Cuando me piden que escriba algo sobre niños adoptados que pueda ayudar a los padres adoptivos, empiezo a pensar instintivamente en los menores que he visto en las últimas semanas y en las dificultades que tienen, casi siempre me vienen a la memoria los relatos de los padres, refiriéndose a los problemas en el cole: falta de atención, poco rendimiento, retraso en el ritmo de la clase y todo ese conjunto de síntomas que los profesores recuerdan en cada tutoría con mucha insistencia y con poca tolerancia en algunos casos.
A veces me pongo en el lugar de esos padres que temen que llegue el día de la dichosa tutoría, porque tienen miedo de escuchar de nuevo las mismas quejas de siempre, sintiéndose un tanto cuestionados en su capacidad como educadores. Esta situación se suma también a las dificultades en casa que están relacionadas de la misma manera, con la falta de límites, con la falta de atención y con una rabia a veces desproporcionada que aparece con frecuencia ante el más mínimo atisbo de contrariedad. Todos los padres adoptivos ya tienen bastante integrado que el grado de tolerancia a la frustración en sus hijos, es escaso y esta es quizás la base de la mayoría de los conflictos en casa.
Intento transmitirles un mensaje de calma para que puedan filtrar toda esta información que les desborda porque ellos mejor que nadie conocen a sus hijos y ven el esfuerzo que hacen cada día y el reto que supone para ellos una enseñanza estandarizada que no entiende de adopción, ni de trauma temprano ni de maltrato infantil previo, ni de muchas otras secuelas tan presentes en ellos. Algo en lo que desgraciadamente nuestros niños adoptados se hicieron expertos tempranamente.
Con toda la perseverancia y el convencimiento de los que soy capaz, les digo a los padres que más que el resultado en matemáticas o en sociales, debe preocuparles los sentimientos y la expresión de las emociones que perciben en sus hijos, porque este es el único indicador del grado de éxito que la experiencia de la adopción está teniendo en los menores. Que se pregunten a menudo si su hijo/a es feliz, simplemente esto, al margen de las calificaciones escolares.
Por esto y porque percibo cada vez más en padres con un nivel de formación alto, que el grado de expectativas y de exigencias con respecto al rendimiento académico, es también alto y esto hace que en su afán por cumplir con esas expectativas, algunos niños adoptados realicen un tremendo esfuerzo por complacer a los adultos de su entorno: padres, profesores y demás familia. Esta cuestión me preocupa cada vez más, por eso quería hoy referirme a ella.
Me encuentro a menudo con niños que están muy desconectados de sus emociones y que muestran una sobreadaptación al entorno, que esconde a veces una rabia contenida y un grado de frustración elevado, que algunos padres no perciben. En la pre-adolescencia conozco casos de niños que estallan en situaciones que los padres nunca hubieran imaginado y todo esto tiene que ver con el miedo que tienen a defraudar a su nueva familia. A veces los niños pasan de una complacencia ejemplar a una violencia y agresividad extremas. Cuando un niño tiene que lidiar diariamente con el reto que supone establecer relaciones con sus iguales, sin sentirse discriminados por sus rasgos o por su condición adoptiva, atender de forma adecuada en clase, realizar todas las tareas que le son encomendadas y confirmar con sus padres ese estrecho vínculo que tanta inseguridad les causa y del que tanta necesidad tienen……..todo ello supone un esfuerzo enorme casi titánico, que hace que agoten antes que otros niños, la energía y los recursos adaptativos tan frágiles que poseen.
Quería referirme hoy al estilo de apego que establecen estos menores y a como en sus manifestaciones muestran muchas veces el miedo a ser abandonados de nuevo y a sentirse solos y que explicarían en buena medida las dificultades que se están encontrando algunos padres adoptivos en esa etapa tan temida como es la adolescencia.
La teoría del apego habla de una disposición genética para establecer relaciones de proximidad y se refiere sobre todo a la naturaleza especial de las relaciones cercanas, tomando como relación prototípica la que se da entre el niño y el cuidador/madre. Por eso es obvio entender que a los niños adoptados, les ha faltado de forma severa y a una edad temprana y clave para el neurodesarrollo, la atención sensible y empática de sus necesidades afectivas, mediante una experiencia de apego seguro con un cuidador competente. Esta etapa condiciona de alguna manera su forma de sentirse en el mundo y lo que esperan de él, casi siempre creando una desconfianza generalizada hacia las relaciones con los demás.
Las figuras de apego se establecen en base a los adultos significativos que el niño percibe como estables y disponibles, y es a partir de ellos que el niño construye una representación afectiva de lo que es una persona. Una relación de calidad en las primeras etapas, le hubiera permitido al niño disponer de una representación interna de sus figuras de apego, como disponibles pero separadas de sí mismo y esto le hubiera servido como base de seguridad para explorar su entorno y a los extraños. La calidad del apego es tan relevante porque determinará en su desarrollo aspectos tan importantes como la empatía, la modulación de sus impulsos, deseos y pulsiones y sobre todo su capacidad para dar y recibir. Le dotará además de recursos para manejar situaciones emocionalmente difíciles y frustrantes como las separaciones y las pérdidas. Cuando un niño no ha tenido la posibilidad de establecer un apego primario de calidad en el curso de su primer año o en el máximo de los dos primeros años de vida, puede presentar a menudo, déficits en su desarrollo, en especial en el ámbito de sus comportamientos sociales y en el desarrollo de su aprendizaje. Estos déficits pueden alterar la capacidad de vincularse de forma empática con los demás, así como obtener buenos resultados en los procesos de aprendizaje. Desafortunadamente todos estos déficits están muy presentes en todos los niños adoptados, ya que son precisamente esas circunstancias de adversidad las que le llevaron a una nueva familia. Son la base de la mayoría de las dificultades que manifiestan en todos los ámbitos, por eso es tan necesario que los padres adoptivos manejen esta información y se convierta en una herramienta imprescindible en el día a día.
Existe una relación directa entre los trastornos de apego, trastornos de la empatía infantil y la incompetencia conyugal y parental. La experiencia clínica permite afirmar que en los malos tratos siempre hay un trastorno de apego.
TIPOLOGÍA DE LOS TRASTORNOS DE APEGO
Me gustaría hacer también una breve descripción de los tres tipos de apego inseguro atendiendo a las conductas que presentan los niños, porque creo que puede orientar a los padres y ayudarles a entender muchas de sus conductas estereotipadas.
inseguro evitativo: El niño tiene una representación de los otros como no disponibles y de sí mismo como capaz de controlarlo todo. Tiene muchas dificultades para la sociabilidad con sus iguales y sobre todo con los adultos. A menudo estos niños parecen excesivamente autónomos y autosuficientes. Se muestran de la misma manera en el contexto escolar como familiar.
inseguro ansioso-ambivalente: Lo más destacado es que en el niño se observa que la conducta de apego está activada la mayor parte del tiempo, ya que reclaman mucha atención. Nunca se sienten suficientemente amados o atendidos. Tienden a cronificar las conductas de dependencia y la representación de sí mismos como “indefensos y solos, no queridos”.
inseguro desorganizado: Lo presentan los niños más dañados con posibles procesos traumáticos. A menudo se observa en ellos cambios bruscos de ánimo con comportamientos desafiantes o violentos y a veces también una inhibición excesiva. Muestran daño en el control de impulsos y en la regulación de la agresividad.
Otro tipo de apego especialmente preocupante y que cada vez con más frecuencia observamos en niños adoptados es del tipo inseguro “complaciente”; se percibe en niños que están muy desconectados a nivel emocional, que muestran una necesidad exagerada por complacer a todos y en especial a los adultos, sacrificando sus propias necesidades afectivas y manteniendo un nivel de auto-exigencia muy elevado destacando en el rendimiento escolar y demás actividades que realizan. Es a estos casos sobre todo a los que me refería al principio, porque es fácil que el sufrimiento del niño pase desapercibido a los adultos, ya que normalmente va cumpliendo las expectativas que sobre él se han depositado. A veces preocupa a los padres la frialdad excesiva que muestran en sus sentimientos y la tristeza que acompaña a su excesiva complacencia.
No quiero dejar de mencionar para aquellos padres que se inicien en la adopción, una conducta de apego muy estereotipada en los niños adoptados sobre todo a su llegada, y es del tipo “indiscriminado” y lo más destacado de ellos es que se muestran tiernos y amorosos con cualquier persona que se les acerque. Dispuestos a irse de la mano del primer adulto que muestre interés en ellos. Muchos padres adoptivos cuentan a veces con alivio y otras con extrañeza como la primera vez que visitaron el orfanato había niños que se acercaban o les abrazaban al verle, incluso su propio hijo les recibió con un fuerte abrazo y este tipo de conducta se prolongó en el tiempo después de la llegada a casa. Estas conductas que se van modificando y mejorando con el tiempo a medida que el niño desarrolla un apego seguro con sus padres, no dejan de ser síntoma de un trastorno de apego inicial como consecuencia del abandono previo, de los malos tratos o de una institucionalización prolongada.
Charo Blanco Guerrero. Psicóloga. Psicoterapeuta Infantil.
Centro Concilia. Málaga. Especializado en familias adoptivas y trastornos de conducta.
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