El equilibrio es una de las cosas más importantes que un hombre o una mujer pueden encontrar a lo largo de su vida. No lo digo yo, es una frase del profesor Miyagi, el maestro de Karate Kid, que más allá de golpes, piruetas o estrategias defensivas le cautivó en el arte de mantener y recuperar el control y la homeostasis. Lúa nunca se lo ha planteado así. Es más, ni ha visto la película, pero hay una grave descompensación entre su vida digital y la vida real. Pasea más tiempo sus 15 años por los ceros y unos del ciberespacio que en las calles y plazas de la ciudad donde vive. Sus piernas han olvidado el aire lento que corre entre ellas. Este desequilibro no le pasa inadvertido ni a su padre ni a su madre, que están desesperados por romper ese agujero negro que le tiene absorbida y devolverle al mundo de carne y hueso. Lo han probado todo y cada ensayo es peor. Es 14 de septiembre, una efeméride que no dice nada más allá que hoy empieza el instituto pero Lúa ha decidido que no va a ir. Desde hace una semana y coincidiendo con los spots publicitarios del retorno del Hormiguero, de Master Chef celebrity o la última temporada de Las chicas del cable, Lúa anuncia su renuncia a volver a poner su culo de nuevo en un pupitre.
Entre tik-tok e instagram su padre consigue unos segundos de atención mientras comen. Ha diseñado cómo abordar el tema más tiempo que la batalla de Iwo Jima, así que el estado de excitación y de nerviosismo en él es top. Su estrategia es clara: apostar por las bonanzas versus desventajas de ir al instituto y tal, pero a pesar de que intenta poner una cara entre aquínoestápasandonadaserio y tenemosquehablar hasta el filete de babilla a la plancha sabe que en tres, dos, uno… Lúa va a explotar. En realidad explota en el dos, donde los gritos, los aspavientos, amenazas y demás destrozan cualquier tipo de acercamiento dialéctico del padre hacia un tren de cercanías descarrilado llamado Lúa, que se levanta y abandona el lugar de los hechos. Retoma su vida de youtubers, bromas y chats de gente inanimada mientras sus progenitores vuelven a sus discusiones habituales. Es normal. Una que mano dura. El otro que le estamos apretando demasiado, y cada uno con un grupo privado de asesores y asesoras que les construyen planes a medida y recomiendan libros en las terrazas semiconfinadas del bar. Es más fácil resolver la conjetura de Hodge que llegar al interior de Lúa. Sin más, no me rayes, ya ves, sssstas tú! por fuera,…. y rota por dentro, ¿qué es?
Lúa llegó a ese hogar con 4 años y fue la luz, el gas y el internet de la pareja ese día. Una niña detrás de unos ojos, que se acomodó rápidamente a la dinámica familiar pero que poco a poco fue apagando su luz. Una luz que tenía que compartir de manera aleatoria y caótica con su madre biológica, que unas veces no estaba y otras tampoco. Todo parecía más fácil cuando se imaginaban a Lúa en su casa, y pensaban que todo el amor y el cariño con el que esperaban recibirla podría tumbar cualquier problema que surgiera. Problema que se ponía a la cola de otros problemas. Así apareció la enuresis, las pesadillas nocturnas, los problemas de relación y agresividad, el TDAH que diagnosticó la profesora de música, luego los problemas de racismo e identidad de Lúa, los ataques de ira, las depresiones y una madre biológica que rompía cualquier avance de Lúa. Cumpleaños, navidades, fiestas patronales pasadas por lágrimas y discusiones. Todo debería ser más sencillo. En las noches de luna y clavel, se plantean si no se equivocaron y así llega la agonía que tiene la culpa. Sería faltar a la verdad decir que siempre ha sido o es así, porque en los días en los que en sus ojos sale el sol, Lúa es la alegría de la casa, con un cuerpo de adolescente, pero cada vez hay menos días de esos. Todo lo que sea separarse de su Xiaomi redmi note, es fuente de displicencia en ella.
Así era la foto cuando María apareció en la vida de Lúa. Una aparición no esperada ni deseada por ella que tuvo un recibimiento hostil, desafiante y adverso. Un auténtico reto para alguien con un mínimo de dignidad y orgullo. Sin embargo, ni la caballería de sus silencios, ni la artillería de no sé para qué vienes, ni siquiera la infantería de al final te voy a tener que dar una hostia, pudo con la presencia de María, que sabía que era más fuerte, más sabia y más empática que Lúa. Bueno, en realidad no sé si lo sabía, pero si lo aparentaba y así le llegaba a ésta. Lo iban a tener muy complicado las dos. Así fue. Sin embargo, cada día los silencios se fueron convirtiendo en protestas, porque éstos acabaron haciendo más daño a Lúa que a María, para pasar luego a intentos de controlarla y de marcar los ritmos, a comenzar a compartir algo de sus intereses en el 2.0. Todo esto que cabe en una frase sucedió en medio año. Medio año en el que Lúa robó del bolso a María una cajita super especial para ella donde llevaba juanolas, dibujó una polla en uno de los libros de la biblioteca, o tiró a la basura una orquídea que le llevó por el día de su cumpleaños. Pero también hubo tiempo de magdalenas, de pedicura, de trenzas de raíz y de masajes. Medio año en el que cada vez que María se marchaba dejaba un hueco tan grande como la presencia que se mantenía. Porque sí, Lúa se había dado cuenta de que la energía de María se mantenía a pesar de que se hubiera ido. Si la historia de Lúa fuera la historia de una película de sobremesa de domingo en una cadena nacional os diría que María y Lúa comenzaron y acabaron un camino de resiliencia en el que ésta volvió a recuperar a sus amigas, a incorporarse al colegio y hacer un uso responsables de las pantallas, pero no es así. Lúa siguió encerrada en su habitación, en su mundo de mentira y evasión, sin sentir el aire en las piernas. Sin embargo, Lúa cuenta los días y las horas para que llegue María.
Lúa estaba empezando a encontrarse consigo misma. Se odiaba. Sentía mucha vergüenza por ella, porque era capaz de romper todo lo que amaba, y no quería hacerlo. Nadie entendía cómo en el cuerpecito en desarrollo de la adolescente cabía tanto odio, rabia, tristeza y vergüenza a la vez. Si pudiera decir todo lo que pensaba de María, de su madre, de su padre, de… si pudiera. Consiguió un pequeño truco de magia para poder hacerlo y era a través de las historias de “insta”. Sabía que María las veía. Sabía que María no era tonta. Blanco y en botella. Así que empezó a subir estados que eran un como si. Como que lo he visto en otro sitio y no van conmigo los pongo, pero hablan de mí, miradlos cojones!!! Dadle al like!! Poned corazones!!! Pero era un paso más en su reconstrucción interna, poder poner historias al dolor y vacío que ella tenía. Ahora sabía que había alguien de carne hueso, alguien sensible, alguien que la miraba de verdad detrás de sus pequeñas narrativas audiovisuales. Era un principio, empezar a poder percibir su tristeza y su miedo.
María también tuvo momentos para José y Ana, el padre y madre de Lúa. Alguien tenía que recoger y honrar también a ese hombre y esa mujer agotados, empequeñecidos, juzgados y también avergonzados. Pasaron de ser los héroes de una sociedad que les agradecía su generosidad hacia esa niña abandonada a tener que dar explicaciones en el colegio, en el AMPA, a la vecina, a la panadera y a la institución. De “qué corazón más grande tienes” a “cómo te has complicado la vida con lo bien que vivíais” en los casos más bondadosos. Doble golpe. El segundo más doloroso.
María no es Mary Poppins, no es alguien que te lleva a comer algodón de azúcar ni a volar en una cama gigante o a decir supercalifragilisticoespialidoso. Es alguien que te lleva a conectar con tu mundo interior de tristeza, miedo y vergüenza. Es alguien que te acompaña a mirarte al espejo y calmarte, darte consuelo, y poner palabras a la fuente de tus limitaciones. Es alguien que te dice “te mereces”. Es alguien gigante, muy difícil de manipular y de intimidar, pero alguien muy sensible y presente. Alguien en quien confiar. Todos y todas necesitamos una María.
Lúa no existe. Lúa son miles de niños y niñas. Es la historia inacabada de alguien que como un jarrón se rompe de muy pequeña y quieren arreglarlo con cello. Es la historia de adultos que quieren que vuelva a ser un jarrón y no quieren ni pueden ver sus grietas. Es alguien a la que no han podido mirar con los ojos de ver. Es en realidad un fado, tan triste y melancólico como lleno de esperanza y de luz. Un fado acompañado por una guitarra que como dice Fernando Pessoa es como “cuando deseas todo pero no tienes fuerza, es la fatiga del alma fuerte, el mirar de desprecio de alguien que creyó en Dios y le abandonó”. Lúa y sus padres son todo mi respeto a lo difícil que es ser Lúa, un padre y una madre acogedora.
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Sintonizando con el dolor del otro. Iñigo Martínez de Mandojana
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