruentes con los datos y congruentes con las emociones que suscitan. Por último, las historias deben poder ser sentidas, pero también ser vehiculadas, expresadas y escuchadas por los otros significativos.
El caso de Adrián. La expresión a través del rap
La intervención con Adrián estuvo mediatizada, desde sus inicios por la posibilidad de expresión a través de la música, más en concreto del rap, género musical del que Adrián se declaró un seguidor comprometido e implicado.
En los inicios de la relación terapéutica, el menor reproduce en terapia su actitud de desconfianza hacia el otro, dificultades para el contacto ocular, para la expresión… viviendo cada mínima intervención terapéutica como una amenaza hacia su intimidad.
«Tuve un presentimiento bastante bueno hacia ti, por eso te i eché de mí para no echarte de menos, soy así», canturrea.
Se decide, pues, comenzar cada sesión individual con Adrián con una de las canciones de su grupo más admirado de hip hop, con las cuales él había comentado su identificación. Se logra así encontrar una comunicación efectiva y afectiva, rompiendo con su actitud de desconfianza y logrando vincularse con y en el proceso terapéutico. De forma gradual, a través de las emociones que él se permite sentir y que comienza a expresar a través de la letra de cada canción, Adrián va logrando hablar de su dolor, llorarlo y dejarse acompañar por un adulto.
Finalmente, el adolescente adoptado puede construir diversas historias con los componentes que tiene, pero esas historias podrán ser más o menos «sanas» (Berástegui, 2012). Por «sana» se entiende aquella narración que ofrece una base adecuada para adaptarse, afrontar los problemas de la vida e interpretar la información que es relevante acerca de uno mismo. Habilita al individuo para organizar la experiencia personal, manteniendo un sentido de autoconsistencia a lo largo del tiempo y las situaciones; maximiza la autoestima y ayuda a mantener una relación equilibrada entre bienestar y malestar (Botella et al., 2005).
De esta forma, el adolescente adoptado podrá construir narraciones que le estanquen en el pasado o que proyecten hacia el futuro. La identidad también se ha definido como el sentimiento de «continuidad progresiva entre aquello que uno ha logrado ser durante los largos años de infancia y lo que promete ser en el futuro» (Erikson, 1971)» de manera que la identidad es también una proyección y una esperanza, por lo que el modo en que el adolescente cuenta la historia tiene la virtud de abrirle a otra vida posible. La capacidad de seguir viviendo, desarrollándose y creciendo en una vida digna, creativa y buena después de situaciones de enorme adversidad depende de un modo muy especial, según Boris Cyrulnik (2002). De la capacidad de poner en marcha narrativas resilientes, de contarse a uno mismo no como un abandonado, no como un salvado, sino como un superviviente que tiene toda la vida por delante.
Del libro: ADOPCION EN LA ADOLESCENCIA Y JUVENTUD. Félix Loizaga Latorre (coord.)Ediciones Mensajero. Grupo de comunicación Loyola.
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