Conchi Martínez Vázquez ha compartido con Adopción punto de encuentro este cuento desde “Resiliencia infantil. Apego, parentalidad y buen trato”, blog en el que comparte sus experiencias, sus reflexiones y sus conocimientos.
«Quería que esta entrada tuviera un cuento. Uno de esos relatos que te hace pensar. Busqué y busqué pero no hallé ninguno que pudiera representar lo que yo quería compartir. Hasta que encontré este que aparece más abajo, escrito por Tes Nehuén en la web «Cuentos de Navidad». Dudé varias veces en publicarlo o no porque me parecía que no era lo suficientemente alegre como para compartirlo en Navidad, pero también al mismo tiempo desprende una especie de realismo de la esperanza, de confiar no sólo en lo que cada uno de nosotros hace con su vida sino también lo que puede hacer por los otros, de valorar lo verdaderamente importante.
Si lo lees hasta el final, no te quedes solo con la historia, entra dentro del mensaje, pero no de forma literal.»
Los duendes de la Navidad
Eglantina estaba cansada de que cada Navidad la enviaran a ese orfanato.
Cuando al día siguiente se reunían los duendes en la cueva de Raedself, donde vivían como una gran familia, todos contaban divertidas y disparatadas historias que les habían ocurrido en las casas que les había tocado visitar. Pero Eglantina era invadida por una tristeza profunda y se quedaba en silencio.
Así había sido año tras año.
Todos los duendes volvían satisfechos por haber cumplido, una vez más, con su misión. Todos, menos Eglantina. Para ella las Navidades eran siempre iguales: llegaba al orfanato y decenas de chiquillas y chiquillos la rodeaban. Entonces, como lo exigía la tradición, ella les preguntaba cómo había sido el año. Y ellos pasaban a narrarle con lujo de detalle toda clase de historias sobrecogedoras. Después, Eglantina les entregaba regalos especiales para cada uno de ellos, teniendo en cuenta lo que a cada uno le gustaba. Y concluía marchándose con una pena muy onda abrazando su diminuto corazón.
El día después de la Navidad los niños del orfanato lo pasaban jugueteando y riendo como nunca, apreciando con estremecimiento todos los regalos. Para Eglantina el día siguiente era una verdadera tortura; no podía explicarse cómo había gente que sufría tanto y que, aún así, era capaz de poner una sonrisa en su rostro y seguir adelante. Pero posiblemente lo que más daño le causaba era pensar que al año siguiente nuevamente tendría que ir a ese lugar, encontrarse con esas suaves vocecitas y no poder hacer nada por ellos, más que entregarles unos cuantos regalos que no terminarían, sin embargo, con su desamparo.
Ese año consiguió llegar a un acuerdo con Laila: Eglantina iría a la casa que siempre había visitado Laila (de una familia normal y corriente) y Laila visitaría a los niños del orfanato.
Eglantina estaba muy contenta. ¡Finalmente podría regresar con una historia divertida y pasaría una preciosa navidad junto a sus amigos los duendes!
Al día siguiente de la Nochebuena todos los duendes contaron sus andanzas. Cuando le llegó su turno, Eglantina dijo que había sido la Navidad más triste de su vida. Primero: los niños no habían sido capaces de dedicarle más que unos pocos minutos, solo querían saber qué había dentro de los envoltorios. Segundo: sus padres habían comprado cientos de regalos y, a su lado, los de Eglantina eran insignificantes. Y tercero: se sintió terriblemente sola porque ninguno de esos niños se parecía a sus amiguitos del orfanato, y echó de menos a todos y cada uno de ellos.
Laila, por su parte, dijo que la suya había sido una hermosa Navidad. Los niños del orfanato la habían recibido con enormes sonrisas y la habían escuchado con suma atención.
Eglantina se quedó mirándola estupefacta y le preguntó cómo podía sentirse bien si todos esos niños tenían historias terribles. Le preguntó:
—¿No te hace daño pensar que no puedes nacer nada por cambiar aquello?
Laila la observó fijamente y le dijo:
—Sí, pero ya lo has dicho: no hay nada que podamos hacer por cambiarles el pasado. Nuestro deber es ofrecerles una Navidad agradable y divertida. Debemos sentirnos felices de tener esta oportunidad.
Entonces, Eglantina lo comprendió todo. Y a partir de ese año esperó con ansiedad el día de Nochebuena para visitar a sus amiguitos del orfanato y sazonar con caricias y risas sus tristes realidades.
«Como decía el Principito «fue el tiempo que pasaste con tu rosa lo que la hizo tan importante». No podemos hacer nada por cambiar el pasado de los niños y niñas, ni el de sus papás y mamás que antes y en muchos casos también ahora, tuvieron que soportar dificultades difíciles de sobrellevar. Pero sobre su presente (y seguramente sobre su futuro) sí podemos ofrecerles comprensión, aceptación, empatía y afecto. Cada sonrisa que nos regalan en señal de gratitud es una estrella más que brilla en su firmamento al sentirnos parte de su mundo.
Mi cielo está lleno de estrellas. Quizás yo no pueda hacer mucho por lo que este año que está finalizando ha traído a nuestras vidas (o se ha llevado), pero sí mirar hacia adelante con la esperanza de lograr pequeñas grandes metas que permiten SEGUIR, con la certeza de haber hecho en cada momento lo que pudimos o supimos hacer.
Y con la ilusión puesta en que cada uno de vosotr@s pueda cumplir, si no todos, algunos de los sueños que os harían ser un poco más felices. Meto en un globo cada uno de esos sueños y que el espíritu de la Navidad haga el resto.»
Conchi Martínez Vázquez os desea:
¡FELIZ NAVIDAD!
Adopción punto de encuentro se suma estos maravillosos deseos y a este mensaje lleno de positivismo que es el que queremos enviar para todos:
El pasado de nuestros niños es su historia, les pertenece. En el cuadro de su vida, ese puede que sea el fondo de su paisaje, sea del color que haya sido y nosotros con ellos dibujaremos el presente y el futuro del color de las emociones más profundas.
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