La violencia vicaria, violencia invisible. Por Dolores Urizar Nieto

Este post nace de una conversación con Mercedes Moya en la que me invitó a abordar el tema de la violencia vicaria, y que transcurre mientras en la sociedad está de actualidad un caso muy mediático de violencia de género en el que se hablaba de este termino, violencia vicaria, y otro caso de violencia de género con violencia vicaria extrema, el de las niñas Olivia (6 años) y Anna (1 año) a manos de su padre Tomas Gimeno. Días antes de que este post se publique la sociedad vuelve a estremecerse con un nuevo caso de violencia vicaria extrema, el asesinato de un niño de dos años (no he podido encontrar como se llama) a manos de su padre, Martín Ezequiel.

El primero de los casos, que seguí durante toda su emisión, me recordaba al de Ana Orantes, la mujer que en 1977«puso palabras a la violencia machista» y «la convirtió en un problema público y social al contar su historia en Canal Sur», tal como dice la placa en la calle de Sevilla que lleva su nombre. Gracias a ella la sociedad abrió los ojos y empezó a considerar la violencia de género como un problema social sobre el que había que legislar y concienciar. 

La periodista y escritora del libro “La voz ignorada. Ana Orantes y el fin de la impunidad”, Nuria Varela, explicó en una entrada en su blog que el asesinato de Ana Orantesya no fue una muerte mas, como titulaban hasta entonces los periódicos”. El 18 de diciembre de 1997 su crimen fue noticia de apertura de algunas televisiones y portada de varios medios que no sólo informaron de su caso, sino que lo contextualizaron, lo sumaron a otros con la misma raíz y le dieron a Ana una categoría de pertenencia a algo: víctimas del machismo.

También provocó una revolución legislativa que comenzó con la reforma del Código Penal y culminó con la aprobación por unanimidad, en diciembre de 2004, de la Ley Integral contra la Violencia de Género. Sólo tres días después del asesinato de Ana Orantes el Gobierno anunció una revisión del Código Penal y de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, reformas que se llevaron a cabo en 1999. Se introdujo la violencia psíquica como delito, las órdenes de alejamiento como pena accesoria(en 1997 cuando Ana Orantes fue asesinada, no existían órdenes de protección) y la persecución de oficio de los malos tratos. Se eliminó también aquella mención a la «desobediencia» de la mujer hacia el hombre. En 2002 el Gobierno y el CGPJ crearon el Observatorio contra la Violencia Doméstica (después ampliado a de Género), que estudia y categoriza las sentencias sobre malos tratos. En 2003 se amplió el catálogo de medidas regulando las órdenes de protección. El 28 de diciembre de 2004 el Congreso aprobó la primera Ley Integral contra la Violencia de Género de Europa que recoge directrices educativas, sanitarias, formativas, sociales, policiales y penales para el abrigo de las víctimas y el castigo de los agresores. En 2007 el Gobierno aprobó la Ley de Igualdadse creó el teléfono contra el maltrato: 016. En 2015 se aprobó la Ley de Infancia, gracias a la cual ya se considera a los hijos e hijas como víctimas de violencia machista. En 2017 el Congreso aprobó el pacto de Estado contra la violencia de género. El 24 de mayo de  2021 se aprobó la Ley Orgánica de protección de la infancia y la adolescencia frente a la violencia.   Por eso cuando empecé a escribir este post lo primero que resonó en mi cabeza fue la frase “De lo que no se habla, no existe. Y lo que no existe, se margina”. A partir de esta frase podemos reflexionar sobre la importancia que tiene el lenguaje en nuestro modo de ver y situarnos en el mundo. El lenguaje no es algo innato, natural ni biológico, es un hecho cultural, y social y que, por tanto, sirve para consolidar creencias y comportamientos dañinos si se usa de esa manera. De todas las definiciones que hay mi favorita es la de la UNESCO: “El lenguaje no es una creación arbitraria de la mente humana, sino un producto social e histórico que influye en nuestra percepción de la realidad. Al transmitir socialmente al ser humano las experiencias acumuladas de generaciones anteriores, el lenguaje condiciona nuestro pensamiento y determina nuestra visión del mundo”. Podemos entonces afirmar que el lenguaje es un producto social cargado de estereotipos, prejuicios y buenos sentimientos. Refleja la sociedad de la que viene y a la que sirve y lo más importante, como cualquier experiencia humana, admite cambios. 

Cuando empecé a trabajar con NNyA (niños, niñas y adolescentes) y sus familias, en el 2015, tuve una experiencia con una adolescente, a la que me referiré con el nombre ficticio de María, que da sentido y ejemplifica esta frase. María era una adolescente hija de una victima de violencia de género, y desde ese mismo año también victima directa gracias a la Ley Orgánica 8/2015, de 22 de julio, y a la Ley 26/2015, de 28 de julio, de modificación del sistema de protección a la infancia y a la adolescencia, y sufría los efectos negativos de la exposición a la violencia de género, especialmente alteraciones emocionales y de conducta, pero no “reconocía” a su madre como victima, y mucho menos a ella misma.

Diseñé entonces unas sesiones para trabajar con ella el tema de la violencia de género, para que esto le permitiera identificar actitudes y comportamientos maltratantes en las relaciones de pareja, que cuando son normalizados dan lugar a relaciones basadas en la desigualdad, el control y la dependencia. Fueron unas sesiones emocionalmente intensas y de gran impacto para María al empezar a reconocer a su madre como victima de violencia de género y a su padre como maltratador, descubriendo los diferentes tipos de violencia de género que su padre había ejercido, y seguía ejerciendo sobre la familia: física, psicológica, económica y vicaria. Hasta ese momento ella solo reconocía como violencia de género la violencia física, y cuando empezamos a hablar de las diferentes clases de violencia de género (física, psicológica, económica, social, sexual, patrimonial o vicaria)María en voz baja,  y con inmensa tristeza, decía “Loli, esto también lo hacía/hace mi padre”… Y otro paso mas que dio, y creo para ella el mas sanador, fue reconocerse a ella misma como victima de violencia de género, victima directa, pues solo desde ahí pudo entender sus conductas, manifestaciones de su inmenso sufrimiento, y dar sentido a su modelo relacional. Este trabajo creo que fue un importante punto de inflexión en la intervención familiar que estábamos haciendo y que le permitió iniciar su proceso resiliente.

Llegadas a este punto podemos darle la vuelta a la frase y decir “De lo que se habla, si existe. Y se puede cambiar.” Ana Orantes fue el principio del cambio y estoy segura que María, con la que sigo en contacto, será capaz de identificar comportamientos, actitudes, comentarios u omisiones que son manifestaciones de la violencia de género y que ella será una mas de las personas, que con su activismo, contribuya al cambio, no todo lo rápido que querríamos, hacia una sociedad igualitaria y libre de violencia.

LA VIOLENCIA VICARIA NO ES VIOLENCIA DE GÉNERO

En este post hablaré de la violencia vicaria en violencia de género para diferenciarla de la violencia vicaria. Para explicar lo anterior transcribo de manera literal un post de Miguel Lorente Acosta, pues no creo que yo sea capaz de explicarlo de manera mas clara:

La violencia vicaria no es violencia de género, se puede utilizar dentro de la violencia de género, pero también en otros contextos violentos cuando se anteponga una persona para ocasionar un daño a otra. Es lo que ocurre cuando alguien busca ajustar cuentas y secuestra a un hijo o a una hija de su objetivo y lo utiliza como forma de chantaje o para dañarlo directamente, situación que se produce con alguna frecuencia entre grupos criminales o en ajustes de cuentas entre organizaciones, o para obtener algún tipo de beneficio cuando se utiliza con empresarios o con alguien de la política. Desde mi punto de vista creo que se debe ser prudente al utilizar de manera generalizada este concepto como si sólo fuera violencia de género, y lo pienso por varias razones, entre ellas:

  • Aunque su uso se relaciona con los casos de violencia de género que hemos conocido últimamente, especialmente con el terrible asesinato de Olivia y Anna, su planteamiento centra la idea de la violencia en el hecho en sí de la agresión, no en el contexto de la violencia del que surge.
  • Su uso aparece cargado de neutralidad y facilita la confusión, pues se puede utilizar tanto para situaciones de violencia de género, como ha ocurrido en Tenerife, como para otras circunstancias violentas, como ha sucedido estos mismos días en el caso de la madre que ha asesinado a su hija Yaiza en Barcelona.
  • La utilización del término bajo estas referencias oculta la violencia diaria que sufren los niños y niñas dentro de la violencia de género. Una violencia contra los menores que es parte esencial en la estrategia de dominio y amenaza que utilizan los agresores para conseguir su objetivo, que no es el daño de la madre, sino su control. El daño es parte de la estrategia y también puede ser el castigo final cuando percibe que ha fracasado en su intención de dominarla y someterla. 
  • La violencia de género, cuando la definimos en los años 90 como una violencia diferente al resto de las violencias interpersonales, destacamos que tiene una serie de elementos diferenciales, entre ellos tratarse de una “violencia extendida”, es decir, no limitada exclusivamente a la mujer con la que comparte la relación y abarcar a los hijos e hijas de manera sistemática, así como a otras personas de los entornos que de manera puntual puedan ocupar una posición importante, con el objeto de reforzar el control que se consigue con la violencia directa sobre la mujer.
  • Por lo tanto, la violencia contra los hijos e hijas no se limita a acciones puntuales, ni se utiliza sólo para producir daño, sino que es una constante que sufren los 1.678.959 niños y niñas que según la Macro encuesta 2019 viven en hogares donde el padre maltrata a la madre.

Hablar de violencia vicaria para referirnos a la violencia que sufren los hijos e hijas dentro de la violencia de género debe acompañarse de su mención explícita, y hablar de “violencia vicaria en violencia de género”, de lo contrario se volverá a ocultar el verdadero origen de esta violencia contra los niños y niñas, y se perderá el significado de una violencia caracterizada por la continuidad y constancia, no sólo por ataques puntuales.”

Fuente: https://miguelorenteautopsia.wordpress.com/2021/06/15/violencia-vicaria/

 El concepto vicario

Hace referencia a la sustitución de un individuo por otro en el ejercicio de una función, y el termino de violencia vicaria lo acuñó la psicóloga clínica Sonia Vaccaro hace casi una década, cuando analizaba un tipo de violencia que solía producirse con mas intensidad tras la separación. La violencia vicaria en violencia de género es una escalada en un largo proceso de violencia, que puede incluir la violencia física, económica y siempre la psicológica o de control, porque control es la palabra clave. Es una violencia instrumental que consiste en utilizar a l@s hij@s para infligir dolor, un dolor extremo, y control hacia las madres, y no es una violencia aislada sino la culminación de un proceso de control y maltrato que sufren muchas mujeres. Para ejercer esta violencia el padre deshumaniza a los hijos, les quita la categoría de personas y los pone en la categoría de objeto (los cosifica), de instrumento con el que dañar a la madre, vulnera y menoscaba su integridad física o psicológica, en una violencia que causa dolor extremo a la madre, mayor que si la dañara a ella directamente, que despierta en ella sufrimiento, dolor y sensación de culpa por no poder proteger a sus hij@s, sobre todo en el caso mas extremo de la violencia vicaria, el asesinato, cuyo dolor durará toda la vida.

En el momento de la separación el maltratador pierde el control y el poder sobre su pareja, ya no tiene derechos sobre la mujer o forma de seguir maltratándola, pero conserva el poder sobre l@s hij@s a l@s que desde ese momento transforma en objetos para continuar el maltrato y la violencia. Por eso la importancia que tiene que la justicia y las instituciones no les dejen esa puerta abierta para que sigan en contacto con la victima y haciéndole daño, y una manera de cerrarles la puerta es que las instituciones y la sociedad entienda que un maltratador no es un buen padre, por el fuerte impacto quela violencia de género tiene en el rol materno, y en todas las áreas de la vida de las mujeres. La violencia de género afecta no sólo a las mujeres, sino también a sus hij@s. La mujer que vive una situación de maltrato está, para garantizar su supervivencia, en un permanente estado de hipervigilancia y toda su energía está puesta en el intento de anticipar posibles ataques. Vive instalada en el miedo y la angustia, se siente aislada y desamparada y el estrés y el agotamiento que esto les genera son obstáculos a la hora de brindarles a sus hij@s el cuidado, protección y atención que necesitan. El maltratador destruye su autoestima con continuas desvalorizaciones, descalificaciones y humillaciones que denigran su rol como madre. No tienen libertad, fuerza ni autonomía para ejercer plenamente su maternidad. Yo siempre he pensado que l@s hij@s de estas madres son doblemente victimas: son víctimas de la violencia de género que viven en sus hogares y, al mismo tiempo, son víctimas porque quien se ocupa de ellos es una madre víctima de violencia, que tiene sobre sí misma el deterioro y el daño que esto causa, lo que le dificulta ejercer adecuadamente su rol marental. Esto genera en l@s niñ@s sensación de desprotección, ven alterada su visión del mundo, de los vínculos entre las personas y de la familia y esto puede afectar la relación que tienen con sus pares, con otros adultos y tener efectos negativos en su salud y en su capacidad de aprendizaje. L@s niñ@s que viven en hogares donde existe la violencia de género, están en una situación de alarma permanente, porque la amenaza es constante. Por esta razón, al igual que las madres, desarrollan procesos de control del entorno, con la esperanza de predecir lo que va a ocurrir y poder defenderse, y en otros casos, por el contrario, pierden completamente el control: dejan de percibir el riesgo, porque no asocian la causa con el efecto. Son los casos de abusos de sustancias, conductas de riesgo…

Es muy importante reconocer las dificultades con las que se encuentran las mujeres víctimas de violencia de género en su desempeño como madres, no juzgarlas ni descalificarlas. La sociedad debe impedir que la estructura patriarcal, los mandatos sociales y los mitos en torno al “ideal de madre” y el papel de las mujeres en la familia tradicional refuerzan estas situaciones. Nuestra sociedad debe desterrar el mito de que “pase lo que pase” las mujeres sean buenas madres, protectoras, atentas y cuidadosas con sus hij@s, como si la violencia no afectara también la capacidad de maternaje. El impacto de la violencia de género en el rol materno debe ser visibilizado. Es necesario para que las mujeres reconquisten la confianza y, desde un vínculo de protección y cuidado con sus hij@s, transitar juntos el proceso de recuperación.

Dolores Trinidad Urizar Nieto

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One Comment

  1. avatar
    «La violencia vicaria, violencia invisible» - Fundación Hogar de San José
    10 septiembre, 2021 at 9:06 am

    […] Puedes consultar el texto haciendo clic aquí. […]

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