“Contigo aprendí que existen nuevas y mejores emociones
Contigo aprendí a conocer un mundo nuevo de ilusiones
(….) que tu presencia no la cambio por ninguna.”
Contigo Aprendí. Luis Miguel
Una de las ideas fuerza que nos trasmite el paradigma de los buenos tratos es la necesidad de un OTRO para poder ser YO. Eso es lo que hace que nos desarrollemos aquí, en Koh Tao, en Viñales o en Singapur. Es una necesidad no aprendida para la que venimos diseñados genéticamente y que nos hace ser quien somos. Así pues, Donald Trump, Rafa Nadal, “el Cejas” o Jorge Barudy tienen eso en común, que han necesitado de cuidadores externos para poder convertirse en lo que son hoy. En función de la calidad de esa presencia adulta uno tendrá la suerte de tener un contexto más o menos favorecedor para desplegar todo su potencial y convertirse en una persona de bien como diría mi madre o en un psicópata.
Los que me leéis habitualmente sabéis que insisto muchísimo en que cada detalle de esa presencia cuenta muchísimo y que deja un huella constatable en la red de neuronas y en la construcción de un cerebro armónico. En palabras de Joyanna Silberg la autora del libro “el niño superviviente”: “la neurobiología interpersonal describe cómo las relaciones promueven el crecimiento de rutas neuronales que regulan los afectos y crean una sensación estable del yo”. De esta manera, nada que no suceda fuera va a suceder dentro. El lenguaje, la resolución de conflictos, la regulación interna, la empatía o el autoconcepto entre otras mil y una cosas no van a aparecer NUNCA por generación espontánea. Solo cuando me hablen, me ayuden a solucionar problemas, me regulen, empaticen conmigo o tengan un concepto de mí las podré desarrollar. Esa es la manera de construir cerebro, de generar resiliencia neurobiológica primaria; a través de los cuidados, de la atención y la sensibilidad de los y las criadoras.
Quizás seas de los que pienses que Mowgli hablaba con Baloo allá en la selva tras ser criado por una loba, pero la realidad nos dice que Víctor, el niño salvaje de Aveyron, un preadolescente encontrado cerca de los Pirineos, mostraba un severo retraso mental, con estereotipias, sin lenguaje. Es decir, con una afectación muy grave en su desarrollo. Atrás quedó el pobre Rousseau con su libro Emilio donde decía que el homo sapiens tendría un sentido moral y una bondad originaria por el hecho de ser humano. Así pues, si en las primeras etapas de la vida no hemos contado con un adulto sensible y presente nuestro desarrollo se verá gravemente dañado como en el caso de Víctor y en esta línea, sea cual sea el daño habrá que centrar la rehabilitación en el punto de afectación a nivel lingüístico, de memoria, de regulación, antes de trabajar cualquier otra competencia.
La presencia del OTRO la necesitamos SIEMPRE, pero es más importante si cabe en los momentos críticos de crecimiento y no de cualquier manera. Es en esos momentos de crecimiento cuando desarrollamos una representación propia a través de los cuidadores. Mi padre o mi madre (como un águila calva con sus polluelos) van masticando mi experiencia, lo que me pasa, lo que percibo, lo que siento, a través de sus sentidos y me lo devuelven codificado para que pueda entenderlo. Sin embargo, cuando esto no sucede, según Winnicott internalizamos la figura del cuidador como propia generando una imagen del YO errónea. Un niño o niña tiene que diferenciarse progresivamente de sus cuidadores a nivel de pensamientos y de emociones, porque éstos así se lo hacen saber. El problema es cuando nadie devuelve al bebé, al niño o al adolescente nada, más que la manifestación emocional propia del padre o la madre.
Pues bien, llegados a este punto entenderemos la gravedad del SINTIGO. Sintigo porque estás ausente todo el día o porque aunque estás físicamente no estás accesible emocionalmente. Sintigo porque no tienes tiempo para jugar, para acompañar, para pautar, para imaginar, para leer. Dice sabiamente Carlos Gónzalez, que no ha habido una generación más SINTIGO desde los fenicios, pues ahora pueden llegar a pasar “8 horas o más separados de sus padres y madres desde los 6 meses o antes”.
Ayer recibí una llamada a las 22:15 de Ricardo, un adolescente con el que trabajé durante tres años hasta hace unos 8 meses que tuvo que salir urgentemente de casa y del recurso. Su trayectoria ha ido de mal en peor; consumos, un intento de suicidio, robos, vuelta al hogar y nuevo ingreso en un centro cerrado. A través del teléfono no conseguía oír más allá de un gimoteo y respiración entrecortada. Se había fugado y estaba a la deriva por un barrio periférico de la ciudad. ¿Qué ha pasado en estos últimos 8 meses en los que tenía la vida bastante contenida y ordenada para transformarse en un big bang que lo estaba desfigurando como si de un Kandinsky se tratara? Tras sus palabras solo había una: abandono. Estaba solo, nadie contaba con él para nada y la persona en la que más se apoyaba era su novia, otra adolescente, que si bien era capaz de entender y ver en Ricardo un niño fracturado y abandonado, estaba tan dañada o más que él. Muchas personas a su alrededor pero todas de paso; su padre, su hermana, educadoras, una institución… Cuando alguien te llama desde el barro, medio ahogándose, es terrible porque sabes que él no quiere estar allí y no sabes qué hacer ni qué decir más allá de que nadie debería de haber permitido eso.
Necesitamos al OTRO pero no siempre vamos a buscarlo de manera adecuada. Cuando nos criamos en un contexto normo saludable generamos una confianza epistémica que me permite que la comunicación con los iguales sea posible. Este nuevo concepto de confianza epistémica viene a trasladarnos que los seres humanos estamos diseñados para enseñar y aprender los unos de los otros información nueva y relevante. Hemos sido capaces de desarrollar una sensibilidad especial ante aquellas formas de comunicación que suponen una oportunidad para el aprendizaje. Es decir, detecto señales en la otra persona (el contacto visual, el tono de voz, la alternancia en los turnos que activan mi sistema para establecer un marco de relación). Sin embargo, cuando un contexto de crecimiento ha sido tóxico y traumático, genero desconfianza hacia aquello que no entra dentro de mis parámetros. Así pues, nos encontramos con niños, niñas y adolescentes que se activan ante iguales de los que no se tienen que fiar y son asesorados, como Ricardo, por otros y otras adolescentes fracturadas que les llevan a un caos mayor. Y a la vez desconfían de los profesionales que caminamos a su lado. Además, esa desconfianza es muy fácil de validarla porque esos chicos y chicas desatan nuestras inseguridades, nuestras fallas, nuestras impotencias y dudas en forma de abandono, reproche, enfado o agresividad, confirmando que de nosotros no se pueden fiar.
Ayer me fui a la cama tranquilo. Lo primero porque Ricardo me había regalado el mejor presente que un niño, niña o adolescente te puede hacer: su confianza. Que alguien te abra su casa y te deje pasar con la de pestillos y trampas que tiene es un honor y así se lo hice saber. Por otro lado volvió al centro, volvió a empezar de 0 pero un poco más protegido que en la calle a esas horas. Las últimas palabras que le dedique antes de decirle todo lo que le quería era que se merecía una persona a su lado que le ayudara a recuperar el orden, la calma y la armonía y que seguro que la encontrará o eso quiero pensar. Sé que va a tener que luchar más que nadie pero ese niño es de oro.
“Mentiría antes y mejor. Lo resolvería por mi cuenta, yo sola. Da igual cuánto diga alguien que le importas porque no le importas. No lo suficiente. Puede que a lo mejor lo quieran o lo intenten pero otras cosas acaban importando más. Porque incluso con gente buena, con gente en la que puedes confiar, si la verdad no les conviene, si la verdad no les encaja, no la creen aunque les importes realmente, no la creen”. Inconcebible
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