A veces los padres esperan que sus hijos sencillamente olviden las experiencias dolorosas que han vivido, pero en realidad lo que los niños necesitan es que los padres les enseñen maneras sanas de integrar los recuerdos implícitos y explícitos, convirtiendo incluso las experiencias dolorosas en fuentes de poder y en ocasiones para aprender a comprenderse a sí mismos.
Del Libro El cerebro del niño
Normalmente, cuando hablamos de recuerdos, la mayoría de nosotros nos referimos a los recuerdos explícitos –recuerdos de los que somos conscientes-, como el momento en que tu hija dio los primeros pasos, tus vacaciones del verano pasado o el día en que tu hijo se cayó de un árbol y se rompió un brazo.
En el Capítulo 4 de El cerebro del niño, explicamos que también tenemos recuerdos de los que no somos conscientes. Aunque no los podamos recordar de manera explícita, pueden ejercer un profundo efecto en nuestras vidas. De hecho, estos recuerdos implícitos contribuyen a dar forma a lo que sentimos con respecto a nosotros mismos, a los demás y al mundo en general. Podría decirse que ciertos recuerdos implícitos pueden incidir en nuestras vidas aún más que los explícitos, porque no solemos tener la sensación de que recordamos cuando los rescatamos de la memoria y, por lo tanto, no podemos atribuirles un significado, a pesar de que matizan y colorean nuestras emociones, nuestras conductas, nuestras percepciones e incluso las sensaciones de nuestro cuerpo. Dicho de otro modo, estos r
Si tu hijo ha tenido experiencias difíciles en el pasado, la memoria puede actuar de tal manera que el recuerdo del acontecimiento perturbador se encuentre básicamente en la memoria implícita. La buena noticia es que puedes ayudar a convertir lo implícito en explícito hablando de esos recuerdos con tu hijo. Al hacerlo, arrojas la luz de conciencia sobre los sentimientos, las conductas, los pensamientos y la reactividad corporal, para empezar a entenderlos y analizarlos. Si ha ocurrido algo realmente doloroso o terrorífico en tu vida o en la vida de tu hijo, ver a un psicoterapeuta puede ayudar a reelaborar los recuerdos traumáticos. Pero en muchos casos nosotros, como padres, podemos ofrecer a nuestros hijos un enorme regalo ayudándolos sencillamente a conseguir que esos recuerdos implícitos se vuelvan más explícitos.
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Requiere cierto esfuerzo por nuestra parte darnos cuenta de lo que nuestros hijos pueden asimilar de sus experiencias y ayudarlos a poner en orden sus pensamientos, sensaciones y emociones. Pero si tenemos unos conocimientos básicos de la memoria implícita y explícita, podemos ofrecerles lo que necesitan para desarrollar la resiliencia, la comprensión y la madurez que necesitan para hacer frente a muchos aspectos difíciles de las experiencias de la vida y para contener las respuestas automáticas cuando causan conflicto.
¿Qué recuerdos implícitos pueden afectar a tu hijo?
Todos los niños, en un momento u otro, se comportan de maneras que parecen irracionales o poco razonables. Sin embargo, si adviertes una conducta que no es propia de tu hijo –o que es más extrema de habitual-, es posible que un recuerdo implícito esté actuando y dando forma a su experiencia en este momento y que haya creado un modelo mental para cuya reelaboración tu hijo necesita tu ayuda.
Piensa en pautas de conducta en las que un acontecimiento concreto (ir a dormir a casa de un amigo, clases de natación, cuchillos…) causa problemas. El rechazo o la evitación de algo sin razón aparente, las regresiones, los miedos o las reacciones inesperadamente intensas pueden ser señales que un recuerdo implícito está incidiendo en la respuesta de tu hijo.
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¿Existen creencias no conscientes y recuerdos implícitos que podrían afectar a tu hijo?
¿Has reparado en ciertos momentos en que tu hijo se comporta de una manera especialmente poco razonable, más intensa o irracional que de costumbre? Cuando recuerdas esos momentos, ¿existen pautas, o conductas, en las que sospechas que pueden intervenir recuerdos implícitos? Por ejemplo, ¿tu hijo reacciona sistemáticamente de manera exagerada a ciertas situaciones (cuando lo dejas en el colegio, cuando aprende aptitudes nuevas, ante ciertos ruidos…)? ¿Hay experiencias que antes le gustaban y de pronto rechaza (ir a la playa, ir en bicicleta, irse a la cama por la noche…)?
Cuando tu hijo presenta una conducta difícil, tu primera reacción probablemente no será ir en busca de recuerdos implícitos. Lo más probable es que te acuerdes de que primero debes hacer un alto y ver si la posible causa es alguno de los sospechosos habituales (¿tu hijo tiene hambre, está enfadado o cansado, o se siente solo?); acto seguido lo ayudarás atendiendo sus necesidades si las hay.
Sin embargo, cuando ayudamos a nuestros hijos a dar sentido a las experiencias del pasado, los ayudamos también a dar sentido a su presente. Así tienen la sensación de que controlan y entienden lo que piensan, cómo se sienten y por qué se comportan como lo hacen.
Piensa en cualquier conducta extrema que pueda tener tu hijo y anótala.
Y ahora quédate sentado tranquilamente durante unos minutos, a ver si se te ocurre algo que pueda explicar las pautas de conducta de tu hijo. Escribe todo lo que se te pase por la cabeza sobre lo que puede haber detrás de ellas. Busca en conversaciones que habéis mantenido, en preguntas que te ha hecho, o en acontecimientos, grandes o pequeños, sucedidos antes de cualquiera de los cambios de conducta, y que puedan guardar alguna relación, quizá indirecta. Cuando recuerdas con este nuevo nivel de conocimientos, ¿ves algo que destaque? He aquí un ejemplo para que te formes una idea de lo que queremos decir:
Últimamente nuestra hija ha estado muy enfadada conmigo. Yo no entendía la razón. De pronto se me ocurrió una posibilidad. Pensé que tal vez era porque, no hace mucho, estuve internado en un hospital, durante una semana, y ella no me vio en todo ese tiempo. Ahora que lo pienso, recuerdo que mi mujer pasó la primera noche conmigo. Cuando mi hija se despertó por la mañana, se asustó porque se encontró con su abuela en lugar de su mamá. Luego mi mujer le dedicó menos tiempo porque tenía que cuidar de mí en la convalecencia. Me pregunto si mi hija no habrá tenido la sensación de que yo era el culpable de todo eso: de que yo le había quitado a su mamá.
No estamos diciendo que debas aferrarte a interpretaciones de una situación que tal vez no sean correctas, pero puede que haya momentos en que tu hijo necesite regresar a un episodio difícil del pasado, y le convenga contar con tu ayuda para pensar en él.
Hablando de estos acontecimientos y ayudando a tu hijo a entender cómo pueden sus recuerdos implícitos haber creado erróneamente un sistema de creencias, es posible ayudarlo a acabar con la pauta de conducta en la que parece haberse atascado.
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