Una de las muchas funciones de la música y de su dimensión artística, lúdica o creativa es la de facilitar el caos y acompañarlo en su desorden, sin necesidad de estar pendiente de la creación final o de los posibles deslizamientos o cambios del contexto. Se trata de una mirada comprensiva acerca de cómo la persona imagina, produce e interpreta musicalmente su obra, su canción o su acción espontánea. Resulta inevitable en estos términos, traerá nuestra mente e imaginar de manera simbólica los sonidos e intensidades producidas desde el flautín de Banene e interpretarlos sobre cómo resuenan en nosotros y nosotras.
Este post quiere compartir un resumen de una propuesta de intervención exploratoria de 20 sesiones a través de la música, mediante la cual se pretende la cohesión grupal de 5 chicos y chicas adolescentes residentes en un hogar de acogida. ¿Cómo explorar y acomodar musicalmente un tercer espacio de diversos modos con hijos e hijas en relación con las familias y profesionales, y entre la adopción, el acogimiento residencial y la adolescencia?.
Son varios los elementos que sostienen la intervención, por un lado, un aula integrada en el ámbito comunitario a modo de factoría creativa y por otro, una participación protagónica de las 5 personas adolescentes con capacidad de agencia en sus producciones artísticas, que sin tener necesariamente conocimientos previos de música o manejo de instrumentos musicales, llevan adelante este proceso voluntario de acompañamiento musical con un tiempo limitado de duración de las sesiones y de la propuesta. Esta iniciativa a través de la música explora las posibilidades de cohesión grupal y estimula de manera no invasiva los mínimos elementos relacionales como la escucha activa, el respeto o las muestras de confianza, entre otros.
Desde que se plantea la idea, todas las miradas de las personas implicadas se dirigen a un espacio de encuentro musical, cuyo objetivo principal es la creación musical espontánea a partir de la improvisación y de la creación de canciones, sonidos, ritmos y movimientos. En este espacio de encuentro está la profesional que trabaja con la música como herramienta de crecimiento y los 5 adolescentes. También se contempla un acompañamiento no formal del hogar o de la familia que permanece fuera del mismo. En este proceso no se aborda un análisis exhaustivo de la música ni de las relaciones, ni de la elección de los instrumentos musicales que escoge cada persona. El objetivo principal es la cohesión grupal, pero para que suceda, antes se tiene que producir ese tránsito de lo personal a lo colectivo, es decir, que la persona adolescente se conecte con su música primero, y esta conexión le permita conectarse con la música de los demás.
¿Cómo medir la suma de las individualidades hacia la cohesión grupal? A través de las sesiones grabadas, las notas recogidas tras los encuentros y el análisis posterior, se puede escuchar cómo cada propuesta rítmica, melódica o dinámica realizada por cada adolescente tiene transformaciones que suceden en este entorno. Además, la estructura repetitiva de cada sesión con un inicio, un desarrollo y un final, dota de la confianza para crear su propia obra y transformarla conjuntamente. A partir de aquí se habla de elementos musicales como: la pulsación, el tempo, el ritmo, las dinámicas, el movimiento, el silencio… Cuando concurren desde cada uno de ellos y se organizan en torno a una sola creación musical conjunta, sucede la magia. Entonces se escuchan reflejos musicales donde uno o una proponen y otro u otra recogen y desarrollan, otorgando ellos y ellas mismas una estructura a la obra, siendo capaces de finalizar de manera conjunta la música. De ahí que sea especialmente relevante la duración de las improvisaciones, la cantidad de las mismas por sesión y la conexión que se tiene con los compañeros, con la música y de manera significativa con las improvisaciones conjuntas espontáneas entre cada uno de ellos.
En resumen, la música que surge del flautín de Banene o de cualquiera de estas creaciones, pueden ser expresiones de la identidad, la personalidad y el carácter de cada uno de ellos y ellas. La creación musical o la música como herramienta incluye muchas técnicas, no solo la improvisación, ya que puede convertirse en el punto de partida para encontrarse ante síntomas, bloqueos o resistencias emocionales.
La historia sonora de cada adolescente o esa biblioteca sonora que todos y todas vamos almacenando a lo largo de la vida, es relevante en esta intervención y aporta mucha información sobre aquellos sonidos que producen aceptación o rechazo, e incluso recuerdos que resuenan en forma de determinadas melodías, voces e instrumentos. La escucha de una canción relacionada con la identidad sonora y la posterior reflexión de la letra, se convierte en una gran herramienta, cuando existen dificultades para poner en palabras la realidad que viven o cómo se sienten. Trabajar desde una canción ya compuesta y cambiarle la letra, o crear la letra y música de una nueva, ayuda en la estimulación, relajación, soporte y seguridad emocional. Este proceso se centra en el presente y respeta y trabaja lo que la persona trae y crea en este espacio de encuentro musical. Fuera de este espacio no se trata este asunto. La expresión de la identidad desde un enfoque creativo explora salir del estado defensivo, incluso expresar o escuchar necesidades propias o de otros.
La cohesión grupal sucede desde el “acercamiento a lo desconocido”, desde la música como instrumento que expresa la identidad y ayuda de manera indirecta a sincronizarse melódicamente. Este espacio de encuentro musical observa entre los diferentes protagonistas un ritual en bucle que consiste en desconfiar, poner a prueba y confiar. Las primeras improvisaciones musicales se muestran fragmentadas, individualizadas y se enfrentan entre sí. No hay escucha, hay interferencias verbales y la música de cada uno de ellos y ellas no se conecta. Las primeras improvisaciones grupales donde se comienzan a sincronizar, surgen tímidamente a partir de la séptima sesión, se prolongan durante las próximas 10 sesiones e irán desapareciendo y alejándose entre sí, a medida que se acerca el final de la intervención, el cierre y la despedida. La sincronía musical surge cuando la individualidad cede el protagonismo al grupo, y a su vez disminuye la impulsividad corporal, se mantiene la asistencia a las sesiones, la escucha propia y la del otro y la confianza al acercarse a los instrumentos. También la comunicación permite el silencio y socialmente se aceptan las normas de participación informal conjunta con la música. Cada uno de los protagonistas ha preservado y cuidado este espacio de encuentro musical, modulándose y regulándose emocionalmente con relación a las informaciones, noticias o sucesos ocurridos fuera del mismo, con especial detenimiento en aquello que contempla no cuidarse individualmente o no cuidar al grupo.
Referencias y audios:
Abasolo, M., & Picó, R. (2020). Aportaciones desde una propuesta de musicoterapia con adolescencia adoptada en acogimiento residencial en Bizkaia: de la improvisación musical clínica a la cohesión grupal. Zerbitzuan. Gizartezerbitzuetarakoaldizkaria. Revista de servicios sociales, (71), 53-74. DOI: http://dx.doi.org/10.5569/1134-7147.71
Podcast: Musicoterapia en adolescencia adoptada
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